23/12/2024

¿Qué es la Inmaculada Concepción? ¿Por qué tardó en ser dogma? ¿Desde cuándo es patrona de España?

El 8 de diciembre celebra la Iglesia la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, que es además la patrona de España y, en particular, de su Arma de Infantería.

Índice de temas sobre la Inmaculada Concepción

-¿Qué significa la Inmaculada Concepción?

-¿En qué se diferencia este dogma del dogma de la Concepción Virginal?

-¿Significa que la Virgen María no fue redimida por Jesucristo?

-¿Pecó la Santísima Virgen alguna vez?

-¿Sufrió dolores de parto la Virgen María?

-¿Por qué este dogma tardó tanto en definirse?

-¿Desde cuándo es patrona de España la Inmaculada Concepción?

-¿Por qué es patrona del Arma de Infantería la Inmaculada Concepción?

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¿Qué significa la Inmaculada Concepción?

La Inmaculada Concepción de la Virgen María fue definida por el Papa Pío IX en la bula Ineffabilis Deus del 8 de diciembre de 1854 de la siguiente forma: «La bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano».

Desde ese día esa doctrina está considerada por la Iglesia como un dogma de fe, es decir, como afirmó Pío IX, «está revelada por Dios y debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles». Y si alguno no lo hace, «sepa y tenga por cierto que está condenado por su propio juicio, que ha sufrido naufragio en la fe y se ha apartado de la unidad de la Iglesia».

Como explica el Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 490-493), la razón de este privilegio concedido por Dios a la Virgen María es la «misión tan importante» que debía cumplir, como es concebir y dar a luz al Verbo Encarnado, por lo cual, «para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación, era preciso que ella estuviese totalmente conducida por la gracia de Dios» en todos los momentos de su vida.

Por tanto, desde el primer instante de su ser, cuando se unieron su cuerpo y su alma en el vientre de su madre, Santa Ana, la Virgen María fue santificada por la gracia de Dios, de modo que su alma nunca estuvo sin la gracia santificante.

¿En qué se diferencia este dogma del dogma de la Concepción Virginal?

En ocasiones hay quien confunde dos dogmas marianos: la Inmaculada Concepción y la Concepción Virginal.

Aunque hay un vínculo teológico entre ambas doctrinas, se refieren a cosas distintas.

La Inmaculada Concepción se refiere a la concepción de la Virgen María y a su alma, que por la Purísima Concepción quedó libre del pecado original.

La Concepción Virginal se refiere a la concepción de Jesucristo y a su cuerpo, que fue formado sin concurso de varón, es decir, virginalmente, pues María fue virgen antes, durante y después del parto: es el dogma de la Virginidad Perpetua de Nuestra Señora.

¿Significa que la Virgen María no fue redimida por Jesucristo?

La Virgen María, como toda la humanidad, procede de Adán, y fue incluida en la sentencia pronunciada contra Adán (por la que, tras el pecado original, perdió los dones preternaturales que disfrutaba en el Paraíso) juntamente con todo el género humano. Ella contrajo la deuda con Dios como todos nosotros, pero en atención a los méritos futuros del Redentor, esa deuda se la perdonó Dios anticipadamente. Ella no podía merecer por sus propios méritos esa gracia de la que habían gozado Adán y Eva, pero Dios, en su infinita bondad, se la restituyó desde el primer momento de su existencia, de modo que María nunca incurrió en la maldición del pecado original. (Hemos seguido en esta explicación al padre Bertrand Louis Conway [1872-1959], C.S.P.)

Por tanto, la Virgen María sí fue redimida por Cristo, pero, como privilegio especialísimo, lo fue por preservación del pecado original, una idea que introdujo el fraile Juan Duns Scoto en el siglo XIII y fue decisiva para resolver toda posible objeción a la Inmaculada. Como afirmó San Juan Pablo II en la audiencia general del 5 de junio de 1996, Duns Scoto «sostuvo que Cristo, el mediador perfecto, realizó precisamente en María el acto de mediación más excelso, preservándola del pecado original. De ese modo, introdujo en la teología el concepto de redención preservadora, según la cual María fue redimida de modo aún más admirable: no por liberación del pecado, sino por preservación del pecado».

¿Pecó la Santísima Virgen alguna vez?

En consecuencia, la «llena de gracia» (como se dirigió a ella el arcángel Gabriel en la Anunciación) jamás cometió un solo pecado contra Dios. No solo no hubo en su alma la mancha del pecado original, sino que, dice el Catecismo de la Iglesia Católica, «por la gracia de Dios ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida».

El Concilio de Trento (canon 23 sobre la justificación) definió que el hombre no puede evitar a lo largo de toda su vida los pecados veniales «si no es ello por privilegio especial de Dios, como de la bienaventurada Virgen lo enseña la Iglesia«.

La Inmaculada de El Escorial, de Bartolomé Esteban Murillo.

Esto tiene una gran trascendencia para la vida espiritual de los cristianos, pues convierte a la Madre de Dios en el modelo a seguir para acercarnos a la petición de Jesús: «Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48).

Y aleja de la verdad a quienes, sin acusar a la Santísima Virgen de pecado, la presentan como responsable de la más mínima imperfección que la alejase ni lo más mínimo de la absoluta sumisión a la voluntad de Dios. 

Así lo sentenciaron los primitivos Padres y doctores:

San Efrén (306-373): «María fue tan inocente como Eva antes de la caída, Virgen ajena a toda mancha de pecado, más santa que los serafines, la fuente sellada del Espíritu Santo, semilla pura de Dios, siempre pura e inmaculada en cuerpo y mente».

San Agustín (354-430): «Al discutir la cuestión del pecado hay que exceptuar a la Virgen María, sobre la cual no permito que se discuta, por el honor que se debe a Nuestro Señor, y porque ignoramos la cantidad de gracia que Dios le concedió para que en todo momento pudiese sobreponerse al pecado».

¿Sufrió dolores de parto la Virgen María?

La Santísima Virgen padeció los sufrimientos físicos y espirituales inherentes a su condición humana. Los padeció incluso Jesucristo, cuya hambre, sed y cansancio nos relatan los Evangelios, así como su dolor, por ejemplo, ante la muerte de Lázaro. Pero estos sufrimientos de la Virgen, como sentenció San Pío V en 1567 al condenar los errores de Miguel Bayo «no fueron castigos del pecado actual ni original», que ni cometió ni tuvo.

Ahora bien, la Tradición ha considerado siempre, en atención a las propias palabras de Yahveh a Eva cuando expulsó a nuestros primeros padres del Paraíso (a saber, «parirás hijos con dolor» [Gén 3, 16]) que los sufrimientos de la mujer en el alumbramiento son castigo del pecado original (como lo es para el hombre ganar el pan con el sudor de su frente, Gén 3, 19), y por tanto la Virgen estuvo excluida de ellos. Lo que, por otro lado, concuerda con su virginidad durante el parto, que es dogma de fe.

En su sermón De Nativitate le dice San Agustín a la Virgen: «Ni en la concepción se alejó de ti el pudor, ni en tu alumbramiento se hizo presente el dolor», y hace la comparación de que Cristo pasó al nacer como la luz por el cristal.

Santo Tomás de Aquino lo expresa de forma muy directa: «El dolor de la parturienta se produce por la apertura de las vías por las que sale la criatura. Pero ya se dijo antes que Cristo salió del seno materno cerrado, y de este modo no se dio allí ninguna apertura de las vías. Por tal motivo no existió dolor alguno en aquel parto, como tampoco hubo corrupción de ninguna clase» (Summa Theologica, IIIª, q. 35, a. 6).

Por tanto, las películas y series que representan la escena de la Natividad con dolor de Nuestra Señora en el parto desfiguran la realidad de lo que pasó e, indirectamente, niegan la Inmaculada Concepción que la libró, ya que no de otros dolores terribles (como los que sufrió por Cristo y por nuestra redención), sí de esos.

¿Por qué este dogma tardó tanto en definirse?

Nunca los cristianos dudaron de la santidad inefable de la Virgen María.

Así decía San Ireneo (140-205): «Así como Eva por su desobediencia fue la causa de la muerte para sí y para todo el linaje humano, así María, Madre del Hombre predestinado, y siendo aún Virgen, por su obediencia fue la causa de salvación para sí y para todo el género humano».

Todos y cada uno de los santos y doctores que, en los debates medievales, se oponían a la idea de la Inmaculada Concepción (entre ellos, San Bernardo, el más mariano de todos ellos), proclamaban la plenitud de gracia de Nuestra Señora durante toda su vida.

La única objeción era encajar esa idea en la universalidad del pecado original y de la redención, expresadas reiteradamente en las Sagradas Escrituras. Como dijo San Juan Pablo II en la audiencia general del 5 de junio de 1996, argumentaban así: «La redención obrada por Cristo no sería universal si la condición de pecado no fuese común a todos los seres humanos. Y si María no hubiera contraído la culpa original, no hubiera podido ser rescatada. En efecto, la redención consiste en librar a quien se encuentra en estado de pecado».

Por tanto, la discusión medieval en torno a la Inmaculada Concepción no se refería a la  perfecta identificación con Dios de Nuestra Señora, sino al modo en el que fue redimida. Resuelta la cuestión según la propuesta de Duns Scoto, desaparecía el obstáculo y la devoción a la Purísima no dejó de crecer en todo el orbe cristiano durante los siglos que precedieron a su declaración como dogma.

¿Desde cuándo es patrona de España la Inmaculada Concepción?

España se ha distinguido en la historia por una particular defensa del dogma de la Inmaculada Concepción, hasta convertirla en su patrona en el siglo XVII. Espiguemos algunos hechos.

Ya a finales del siglo VII, el rey visigodo Wamba había adoptado el título de Defensor de la Purísima. Su sucesor, Ervigio, prohibió trabajar durante esa fiesta, que San Ildefonso había mandado guardar en toda España.

Cuando en el siglo XIII se planteó la controversia teológica en torno a la Inmaculada, los condes de Barcelona la tomaron bajo su protección, y en Vich y Gerona empezó a celebrarse litúrgicamente con oficio propio.

La Corona de Aragón se volcó con la Virgen, como herencia de la predicación del mallorquín Raimundo Lulio.

Pedro el Ceremonioso instituyó en 1333 la Cofradía Real de la Inmaculada Concepción, a la que han pertenecido todos los monarcas españoles. Juan I dictó un decreto en 1384 prohibiendo “a todos los que dan lecciones públicas del Evangelio sostener cosa alguna que pueda dañar la creencia en la pureza y santidad de esta bienaventurada concepción”. En 1408, Martín el Humano declaró enemigos del Estado a cuantos impugnasen el misterio.

Fernando el Católico, antes del asalto final a Granada, mandó erigir un altar de campaña dedicado a la Purísima e hizo voto de consagrarle la mezquita mayor de la ciudad. Carlos I ordenó celebrar la fiesta con la solemnidad con que él lo hacía en su Corte.

Finalmente, el Papa Clemente XIII la declaró oficialmente en 1664 patrona de España.

Este compromiso con la Inmaculada de los reyes iba en paralelo con el de la sociedad, en particular en el ámbito universitario, pues la obtención de los grados de bachiller a doctor exigía jurar a María concebida sin pecado original.

Y lo mismo puede decirse del arte. Según el historiador del arte José Camón Aznar (1898-1979), la Inmaculada «es la gran creación del arte español” y «una de las ejecutorias más líricas de nuestra espiritualidad”, con Velázquez, Pacheco, Zurbarán, Ribera y, sobre todo Murillo (quien pintó más de una docena) entre los artistas que le consagraron su don.

En cuanto a los propios sacerdotes, empezaban todos sus sermones con una alabanza a la Purísima, y esto calaba en el pueblo. En 1842 un sacerdote francés, el abate Orsini, constataba que en España el Ave María Purísima respondido por el Sin pecado concebida no era sólo una frase devota: “Se ha hecho la frase favorita que compone el saludo nacional”.

España llevaría esta devoción a América, de modo que el amor a la Inmaculada Concepción es hoy patrimonio de todos los pueblos trasatlánticos a los que los españoles (los religiosos, los soldados y los civiles por igual) llevaron su fe mariana. 

¿Por qué es patrona del Arma de Infantería la Inmaculada Concepción?

La Inmaculada Concepción es oficialmente la patrona del Arma de Infantería desde 1892.

Pero la historia hunde sus raíces tres siglos antes. 

En Flandes, en 1585, los Tercios habían quedado atrapados en la isla de Bommel por un enemigo superior en número, rodeados por el fuego de los barcos enemigos y sin víveres. Llevaban días asediados en el castillo de Empel, cuando al cavar una trinchera un soldado halló un cuadro de la Inmaculada Concepción.

Era una señal. Entronizaron la imagen y Francisco Arias de Bobadilla arengó a sus tropas: “¡Soldados! El milagroso hallazgo viene a salvarnos. ¿Queréis que abordemos de noche las galeras, prometiendo a la Virgen ganarlas o perder todos, todos, sin quedar uno, la vida?”

Esa noche ocurrió el prodigio. Las aguas se helaron con espesor y rapidez insólitos. La fiel infantería atacó entonces y escapó al cerco. Ninguno de aquellos cuatro mil hombres dudó nunca de a quién debían el seguir vivos. Es el conocido como «milagro de Empel«, que vinculó aún más al Ejército español, y con él a toda España, con la Inmaculada.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»