Ya hemos hablado esta semana del éxito. Cuando uno consigue la fama o el éxito aparece un mánager que te prepara una agenda llena de actos y apariciones públicas para que la cosa no decaiga. Sin embargo, ya hemos dicho esta semana, a Dios no le importa la fama ni el éxito… ¿y a ti?
Se hablaba de él cada vez más, y acudía mucha gente a oírle y a que los curara de sus enfermedades.
Él, por su parte, solía retirarse a despoblado y se entregaba a la oración.
Toda la creación habla de Dios. Curar la lepra nos muestra a Dios, pero también un amanecer, un jabalí retozando, una nube caprichosa o el pesado de tu vecino de arriba. Todo lo bueno de este mundo te habla de Dios si sabes escucharle. Jesús no quiere gritar ¡Aquí estoy yo!, sino que quiere que escuchemos y descubramos a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que ha venido a nuestra vida, por el agua y la sangre, y lo ha creado todo para su gloria.
No hagamos gritar a Dios. Búscale en el silencio de tu parroquia, junto al Sagrario. Retirémonos y entreguémonos a la oración. ¿Qué puede ofrecernos el mundo entero con sus aplausos y sus halagos? Tal vez sí, se acerquen a nosotros, pero si no se acercan a Dios ¿de qué serviría? Lo nuestro, como San Juan Bautista, es ocultarnos y desaparecer. Lo hizo Benedicto XVI los últimos años de su vida, lo hacen los monjes y monjas contemplativas desde sus conventos, las abuelas desde su sillón, las madres y padres tras el cochecito de sus hijos, los jóvenes que mantienen su fe frente a todos, los niños que pasan un momento a ver a Jesús en el Sagrario y luchan por no distraerse demasiado en Misa. Mucho dirán: “Mucho espiritualismo, pero hay que alzar la voz y denunciar…” Si alzas la voz y no alzas los ojos y el corazón al cielo lo único que conseguirás es una buena afonía.
Imita a María en su silencio, guarda todo en tu corazón, el pecado ya se denunciará el sólo…, la soberbia es así.
More Stories
El Dicasterio de Vida Consagrada interviene la rama femenina del Instituto del Verbo Encarnado
EL PRINCIPIO VICENTINO: FARO DE LA FIDELIDAD Y CUSTODIA DE LA FE ETERNA
Dos jóvenes cuentan cómo se hicieron monjas antes de los 28 años: «Ya tenía el nombre de mis hijas»