A sus 31 años, la colombiana Alexandra Guzmán puede definirse como una rara avis en su vida personal y profesional. Está casada, profesa la fe que recibió de sus padres desde la infancia y la aplica en su consulta psicológica con cientos de pacientes afectados por multitud de trastornos, muchos de ellos motivados por la nueva era y adicciones sexuales. Sus «colegas» no solo la consideran una marginada, sino que directamente aplican «tácticas woke» contra ella por el mero hecho de tratar a sus pacientes desde una óptica integral, que en sus propias palabras supone abordar también la dimensión espiritual de la persona. Y su consulta no para de crecer.
Pero no siempre fue así. Cuenta al canal El rosario de las 11 pm que, aunque la enseñaron los principios básicos de la fe, nunca hubo «una vivencia clara o una convicción profunda» de su Credo, ni en ella, ni en su familia. «No sabía lo que hacía, algunos domingos íbamos a la iglesia evangélica y otros a la católica«, cuenta.
Pronto comenzó a cuestionarse su fe y a dejar paso a multitud de mitos y leyendas negras de la Iglesia que escuchaba en su ambiente.
«Llegó un momento que me dije que no creía en Dios, solo en la Iglesia. Iba solo para acompañar a mis padres y en mi primera adolescencia ya me definía como creyente pero no fanática. Y a quienes vivían su fe con coherencia les tachaba de fanáticos«, relata.
El Código Da Vinci, «un gancho de Dios».
En 2003 vio la luz el superventas de Dan Brown, El Código Da Vinci, obra que atrapó su curiosidad pero que, al mismo tiempo, sería «el gancho de Dios para acercarme de nuevo a la fe y cuestionarla».
Pasaron los años y la Nueva Era penetró con fuerza en su hogar. Primero con unas runas que su familia colocó en casa y más tarde con un extraño personaje que les encomendó rellenar los cimientos de su hogar con un aluminio relleno de arenas que supuestamente «bloqueaban energías». Un artículo que hasta le recomendaron llevar al cuello, pero que pronto abandonó tras sufrir continuos dolores en el pecho.
Aún no sabe por qué, pero en torno a los 16 años empezó a sentir «una necesidad inexplicable de rezar«, algo que hasta entonces «solo hacía de vez en cuando, por el interés». Sin oponer resistencia a aquella luz, empezó a rezar un padrenuestro cada mañana y pronto conoció Lazos de Amor Mariano, atraída por la sencillez con la que explicaban la doctrina de la Iglesia.
«Así empecé a ver que la Nueva Era no estaba bien. También surgió la castidad, que hasta entonces no me había planteado vivirla y empecé a reconciliarme con la Iglesia y los sacramentos«, cuenta.
Primeros ataques de la universidad woke
Y llegó la universidad. Estudió psicología, en la mejor universidad de Colombia, pública y todo un hervidero de «progresismo, adoctrinamiento, ideologías posmodernas y woke«. Al principio se vinculó con aquellas corrientes sin ser consciente de que estaban «repletas de engaños e ideas falsas».
Aunque estuvo a punto de «caer en el engaño», no tardó en «recuperar la fe. Y con ello vino la soledad, el alejamiento de mis amigos y una exclusión muy fuerte. Fue una etapa dura, pero sobreviví y también tomé una dirección en las posturas provida».
Durante su carrera tampoco fue consciente de cómo la Nueva Era penetraba en el ámbito de la psicología, y solo al final empezó a escuchar sobre el mindfulness, lo que hoy contempla como «la práctica de la Nueva Era que parece más inocente».
Según la experiencia de la psicóloga colombiana, el yoga y el mindfulness se encuentran en amplia expansión y se cobran cada vez más víctimas a las que debe ayudar a sanar.
Enamorada de integrar psicología y fe
Al igual que aquella necesidad inexplicable de rezar, nada más acabar la carrera volvió a aparecer, pero esta vez para «integrar la psicología con la fe«, convencida de que «a la psicología le faltaba algo, la dimensión espiritual del ser humano».
Decidida a profundizar, dedicó un año a estudiar «diplomados de psicología vinculados a la fe católica en sanación interior, integrando el trauma, las heridas emocionales y la salación con medios católicos como la oración, ejercicios de perdón, gratitud o, en algunos casos, procesos de liberación». También se dedicó de lleno a la antropología católica, que le dio «el sentido de ver al ser humano en su integridad» y comenzó a aplicarlo a su trabajo.
Con la ayuda de uno de sus maestros en esta perspectiva, abrió su propia consulta en formato virtual junto con unas redes sociales que «creían de una forma que no sabía explicar». Pronto fue consciente de que hay muchos católicos que necesitan ayuda porque desconfían de psicólogos que hacen recomendaciones ajenas a su fe, «les da tranquilidad encontrar un psicólogo católico«.
Amenazada por lo woke por su psicología católica
Aunque vive su profesión feliz y como una auténtica vocación, no es sencillo, pues sus colegas han llegado a amenazarla con poner una queja al colegio colombiano de psicólogos para que le retiren la licencia: «A los más progresistas les da rabia solo pensar en la religión, pero he salido fortalecida«.
A día de hoy, graduada, con posgrados y tras años ejerciendo, admite por sus casos que la Nueva Era está «mucho más fuerte que nunca», recomendándose especialmente entre sus colegas el yoga y el mindfulness. Disciplinas que se ha propuesto refutar desde el plano científico-psicológico a través de incipientes estudios, que según ella ya muestran algunas consecuencias de la Nueva Era, como «ansiedad, depresión, estrés, confusión, desorientación, delirio, episodios psicóticos e incluso ataques epilépticos, entre otros».
Su misión es clara: no solo se esfuerza en abordar cada uno de sus casos desde una perspectiva integral -alma, cuerpo y mente-, sino también en explicar los daños que la Nueva Era «puede hacer al cuerpo, mente y alma y cómo esta nos engaña, mostrándose como una solución rápida y mágica a un problema, cuando realmente no existe un camino rápido en la sanación». Cuenta que, por la fe que profesa y su método, debe cuidar especialmente «no caer en intrusismo y no hacer el trabajo de un director espiritual«.
Alexandra habla sin tapujos de su metodología, haciendo ver que los psicólogos católicos, aunque no abunden, tienen múltiples herramientas. En su caso, aplica técnicas de respiración diafragmática y ayuda a enfrentar los males y síntomas en lugar de evitarlos desde el plano psicológico. En lo espiritual propone formas de oración y meditación del Evangelio, que en ningún aspecto se acercan a la Nueva Era y siempre fuera de consulta. También ayuda a sus pacientes mediante ejercicios de fortalecimiento de la voluntad, especialmente si se han dado prácticas de Nueva Era u ocultistas.
Las redes sociales de Alexandra Guzmán son toda una muestra práctica de cómo pueden ser algunos de sus principios y consejos vinculados a la piscología y que beben de su fe. Extraemos algunos de ellos:
1º Ni psicologizar ni hiperespiritualizar todo
Es una de sus máximas. Admite que, aunque en muchos casos se dan faltas de fe, «no se puede reducir un trastorno a una falta de fe», pues «la tristeza o miedo son emociones que están ahí, que cumplen una función y que el mismo Jesús experimentó». Ahora bien, matiza, «cuando estas emociones se presentan en niveles patológicos, tenemos que ir a un nivel más profundo y analizar qué ha pasado. Evitemos reduccionismos».
2º La exigencia al buscar pareja: que sea por virtud
También aborda los clichés de ser más o menos exigentes a la hora de buscar pareja. Cuenta que hay dos tipos de exigencia y una de ellas «viene del miedo al fracaso y el perfeccionismo, son esas personas que a todo le encuentran un defecto y siempre tienen una razón para no comenzar una relación». Sin embargo, se da «otra exigencia que viene de la búsqueda de virtud, de tener claro cuál es nuestro proyecto de vida, nuestros no negociables y lo que buscamos en la otra persona. Exigir virtud se hace indispensable, pero busquemos ayuda si tenemos ese patrón de normas inalcanzables y exigencia excesiva que viene de la tendencia a la evitación».
3º Pensamientos maduros: lo prohibido no suele ser un bien
«Vivimos en una sociedad atascada en el pensamiento adolescente que cree que todo lo que se prohíbe es un bien y a más se prohíba, más atractivo es. Madurar como personas implica entender que lo que se prohíbe es un mal. El ser humano necesita límites para poder vivir en sociedad, no hacerse daño a sí mismo ni a los demás, por eso es importante que existan mandatos y prohibiciones y que dejemos atrás ese pensamiento infantil e inmaduro movido por solo por deseos e impulsos».
4º La ideología de género, «mentira y omisión»
La psicóloga se muestra coherente y sin miedo en sus afirmaciones, incluso en las más polémicas, como calificar de «falta ética» promover en niños «la idea de que han nacido en el cuerpo equivocado». Su propuesta es sencilla: «Terapia psicológica para las heridas emocionales, construcción de redes de apoyo y permitirles pasar por una pubertad normal». Tampoco duda en afirmar que los promotores de estas prácticas «mienten diciendo que la fase del bloqueo de la pubertad es reversible«, y que también «omiten información porque en la mayoría de casos hay problemas psicológicos preexistentes, como trastornos del estado de ánimo, ansiedad, espectro autista, conducta alimentaria, personalidad psicótica, bullying, abusos físicos o sexuales, separación de los padres o psicopatologías en los padres», agrega.
5º Cómo enfrentar la hipersexualización de las pantallas
También aborda la hipersexualización en las pantallas y series, frente a lo que propone «evitar los autoengaños, pensar que uno controla el consumo y que no le hace daño a nadie, evitar justificarse con excusas con el fin de realizar estas prácticas, evitar el exceso de dopamina, educarse en el sacrificio haciendo pequeños actos de mortificación o formarse en una sana sexualidad como la Teología del Cuerpo y en una moral sexual».
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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