El 9 de diciembre, tres días antes de la fiesta de la Virgen de Guadalupe, la Iglesia celebra la fiesta litúrgica del santo testigo de estas apariciones marianas que construirían un nuevo mundo.
Juan Diego fue testigo de una aparición de la Virgen y varios milagros, pero también fue testigo de un cambio de civilización. Hace unos meses, lo señalaba el periodista Carlos Villa Roiz, al presentar su libro San Juan Diego, su mundo y su tiempo, un volumen ilustrado de 400 páginas lleno de contexto histórico.
Juan Diego vivió de 1474 a 1548. Los historiadores conocen esa época por los textos históricos de fray Diego Duran, los Relatos de Chimalpaín, la Crónica Mexicáyotl de Tezozómoc, los escritos de Motolinía (el franciscano Toribio de Benavente), fray Bernardino de Sahagún, Bernal Díaz del Castillo, Fernández de Oviedo, Bartolomé de las Casas y otros.
Como el resto de sus contemporáneos, Juan Diego vivió sequías e inundaciones, terremotos y guerras.
Las guerras de un viejo mundo
Fue testigo del reinado de 6 emperadores aztecas (tlatoanis) y dos españoles. Tenía 4 años cuando el emperador Axayácatl fue terriblemente derrotado por los purépechas de Michoacán, que tenían armas de bronce. La derrota fue realmente traumática y debió saber de ella al crecer.
Los michoacanos, fieros guerreros, nunca serían conquistados por los aztecas, pero los españoles los conquistaron en 1522, hace cinco siglos, sin derramamiento de sangre: sus soldados huyeron al sonar las armas de fuego. Sacrificaron 800 esclavos y prisioneros pidiendo ayuda a los dioses, pero la expedición de Cristóbal de Olid enseguida ocupó la ciudad sin más combates y derribaron los templos para demostrar la inexistencia de los viejos dioses sedientos de sangre. Juan Diego debió escuchar las noticias de esta conquista de Michoacán con 48 años.
Juan Diego tenía 13 años en 1487, cuando se reconsagró el Templo Mayor de Tenochtitlán, en el reinado de Ahuízotl, el tío de Moctezuma y padre de Cuahtémoc. Para celebrarlo, durante 4 días fueron sacrificadas allí miles de personas: las cifras que manejan los historiadores oscilan entre las 3.000 y las 84.000 víctimas. Los aztecas, especialmente los guerreros, la nobleza y los sacerdotes, comían luego la carne de los sacrificados (lea aquí sobre el muy documentado canibalismo azteca).
En 1519, Cortés llegó a Tenochtitlán: Juan Diego tenía entonces 45 años. Dos años después caía el Imperio Azteca.
Juan Diego, que no era azteca, sino de etnia chichimeca, nacido en Cuauhtitlán, entonces reino de Texcoco, se debió bautizar en 1524 o poco después, junto con su esposa, con la llegada de frailes franciscanos. Su esposa moriría en 1529. Las apariciones de la Virgen las vivió como cristiano viudo y devoto, ya mayor, en 1531, con 57 años.
Así, señala el libro de Carlos Villa Roiz, conoció el reinado de dos monarcas españoles: Carlos V y Felipe II; 7 reyes de Texcoco, 2 de Tlatelolco, 5 gobernadores de indígenas, 2 Audiencias en la Nueva España, un Virrey, 5 pontífices en Roma, un arzobispo en México y dos obispados más, y también vio llegar a 3 órdenes religiosas, la fundación de 4 colegios, la biblioteca de la Catedral, creada el 21 de mayo de 1534 y las bibliotecas conventuales.
Una nueva civilización
Vio llegar la imprenta (la trajo el obispo Juan de Zumárraga, la primera del continente americano), la implantación del uso de monedas, la llegada de animales domésticos comestibles como cerdos, gallinas y ovejas, y de animales útiles como los asnos, burros y mulas, que podían llevar cargas que antes sólo viajaban en piragua o en espaldas de esclavos y siervos.
Juan Diego oyó hablar de Europa y del descubrimiento de Filipinas, vio la edificación de 4 hospitales y sobrevivió a 3 epidemias (incluyendo la que mató a su sabio tío Bernardino). Debió alegrarse con el fin de los sacrificios humanos y del canibalismo. Debió asombrarle conocer no sólo a los hombres blancos, sino más adelante a los hombres negros que venían con ellos, de una tierra misteriosa donde todos eran de ese color.
Y desde 1531 se convirtió en el portador del mensaje de la Virgen para quien quisiera escucharlo.
San Juan Diego Cuauhtlatoatzin fue beatificado en 1990 y canonizado en 2002, en ambos casos por el papa Juan Pablo II. Juan Diego se convirtió en el primer santo indígena del continente americano. También fue el tercer mexicano en ser canonizado tras San Felipe de Jesús y el grupo de 27 mártires de la Guerra Cristera.
Peregrinos a la casa de San Juan Diego
En la Villa de Guadalupe, en la Antigua Parroquia de Indios, estuvo la casa donde el Juan Diego de edad avanzada vivió sus últimos años: allí custodió durante 17 años la tilma milagrosa donde la Virgen de Guadalupe dejó su imagen. Era una ermita ordenada construir por el obispo Juan de Zumárraga. Más en concreto, según los historiadores, Juan Diego vivía en una casa adyacente a la ermita, la cuidaba y contaba a todos su experiencia con la Virgen.
Esta pared -en la llamada Parroquia de Indios- casi seguro fue parte de la casa y ermita que cuidó San Juan Diego en sus últimos años, custodiando allí la tilma del milagro de Guadalupe.
Casi un siglo después, en 1649, se construyó un edificio más grande, la Parroquia de Indios. Pero se ha preservado parte de la pared de la ermita original: allí estuvo la tilma 117 años, hasta 1709, cuando fue trasladada a la Antigua Basílica de Guadalupe, ahora llamada Templo Expiatorio de Cristo Rey. En esa pared, testigo de la tilma más de un siglo, refugio del indio anciano y santo, muchos peregrinos rezan, se emocionan y a veces lloran.
¿Dónde están los restos mortales de San Juan Diego? No se sabe. Pero los historiadores sospechan que podrían estar ahí, donde estuvo la antigua ermita que él cuidó. Pero excavar y buscarlos dañaría lo poco que queda de la vieja ermita original, y no es algo que se plantee hacer.
Donde estaba situada la casa de san Juan Diego, hoy hay una gran cruz de cemento. En el lado norte o la parte trasera de la antigua parroquia, está el famoso árbol de cazahuate donde se apareció la Virgen.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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