Hasta en seis ocasiones aparece este verbo en la primera lectura de hoy. Se nos dice que permanezca en nosotros lo que hemos oído desde el principio para que permanezcamos en el Hijo y en el Padre. También se nos dice que la unción recibida permanece en nosotros y por eso nos enseña acerca de todos las cosas para que permanezcamos en Él y así, un día cuando Él venga y se manifieste, tengamos plena confianza en su venida.
Permanecer, esta es la esencia de la fe. Es un permanecer en el otro, en aquel en quien creo. Es más que un conocimiento, aunque lo incluya; es una vida que se recibe gratuitamente, pero en la que se permanece voluntariamente. Por eso permanecer es no solo un regalo del cielo, un don, sino también algo que nos implica en nuestra libertad, una tarea. Ejemplo de permanencia fue Juan, el precursor, que cumplió su misión de preparar en el desierto un camino para el pueblo, él era la voz que clamaba, pero no era la palabra que salvaba. Ahí le tocaba la difícil tarea de ir por delante de algo que aún no sabía manifestado, anunciándolo presente porque estaba presente, aunque los hombres no lo reconocían. Cuando esté a punto de morir y encarcelado, Juan, pedirá a unos emisarios suyos, que pregunten a Jesús si era él el mesías esperado o tenían que esperar a otro. Esta misión habla increíblemente bien de la paternidad espiritual de Juan hacia sus discípulos. No los dejaba huérfanos, sino que los dejaba en la escuela del verdadero maestro, aquel que sí era la palabra de Dios hecha carne para el mundo, la que tenían que acoger los hombres para salvarse.
Nosotros hoy en el recién inaugurado nuevo año 2024 escuchamos estas palabras y percibimos la magnitud, la grandeza del regalo que hemos recibido en Jesús, el Cristo. Aquel que “ungido por el Espíritu Santo” se convertirá, glorificado y sentado a la diestra del Padre, en “el dador del Espíritu”. Es la unción que hemos recibido en el bautismo y los demás sacramentos y que permanece en nosotros, esa unción que nos enseña todo sobre todas las cosas, que nos conduce a nosotros a la verdad plena y que nos pide permanecer libre y amorosamente en ella, permanecer libre y amorosamente en Cristo, sin temor a las pruebas y persecuciones, incluso como Juan, el Bautista, sin rehuir la pasión y la muerte, por confesar a Jesús, como el Mesías, el Señor, el que ha venido al mundo para salvarnos.
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