Las aspiraciones de la democracia siempre fueron metapolíticas. Sus abanderados, corifeos y adoradores siempre entrañaron decidir el signo de los tiempos, apoyados en la creencia de haber encontrado el elixir de la humanidad, un oráculo para su peregrinar. El sueño del vox populi, vox dei hecho realidad. Una realidad más operante y aparente que bella y eficaz. Una forma sacramentalizadora de entender la política. El enloquecido intento de dar un vuelco al orden del ser y hacer de la política la madre de la teología.
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