01/01/2025

Sirviendo a Dios

Lucas 2,36-40. “Sirviendo a Dios”. 

«Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él».

Todo lo que celebramos en el tiempo de Navidad tiene que irse haciendo carne también en nuestra propia historia. Hoy la protagonista del Evangelio es una mujer anciana, Ana que había discernido cual era el don que Dios le había regalado y que ministerio podía poner al servicio del bien común, como servicio para toda la comunidad: profetisa. En este tiempo de Navidad es importante recordar lo esencial. Que el Señor nos llama a todos a buscar la salvación a través de la identidad comunitaria. Nadie se salva solo, lo hacemos todos en familia. Podemos llenar nuestros días de actividades, de desplazamientos, de kilómetros, de hiperactividad, de compromisos sociales, de alargar las noches, de vivir con un activismo que desgasta en vez que pacífica. 

Pero lo que “harta y satisface el alma” como diría san Ignacio en sus Ejercicios Espirituales: Este consejo se encuentra al final de la 2ª anotación (Ej. 2) en la que Ignacio pone de relieve la importancia de la interiorización, y lo hace en los términos siguientes: “No el mucho saber harta y satisface al alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente”. Lo que descubrió la profetisa Ana es que la divinidad cabía perfectamente en el cuerpecito de un recién nacido. Lo divino no está lejos de lo sencillo, de lo real, de lo cotidiano. La mirada de Ana hace descubrir lo valioso en medio de extraordinario. Hay una manera de vivir que es gustar internamente de los dones y regalos que nos da Dios diariamente. 

En el final del año se nos invita a hacer balance de todo lo vivido a lo largo del año. Lugares visitados, personas conocidas, servicios prestados, eucaristías celebradas, momentos de oración. Seguro que el Señor ha estado presente muchísimos días de nuestro año de una manera evidente. Hay que practicar la gratitud. Seguro que también reconocemos límites, caídas, pecados, desasosiego por haber vivido bien muchos de los episodios del año. Nos toca pedir perdón. Quien no agradece lo que observa, no se fija en lo que vive, es incapaz de reconocer la presencia de Dios y de los hermanos que nos necesitan. La paz de Dios es necesaria para terminar el año y empezar el nuevo. La Iglesia en medio del mundo está llamada a ser hogar, a ser encuentro familiar entre las personas, creadoras de fraternidad. Que la paz del Señor nos evite ser creadores de conflictos y de tensiones.