Han pasado ya las Navidades, y el ciclo litúrgico da paso a todos esos «años ocultos» de Jesús en los que vivía con sus padres en Nazaret.
Precisamente, fruto de un ciclo de catequesis transmitidas por Radio María, la obra La vida oculta del Mesías en la Sagrada Familia de Nazaret (BAC), de Francesco Voltaggio, busca explorar esos primeros acontecimientos que siguieron al nacimiento de Jesús.
Un acercamiento a su infancia y crecimiento en el seno de la Sagrada Familia de Nazaret, desde las vicisitudes vividas por ellos en Egipto hasta su definitivo establecimiento en Nazaret, así como la figura y ministerio de Juan el Bautista.
Un análisis interesante que quiere ayudar al lector a gustar los textos bíblicos y los lugares geográficos, el ambiente y las tradiciones, en otras palabras, todo lo que constituye el «humus» vital en el que surgió y creció Jesús.
Para ello se examinan los testimonios literarios y arqueológicos, acudiendo directamente a las «fuentes» de la fe. «Nuestra salvación es histórica. Lo que caracteriza al cristianismo —y lo diferencia de las otras religiones— es, precisamente, que para nuestra fe Dios entró en el tiempo y el espacio, aun estando siempre más allá de ellos. Él se hizo hombre, ‘tierra’, ‘humus'».
Francesco Giosuè Voltaggio es sacerdote de la diócesis de Roma, fidei donum al Patriarcado latino de Jerusalén, licenciado en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico de Roma y doctor en Ciencias Bíblicas y Arqueología por el Studium Biblicum Franciscanum de Jerusalén. Es miembro del Camino Neocatecumenal.
Vive en Tierra Santa, donde es director de la Domus Bethaniae en Jerusalén, un centro de estudio especializado en los orígenes del cristianismo. Es profesor de Sagrada Escritura en el Studium Theologicum Galilaeae y profesor invitado de Hermenéutica bíblica en el Studium Biblicum Franciscanum de Jerusalén.
A continuación ofrecemos tres pinceladas de este interesantísimo libro sobres los años más desconocidos de Jesús de Nazaret:
Estando siempre sometido
«Bajó con ellos y vino a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (2,51-52).
Con estas palabras, el autor del tercer Evangelio no pretende atenuar la respuesta tajante de Jesús situándola en el cauce de una justa y piadosa obediencia. El Hijo de Dios, a pesar de la absoluta prioridad dada a la Torá y a la voluntad de su Padre, se sometió a una familia humana, y estuvo sujeto también a las leyes del crecimiento y de la maduración propias de todo hombre.
Ciertamente Jesucristo era verdadero Dios, pero también era verdadero hombre y en cuanto tal tuvo un crecimiento humano. Ante todo, como afirma el v. 51, él «bajó». Esta katábasis, «descenso», es una referencia directa al irse de Jerusalén (como hemos dicho antes, la peregrinación constituía la andbasis, la «subida» por antonomasia), y significa también que Jesús se somete a los hombres, se entrega en sus manos y entra, por así decirlo, en una vida oculta.
Por tanto, en este sentido Jesús maduró, tuvo una formación humana y creció en su conciencia mesiánica, recibida especialmente mediante la educación de San José, de la Virgen María y del contacto constante con la Palabra de Dios y la liturgia judía.
La última frase del segundo capítulo de Lucas (2,52), que toma la del 2,40 («El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él», es un calco de 1 Sam 2,26: «El niño Samuel, crecía haciéndose grato tanto al Señor como a los hombres (cf. también Lc 1,80 cuando habla de Juan el Bautista).
Así se pone de manifiesto que Jesús, al igual que Samuel y más que él, es un consagrado del Señor: la sabiduría divina en él -en cuanto Dios, recibida por los padres en cuanto hombre- le hacía «hallar favor a los ojos de Dios y de los hombres» (Prov 3,4).
Llevar las sandalias del Mesías
«No soy digno de llevarle las sandalias» (Mt 3,11).
En Marcos y en Lucas, se habla más bien «de desatarle la correa de sus sandalias» (Mc 1,7; Lc 3,16). Estos dos evangelios ponen de manifiesto la humildad y el sentimiento de indignidad de Juan ante Cristo, que también se encuentra en Mateo, pues llevar las sandalias era algo propio del discípulo.
Pese a ello, en el primer Evangelio, el gesto de llevar las sandalias evoca muchas más cosas. En el Antiguo Testamento la sandalia jugaba un papel fundamental en las costumbres relativas a la ley del levirato, tal como se establece en el libro del Deuteronomio. En la cultura semítica «tirar la sandalia» sobre algo equivale a tomar posesión de él, mientras que quitarse las sandalias ante algo/alguno significa serle extraño. También el Libro de Rut testimonia que el «dar la sandalia» era un gesto de contrato nupcial.
El autor examina los testimonios literarios y arqueológicos, acudiendo directamente a las ‘fuentes’ de la fe (foto: fotograma de ‘Corazón de padre’).
El hecho de tener la sandalia es, pues, un gesto nupcial. Juan el Bautista lleva las sandalias del Mesías, prepara su camino. Sin embargo, llegará un momento en el que dirá que la esposa, Israel, no le pertenece y que solo Jesús (¡su pariente!) tiene el derecho de tomar esa esposa.
Juan el Bautista, renunciando a todo derecho sobre Israel, acredita de esta manera que el pueblo no es suyo, ni que sus discípulos tampoco son suyos y por esto los ofrece a Cristo (cf. Jn 1,29-31.36-37). En verdad, no fue esta una cosa fácil para un «gigante» como el Bautista, de gran carisma y con multitud de seguidores, tal como nos refiere Flavio Josefo, para el cual incluso Herodes tuvo temor de su éxito.
La formación en la Sagrada Familia
De los Evangelios podemos deducir que Jesús trabajó durante muchos años. En la tradición rabínica, todo buen judío, incluso el rabino y el sacerdote, deben ejercer un oficio. Es deber del padre enseñar un oficio a su hijo, porque el que no lo hace es como si le enseñara a ser bandido.
Aunque estos textos sean muy posteriores a la época de Jesús, podemos suponer que dichas enseñanzas estuviesen ya en boga, al menos en la corriente farisea. Las fuentes nos refieren que los más grandes rabinos y doctores de Israel ejercían un oficio.
Como ejemplos paradigmáticos citemos solamente a los dos rabinos más famosos que enseñaban mientras Jesús no había iniciado aun su ministerio público: Hillel (60 a.C.-7 d.C.), que era leñador y ganaba medio dinar al día para poder subsistir y estudiar la Torá, y Shamai (50 a.C.-30 d.C. ca.), que trabajaba como albañil. También el rabino fariseo Saulo, que más tarde se convirtió en el apóstol Pablo, tenía un oficio: fabricaba tiendas (Hch 18,3). San Pablo insiste sobre la importancia de este trabajo para no gravar sobre la comunidad de la que era catequista.
Por tanto, era tarea del padre sustentar a la propia familia, y así lo hizo Yosef de Nazaret, que enseñó su oficio a su hijo putativo. La casa de la Sagrada Familia fue, pues, el ambiente en el que Dios mismo entró en la fatiga del trabajo manual, ennobleciéndolo y redimiéndolo.
La casa, como es obvio, fue también el primer lugar en el que Jesús se formó para su misión. El Hijo de Dios se sometió a la obediencia de san José y de la Virgen María, viviendo con ellos en comunión de vida. De sus padres Jesús aprendió a hablar el arameo que con toda probabilidad fue su lengua materna, como también a leer y a rezar en hebreo.
Esto se puede deducir de una acusación de sus opositores: «¿Cómo conoce este las Escrituras?». Según da a entender no fue discípulo de ningún rabino famoso a excepción de Juan el Bautista, de quien reconoce una cierta autoridad como maestro, pues se hizo bautizar por él, sino que aprendió a escrutar la Escritura en su Familia y en la pequeña sinagoga de Nazaret.
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