El evangelista nos transmite las reacciones de los discípulos y de los Doce. Es un debate construido sobre algunos malentendidos del que emergen las siguientes preguntas. La primera, «¿Qué hemos de hacer para realizar las obras de Dios?»; la segunda, sobre la credibilidad de las cosas que dice Jesús, y de las acciones que realiza: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti?»; la tercera se refiere a la identidad de Jesús, que pondría en tela de juicio sus afirmaciones: «¿No es este Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: he bajado del cielo?»; la cuarta pregunta es un desafío claro, en el que participan todos los judíos presentes, que se interrogan: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»; la última pregunta es la que abre el debate sobre las palabras de Jesús y preludia el alejarse de muchos de sus discípulos: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?». Es una pregunta retórica, que significa «Ya no podemos escuchar más lo que está diciendo».
“¿También vosotros queréis marcharos?” En su camino de seguimiento de Cristo los discípulos entran en crisis. Se manifiesta cuando la realidad ya no corresponde a lo que se habían imaginado. Este Jesús no era el Mesías que la mayoría de los judíos esperaban, sobre todo de los discípulos que «se echaron para atrás», es decir lo abandonaron. Todo comienza cuando Jesús dice: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida». El Autor escribe una frase para expresar el momento de la reacción de algunos de ellos: «desde entonces». Es una expresión que también puede significar: «por esta razón».
“Señor, ¿a quién iremos?”. Jesús acepta ser abandonado por quienes aceptaron su invitación de seguirlo y ahora se van. No se desanima. Deja a los discípulos libres para marcharse. La respuesta de Pedro no es triunfal: no revela una comprensión clara de lo que Jesús expresó. Los discípulos no entienden gran cosa, sólo confían. No parecen haber entendido el debate sobre la carne y el pan, pero saben quién es Jesús, le han dado su confianza fundamental. Es el Señor, es único, no puede haber otro como Él al que se pueda ir a buscar.
“Solo tú tienes palabras de vida eterna”. El capítulo sexto del Evangelio según san Juan ha llevado al lector a un camino de fe: Jesús es el revelador de Dios, al cual acercarse no por intereses materiales, sino sólo con la fe. Sin embargo, creer en Él no es un hecho intelectual, es más bien vital: la salvación se hace eficaz cuando es alimentada por la Eucaristía, que crea comunión con Él y, a través de Él, con el Padre, en el Espíritu Santo. Esta fe, sin embargo, no es fácil: requiere una actitud de confianza en El, en su Buena Nueva de salvación: es la experiencia de Pedro.
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