Titulaba ayer Diario de Sevilla: “La natalidad ha caído en la provincia un 30% en los últimos diez años”. En efecto, se ha pasado de 21.145 nacimientos en 2012 –cifra ya reducidísima para una población de más de 1.600.000 personas– a la casi increíble de solo 14.604. Y si esto es en Sevilla, una de las provincias demográficamente más dinámicas de España, ya podemos imaginar lo que estará pasando en otras zonas andaluzas, sobre todo del interior.
Los datos son simplemente catastróficos y es asombroso que no despertemos ante ellos.
¿Imaginan que en diez años hubiera caído la renta disponible en un 30%? ¿O que el paro hubiera aumentado otro tanto en esa década? ¿Que la criminalidad se hubiera disparado en ese porcentaje? Seguramente estaríamos alarmados, indignados, sumamente preocupados.
Pues bien, mucho peor que esos indicadores, que podrían más o menos resolverse con medidas políticas al uso, es, a la larga, el hundimiento de la natalidad en esa proporción y sin esperanza en un cambio de tendencia.
Sin necesidad ahora de preguntarnos qué denota ese hecho inaudito en la historia de que los jóvenes se nieguen a procrear y en alta proporción ni se lo planteen, hemos de asumir que nos encontramos ante un fenómeno de consecuencias ciertamente desconocidas, incontrolables, ya que no hay precedente histórico alguno.
La tendencia en Sevilla no parece remontar, ni siquiera frenarse: y no es de las peores provincias de España. Infografía: Grupo Joly / Diario de Sevilla.
Pero quizá lo peor es la paralización de todas las instancias concernidas, desde el Gobierno de la nación a los ayuntamientos, desde los partidos políticos a la Iglesia, que miran para otro lado o reducen el problema a cuatro datos económicos y sociológicos que influyen poco o nada.
La caída a plomo de los nacimientos afecta tanto a ricos y pobres como a medianos, a gentes que habitan en barrios o en pueblos, en casas grandes o pequeños apartamentos.
Su causa seguramente anida en la crisis de la familia, en la facilidad para la contracepción y el aborto, en el giro radical hacia una sociedad ansiosa de bienes cuya adquisición no implique compromiso, y menos aún vitalicio.
Y ante todo esto, ante la falta de voluntad para afrontarlo, surgen soluciones como la propuesta hace unos días por el Banco de España para resolver lo de las pensiones, único aspecto de la cuestión que a muchos parece interesar: importar veinticuatro millones de inmigrantes hasta 2050.
Ni los negreros de otros siglos hubieran sido capaces de proponer algo tan insensato e inmoral.
Rafael Sánchez Saus es catedrático de Historia Medieval en la Universidad de Cádiz.
Publicado en Diario de Sevilla.
(Lea más en ReL sobre Natalidad, aquí).
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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