En Haití, la Carta Magna permite que la fe se puede practicar libremente en todo el país, reconociéndolo como un derecho de sus habitantes. Pero el padre Baudelaire Martial, sacerdote haitiano de la congregación de Santa Cruz y director del centro de jóvenes Foyer de l’Esperance sabe bien que la realidad dista mucho de la plasmada en la Constitución.
Actualmente el país se encuentra sumido en el caos generalizado y estructuras estatales como el Parlamento, el poder judicial y la Administración pública han sido derribadas, tomando las bandas y pandillas buena parte del control del país.
Se trata de una espiral que se agravó con el asesinato del presidente Jovenel Moïse en julio de 2021. Desde entonces, la pobreza, las catástrofes naturales, el hambre o las epidemias se han cebado entre la población.
Especialmente las bandas, pandillas y los conocidos como «escuadrones de la muerte«: según cifras de las Naciones Unidas, la violencia ha provocado que casi 20 000 personas de la capital vivan en condiciones catastróficas similares a la hambruna y decenas de miles han abandonado sus hogares. La capital, Puerto Príncipe, se encuentra bajo el control de las bandas en un 80% del territorio.
La inseguridad también hace mella entre los sacerdotes, muchos perseguidos. Lo reflejó Jean Désinord, obispo de Hinche, cuando en 2021 reconoció el temor de los religiosos a ser secuestrados. «Nos preguntamos quién será el próximo. ¿Seré yo o un hermano sacerdote? Los sacerdotes y religiosos corren verdadero peligro de psicosis. Vivimos con un miedo constante», relató el obispo.
«He tenido que tirarme al suelo para evitar los proyectiles»
Entrevistado por Ayuda a la Iglesia Necesitada, Martial corrobora que, «cuando uno sale de su casa, no sabe si volverá».
«A veces he tenido que tirarme al suelo para evitar los proyectiles. Oímos el ruido de las armas automáticas durante todo el día. Así que sí, tenemos miedo, pero tenemos que estar presentes para apoyar a nuestra gente. Estamos sufriendo, pero estamos llamados a ir más allá de ese sufrimiento, hacia la esperanza», relata.
Cuenta que todo lo que puede ser considerado un servicio normal en un país seguro, en Haití está cerrado o secuestrado: la gente pasa hambre y no tiene medicinas, los médicos son secuestrados, las escuelas están cerradas, amplios focos del sector agrícola han sido tomados por las bandas y ser un niño no es garantía de estar a salvo.
Cuenta el caso del Foyer de l’Esperance, centro social para jóvenes que dirige, donde una niña de 12 años fue asesinada y otra fue agredida.
La Iglesia no es una excepción, habiendo muchas parroquias cerradas, especialmente las que se encuentran en «zonas de combate». Otras, las accesibles, reagrupan a los fieles y permiten cierta atención pastoral.
Una «campaña contra la Iglesia»
Por el momento, antes de pensar en la reforma institucional, «la prioridad para todos» sigue siendo «la seguridad». «¡Más incluso que la necesidad de comer!», exclama.
El sacerdote considera que, más allá del caos institucional, «hay una campaña orquestada contra la Iglesia, porque tantísimos sacerdotes y religiosas han sido y son víctimas de estas bandas».
«Sólo en mi comunidad secuestraron a un sacerdote y tuvimos que pagar un rescate por su liberación. Muchas diócesis y comunidades sufren robos y agresiones. Así presionan a la Iglesia para silenciarnos«, relata.
Pero pese a todo, «la fe de los fieles sigue viva». Y eso depende en buena medida de los sacerdotes. Pese al miedo, Martial anuncia que seguirá cumpliendo la «misión profética» de todo sacerdote, «denunciar lo que está mal».
«No tenemos derecho a rendirnos, debemos seguir»
«Sabemos que, por tener esta postura, corremos riesgos, pero aceptamos nuestra cruz. Como Iglesia, debemos tener la fe y el valor de acompañar a la población, a los que sufren, y seguiremos haciéndolo aun a riesgo de morir por ello», asegura.
A la perseverancia en la fe, el sacerdote agrega la labor de «mantener viva la esperanza» como otra de sus misiones más importantes.
Afortunadamente, subraya, «la Iglesia está ahí para apoyar a la gente. Algunas personas están traumatizadas y han sufrido heridas graves y abusos, pero, a medida de que pasa el tiempo, el shock también disminuye. El miedo sigue ahí, pero, como Iglesia, no tenemos derecho a rendirnos; debemos seguir adelante e infundir esperanza».
La calma no basta: «Exigimos la liberación»
Los organismos internacionales también parecen contribuir a que un pequeño halo de esperanza sobrevuele el país. A lo largo del último mes, dos contingentes de cientos de policías kenianos respaldados por la ONU han llegado al país para reforzar a la policía nacional de Haití y acabar con los “niveles extremos de violencia armada” de las pandillas acusadas de matar a más de 4.450 personas el año pasado y herir a otras 1.668.
El sacerdote Martial considera que, con su llegada, se espera «remontar» o, al menos, mejorar, mientras observa como «el miedo comienza a cambiar de bando y las bandas intentan negociar».
Desde hace algunos días, la situación parece estar más calmada. Pero el sacerdote no se conforma. «Exigimos la liberación de Puerto Príncipe y de todos los rincones remotos de Haití para poder vivir como antes», concluye.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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