San Saturnino, en el tercer siglo, sufrió persecución por evangelizar y celebrar la Santa Misa, siendo encarcelado.
Un día la multitud rodeó amenazadora a san Saturnino y le pretendía obligar a que sacrificara un toro sobre el altar de Júpiter. Ante el rechazo del obispo de sacrificar el animal, y enfurecidos por que san Saturnino dijo que no les tenía miedo a los rayos de Júpiter, ya que era impotente porque no existía.
Fue atado al toro que él no quiso sacrificar al falso dios pagano Júpiter, dando testimonio así de su fe católica.
Picaron al toro para que corriera escaleras abajo del Capitolio arrastrando al obispo. Saturnino quedó con el cuerpo despedazado, muriendo poco después.
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Si fuera hoy, este santo obispo sería llamado intolerante religioso por muchos que se dicen “católicos”. Todavía dirían: “que no sabía dialogar con lo diferente, y que lo importante es el amor, que la religión no salva, y que Cristo no estaría triste si él participara en un sacrificio pagano, pues sería solo algo cultural”.
“Cuando el relativismo entra en la Iglesia no damos más testimonio, ni martirio, sino el escándalo”.
Existe hoy una visión relativista que asegura que no existe la verdad, sino múltiples verdades, se ha convertido en el descalabro moral y espiritual de incontables personas, y esta postura nos ha llevado a creer en un falso respeto donde muchos tienen temor de opinar y de defender la única Verdad.
Hoy en día tener una fe clara según el Credo de la Iglesia se cataloga a menudo como fundamentalismo. En la actualidad fácilmente se es juzgado de extremista, radical e intolerante; estas han sido las estrategias de la postmodernidad para silenciar a aquellos que han conocido la Verdad y se oponen al discurso dominante.
No podemos por temor a ser rechazados guardar un cómplice silencio.
Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que usa como criterio último solo el propio «yo» y sus apetitos.
Nosotros, por el contrario, tenemos otro criterio: el Hijo de Dios, el verdadero hombre. Es él la medida del verdadero humanismo. No es «adulta» una fe que sigue las olas de la moda y la última novedad; adulta y madura es antes una fe profundamente arraigada en la amistad con Cristo.
Es esa amistad que se abre a todo lo que es bueno y que nos da el criterio para discernir entre lo que es verdadero y lo que es falso, entre el engaño y la verdad. Debemos dejar madurar esta fe adulta.
– Víctor Manuel Rubio
PUBLICADO ANTES EN CATOLICIDAD
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