Hemeroteca Laus DEo13/06/2021 @ 17:00
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San Antonio de Padua, aparte de gran santo, también fue un gran taumaturgo; de hecho sus milagros se cuentan por centenares. Después de su muerte se recopilaron cincuenta y tres milagros auténticos para su canonización, que fueron leídos ante el Papa Gregorio IX, quien lo canonizó antes del año de su muerte.
Los datos más seguros sobre su vida los tenemos en un contemporáneo suyo, religioso franciscano como él, que permaneció en el anonimato y que lo conoció y pudo realizar averiguaciones entre los que lo conocieron y recibieron los milagros, maravillosamente documentados.
Fue San Antonio un gran teólogo y escriturista, que conocía a San Agustín a la perfección, pues antes de ser franciscano había sido canónigo regular de San Agustín. Pero quedó entusiasmado con el espíritu evangélico de los primeros franciscanos que llegaron a Coímbra, en Portugal, donde él residía. Quiso ser mártir y pidió ir a Marruecos. Sin embargo, una enfermedad le impidió predicar y llegó a Italia, donde pudo conocer a San Francisco, quien, al conocer que era docto, le encargó de la predicación y de la enseñanza teológica a sus hermanos religiosos.
Luchó con entereza contra los herejes de su tiempo para convencerlos con su predicación y milagros de las Verdades de la Fe Católica. El Papa Pío XII lo nombró Doctor de la Iglesia el 16 de Enero de 1946, mediante la Carta Apostólica «Exulta, Lusitania felix».
Tiene su origen en uno de los muchos prodigios atribuidos a San Antonio de Padua. Un niño, dejado sólo cerca de un recipiente lleno de agua, cayó dentro y se ahogó. La madre, desesperada, recurrió a su fe al Santo e hizo el voto de dar a los pobres tanto trigo como pesaba su hijito, si el niño resucitaba (cf. Rigauld, Vita, cap. X, 3). Y así fue. Nació entonces la devoción llamada «pondus pueri», el peso del niño, con fines benéficos.
Los padres prometían a San Antonio tanto pan como el peso de sus chiquillos, para que los protegiera de las epidemias y de otros males. La pía práctica, disminuyó en la edad media y después desapareció.
Sólo hacia finales del siglo XIX renació, por mérito principalmente de don Antonio Locatelli, difundiéndose en todo el mundo, hasta el punto de que en muchas iglesias, junto a la imagen o estatua de San Antonio, se encuentra la cajita con el letrero: «Pan de San Antonio».
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