Ayer leí que la diócesis de Amberes va a cerrar inmediatamente siete iglesias. No son las primeras ni serán las últimas, porque se trata de la diócesis del tristemente famoso Mons. Bonny, defensor del divorcio, los anticonceptivos, el reconocimiento eclesial de la bondad de las parejas del mismo sexo, la inexistencia de actos intrínsecamente malos, la fecundación in vitro y la fornicación y, en general, partidario a ultranza de adaptar el Evangelio a los gustos y disgustos del mundo agnóstico moderno.
No por esperado es menos triste que se secularicen iglesias, especialmente cuando los edificios se conservan, pero dedicados a otros usos profanos, como signo evidente y público de la derrota de la Iglesia y de la fe. Estas iglesias, en particular, se van a convertir en templos protestantes, un teatro, un estudio de arquitectos y un gimnasio. Irónicamente, este último se llama el Gimnasio Apolo, un símbolo aún más claro de lo que hay detrás del modernismo actual: la revancha contra la antigua victoria de la Iglesia sobre Apolo y los demás dioses del paganismo.
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