¿Qué formas adopta el satanismo en la actualidad? ¿Qué vínculos tienen el esoterismo y el ocultismo con el satanismo? En el nº 363 (noviembre de 2023) de La Nef, que consagra un dossier especial al demonio, el padre Jean-Christophe Thibaut, antiguo satanista, ofrece una breve panorámica de fenómenos que no deben pasarse por alto.
El satanismo hoy
Podríamos pensar que el satanismo es una realidad marginal que no merece demasiada atención, que las cuestiones de la influencia demoníaca son principalmente asunto de psiquiatras. Incluso la Iglesia se cuida de no hablar demasiado abiertamente del diablo, con la excepción del Papa Francisco, que denuncia sin pudor su influencia maligna en nuestras vidas y en nuestras sociedades secularizadas.
Pero el satanismo sigue actuando hoy en día. Basta pensar en los numerosos casos de profanación de iglesias en París y otros lugares. El Ministerio del Interior reveló que entre enero y octubre de 2021 se registraron 1.380 actos antirreligiosos, por no hablar de las agresiones físicas a religiosos o creyentes. Más recientemente, en marzo de 2023, el servicio estadístico del Ministerio del Interior reconoció que los delitos antirreligiosos habían aumentado un 5% en 2022 con respecto a 2021.
Aunque no todas estas profanaciones tienen un origen satánico, la influencia del Maligno nunca está del todo ausente. El sociólogo religioso Jacky Cordonnier afirma que 25.000 personas en Francia están en contacto con el satanismo, todas las ramas juntas, y que el 80% de los adeptos tiene menos de 21 años. Sin embargo, no son las organizaciones que hacen referencia a Satán (la Iglesia de Satán, el Templo de Set, El Templo Satánico, etc.) las más temibles, sino todos los pequeños grupos informales que constituyen el grueso del batallón, este «satanismo salvaje» incontrolado e incontrolable, más activo y más temible que los movimientos abiertamente satánicos o luciferinos.
La Iglesia, en retirada
Hay que decir que el satanismo es ahora más un fenómeno descrito por la sociedad civil que por la propia Iglesia. En 2006, la Misión Interministerial de Vigilancia y Lucha contra las Derivas Sectarias (Miviludes) elaboró un informe bien documentado (El satanismo, un riesgo de deriva sectaria) sobre el tema.
En su prólogo, el prefecto Jean-Michel Roulet escribe: «¿Por qué se preocupa la República del Diablo?«. De hecho, lo que habríamos esperado es que quien se ocupara de esta cuestión pastoral, que tiene más que ver con la espiritualidad que con la política, fuese la conferencia episcopal francesa. Tal es la paradoja de nuestro tiempo: el diablo y las fechorías que sigue cometiendo, en particular entre los jóvenes, son minimizados por una Iglesia más preocupada por sí misma que por su misión de «expulsar a los demonios».
Por supuesto, Miviludes no se interesa por el diablo como realidad espiritual, sino que se preocupa por los frecuentes comportamientos de riesgo de quienes se declaran satanistas. El prefecto Roulet prosigue, en una frase cuando menos ambigua: «En virtud de la ley de 1905 y de los principios de la laicidad, el diablo tiene derecho de ciudadanía en nuestro país».
En efecto, el Maligno parece sentirse como en casa y ejercer su influencia mefítica de forma más o menos abierta en todos los ámbitos de nuestra sociedad secularizada. Sin embargo, el satanismo no es una creencia más, precisamente porque el diablo es un ser espiritual real y no un símbolo del mal (Catecismo de la Iglesia Católica, 2851).
Satanás sigue actuando hoy como lo hizo en el pasado, persiguiendo sus dos objetivos fundamentales, que son apartar al hombre de Dios e «imitar» al Creador tratando de mantener un culto sacrílego en el que es adorado por devotos dispuestos a consagrar su vida a prolongar su reinado en la tierra.
Monumento del Ángel Caído, inaugurado en 1885 en el Parque del Retiro de Madrid.
Satanás es, pues, fundamentalmente el enemigo de la humanidad y el rival de Dios. A lo largo de la historia, el Diablo y los ángeles apóstatas «adaptan» sus estrategias según los tiempos y las oportunidades de que disponen. Por eso debemos identificar las «lagunas» y «resquicios» que utilizan para lograr sus fines. Algunos son idénticos a los del pasado, mientras que otros son nuevos y específicos de nuestro siglo.
También debemos distinguir entre la acción que el mundo demoníaco puede ejercer sobre los individuos y, más ampliamente, la influencia que puede ejercer sobre las masas, o incluso sobre la sociedad y sus dirigentes. Porque el demonio es más formidable no en los tormentos que inflige a las personas abusando de ellas, sino en la influencia discreta que ejerce sobre nuestros dirigentes, en los parlamentos y en los ministerios, en las logias masónicas que preparan las leyes éticas que, poco a poco, socavan los cimientos evangélicos de nuestra sociedad.
Las influencias individuales
Empecemos por la cuestión de las influencias individuales. Cabe señalar que las solicitudes de exorcismos se han multiplicado considerablemente en los últimos años. Una de las razones principales es el interés actual por las prácticas ocultas, el esoterismo y la brujería. Cuando la Iglesia está en crisis y la fe en Dios decae, la mentalidad mágica se desarrolla según el principio tradicional de los vasos comunicantes.
Aunque no es la primera vez que la Iglesia se enfrenta a este desafío, hay que decir que la amplitud de este retorno de la «mentalidad mágica» no tiene precedentes. Una reciente encuesta de la empresa demoscópica IFOP para AMB-USA realizada conjuntamente en Estados Unidos y Francia muestra un claro aumento de la creencia en las ciencias ocultas: el 69% de los estadounidenses y el 59% de los franceses comparten al menos una creencia ocultista (astrología, adivinación, clarividencia, brujería, etc.).
Las encuestas de opinión pública muestran que una de cada cuatro personas consulta a videntes y que hay más de 100.000 astrólogos y médiums registrados, a los que hay que sumar los que ejercen de manera ilegal (esta cifra bien podría triplicarse). Para poner esta cifra en perspectiva, hay ocho veces más videntes que sacerdotes y el doble de médiums que psicólogos o psicoterapeutas, una profesión en alza desde 2018.
Si en el siglo XIX se acudía a un sacerdote en un confesionario para tranquilizar la conciencia, si en el siglo XX se acudía al diván de un psiquiatra o a un psicoanalista, nuestros contemporáneos de principios del siglo XXI prefieren confiar en un vidente. Pero son sobre todo los jóvenes quienes se dejan seducir por el esoterismo: el 70% de los jóvenes de 18 a 24 años se sienten atraídos por el ocultismo (encuesta del IFOP para Femme actuelle publicada el 2 de diciembre de 2020). Las redes sociales ofrecen una plataforma ideal para las jóvenes brujas, que son auténticas estrellas en TikTok e Instagram, con millones de seguidores.
Las ventas de libros esotéricos no dejan de aumentar, mientras que las de literatura religiosa han disminuido un 13% este año… Aunque la práctica de lo oculto no conduce directamente al satanismo, abre las puertas al mundo invisible y crea vínculos con el diablo, seamos o no conscientes de ello.
Los exorcistas constatan que una gran parte de las peticiones proceden de personas que han practicado el ocultismo, ya sea a través de consultas a médiums (adivinos, curanderos, chamanes, etc.) o -una novedad con respecto a siglos anteriores- porque han recurrido a la medicina alternativa o a métodos de desarrollo personal basados en principios esotéricos.
Las prácticas ocultas
Por supuesto, no se trata de estigmatizar todas las terapias alternativas: algunas no tienen base ocultista, aunque no tengan eficacia real, que es otra cosa. Sin embargo, desde la crisis sanitaria del covid-19, la desconfianza hacia la ciencia y la medicina convencional ha aumentado considerablemente, al igual que una cierta ansiedad ante el futuro.
Si en el pasado las crisis y las guerras empujaron a la gente a volver a las iglesias, muchos de nuestros contemporáneos -e incluso creyentes practicantes- acuden en masa a las consultas de magnetistas, energetistas o psicoterapeutas, o practican la meditación, el reiki, la sofrología y otros métodos terapéuticos hoy en boga.
Según algunos observadores, las consultas a astrólogos y clarividentes, sobre todo en internet, se han multiplicado por diez desde 2020. Sin embargo, la Biblia (Lv 18,10-12; Is 18,19; Ga 5,19, etc.) y la Iglesia (Catecismo de la Iglesia Católica, 2115-2117) no han cesado de advertir a los creyentes contra toda práctica ocultista, «aunque tenga por objeto procurar la salud», dice el Catecismo.
En efecto, la magia nos aleja de Dios (Dt 13,2-6), porque preferimos depositar nuestra confianza en fuerzas ocultas o apelar a entidades espirituales antes que a Dios y a la Providencia divina. Con la magia, nos cerramos a la gracia porque nos situamos como únicos dueños de nuestro destino. Volvemos a la vieja tentación de la Serpiente en el Jardín del Edén: «Seréis como dioses» (Gn 3,5). La magia es una ofensa a la soberanía de Dios y una desobediencia a su ley. Es un pecado, y todo pecado crea un vínculo con el Maligno.
El sacerdote Salvador Hernández Ramón, exorcista de la diócesis de Murcia, charló con José María Zavala sobre las múltiples formas de actuación del demonio y la forma de combatirlas.
El diablo actúa ante todo como tentador. Aunque, como todos los ángeles, posee algunas facultades preternaturales que tienen efecto sobre el mundo natural (la materia), estas son relativamente pequeñas y limitadas. Tiene menos poderes de los que nos quiere hacer creer. Por otra parte, empuja a la gente a trabajar por su propia condenación. Aunque no tiene acceso a la voluntad ni a la inteligencia (salvo para debilitarlas y oscurecerlas), puede llegar a las personas a través de su imaginación, su memoria y su sensibilidad.
El primer nivel de la acción del demonio, el más ordinario y común, es el de la tentación. Pero a veces puede ejercer un dominio excepcional sobre el cuerpo y la mente. Estos niveles «extraordinarios» no son todos igual de graves. Afortunadamente, la posesión es extremadamente rara. Teólogos y exorcistas han definido distintos niveles de dominio, desde la vejación y la infestación hasta la obsesión y la opresión, pasando por la posesión. Solo esta requiere el rezo de un exorcismo solemne (gran exorcismo), reservado al obispo o a su delegado.
Cada nivel se define por una serie de criterios, aunque los exorcistas aún no están totalmente de acuerdo en este punto. Mientras que un sacerdote puede ofrecer la oración de liberación en los casos menos graves, el servicio de exorcismo que (normalmente) existe en todas las diócesis (basta con llamar por teléfono al obispado para concertar una cita) es necesario en los casos de posesión.
Sin embargo, como la Iglesia desea -con razón- actuar de forma prudente y equilibrada, asistimos a una verdadera desproporción entre la oferta y la demanda: el exorcista diocesano se ve a menudo desbordado y la espera para encontrarlo puede ser a veces larga. Así, al no encontrar la ayuda espiritual que esperaban, algunas personas atormentadas recurren a falsos exorcistas, a personas que quitan los hechizos y a chamanes, que no solo las arruinan económicamente, sino que también agravan el problema.
Si el diablo es la causa de ciertos controles demoníacos individuales, existe también un cierto número de individuos que eligen libremente «seguir» a Satanás, incluso pactar con él. En Francia, estos distintos grupos son subproductos del satanismo estadounidense. Se remiten a La Biblia satánica de Anton LaVey, fundador de la Iglesia de Satán, y a la neohechicería wiccana de Brousseau. También pretenden poner en práctica los rituales del «mago negro» Aleister Crowley, padre del satanismo moderno.
Todos estos grupos más o menos organizados, que no superan los cincuenta (fuente: AFP del 17 de febrero de 2005), no creen a menudo ni en Dios ni en el diablo. Satán o Lucifer sirve de símbolo de la rebelión del hombre que quiere liberarse de todas las ataduras sociales y religiosas.
Por el contrario, la mayoría de los adeptos del satanismo salvaje rinden más claramente un culto demoníaco y a veces pasan a la acción. Refiriéndose a ciertos videojuegos, prácticas espiritistas, grupos de música metálica o cantantes (Marilyn Manson, Lady Gaga, Mylène Farmer, Katy Perry, etc.) cuyas letras toman al pie de la letra, estos satanistas pueden pasar a la acción, llegando a veces al asesinato ritual, como los adolescentes italianos que mataron a puñaladas a la monja Maria Laura Mainetti, beatificada por el Papa Francisco en 2021.
En el año 2000, tres adolescentes italianas asesinaron a María Laura Mainetti, quien había sido su catequista, atestándole 19 puñaladas, una por error: querían darle 18, de modo que fuesen 6 cada una y conformar el 666. Su objetivo inicial había sido un sacerdote, pero cambiaron de idea por si no podían reducirle.
Bajo la dirección de sectas estadounidenses, estos satanistas y luciferinos europeos se pueden encontrar en numerosos sitios web donde pueden encontrar toda la información que necesitan. La federación satanista francesa, por ejemplo, dispone de un sitio web que contiene doctrina antirreligiosa, modelos de cartas para el «desbautismo» y numerosos rituales.
Incluso elabora una «lista negra» de sus enemigos, entre los que figuran la Fraternidad de San Pedro, las Asociaciones Familiares Católicas, Renaissance Catholique, los Scouts de Europa, el Opus Dei, SOS Tout-Petits, Provie [Provida] y otros. Esta federación pretende «reunir a los satanistas aislados» para lograr una «cohesión en la acción» frente a las «órdenes morales religiosas», manteniéndose dentro de los límites de la «estricta legalidad».
Esta es la razón por la que algunas microestructuras satanistas están también próximas a corrientes paganas -druidismo, celtismo, neo-brujería- o a movimientos fascistas anticristianos, siempre al acecho de estos adeptos aislados.
En conclusión, sin restar importancia al satanismo, es importante darse cuenta de que el Adversario está siempre en acción, tratando de seducir las mentes con falsas promesas de curación y poderes ocultos, y que trabaja constantemente en la sombra para erradicar poco a poco los valores evangélicos de nuestra sociedad.
Traducido por Verbum Caro.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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