A finales de 1973 se publicó en París Archipiélago Gulag, con el que Alexandr Solzhenitsyn reveló el horror del totalitarismo comunista a quienes aún no querían verlo.
Alain Couartou ha dedicado a esta obra histórica una mirada retrospectiva en el número 365 (enero de 2024) de La Nef:
Hace 50 años, Archipiélago Gulag
Cuatro meses después de la muerte de Franco, Alexandr Solzhenitsyn declaró en Televisión Española: «¿Sabéis los progresistas lo que es una dictadura? Si gozáramos de la libertad de la que ustedes gozan, nos quedaríamos sin palabras, no tenemos tanta libertad. Llevamos sesenta años ignorando estas libertades».
Estas declaraciones desencadenaron una campaña de difamación extremadamente violenta. Juan Benet, el periodista español más influyente de su época, escribió el 27 de marzo de 1976: «Creo firmemente que mientras haya gente como Alexandr Solzhenitsyn, los campos de concentración seguirán y deben seguir existiendo. Tal vez habría que vigilarlos un poco mejor para que gente como Solzhenitsyn, mientras no haya recibido alguna educación, no pueda salir a la calle. Pero una vez cometido el error de dejarlos salir, nada me parece más higiénico que las instituciones soviéticas (cuyos gustos y opiniones sobre los escritores rusos subversivos comparto a menudo) encuentren la manera de deshacerse de semejante plaga».
Su crítica intransigente del comunismo y de sus aliados socialistas-marxistas se consideró inaceptable. El escritor ruso planteó la pregunta fundamental, verdadero tabú historiográfico: la ideología comunista-marxista ¿es intrínsecamente mala? Y respondió: sí. Peor aún, explicó que el sistema soviético de campos de concentración no era fruto únicamente de la voluntad estalinista, sino que ya germinaba en las premisas leninistas y marxistas.
En 2008, cuando murió el escritor ruso, las mismas personas retomaron la antífona del «reaccionario» y «anticomunista profesional». Dando rienda suelta a su odio, Jean-Luc Mélenchon dijo: «Solzhenitsyn era un absurdo pontificador, machista y homófobo, un torpe retrógrado, lleno de fanatismo nostálgico de la gran Rusia feudal y creyente. Era un loro útil de la propaganda occidental» (Le Parisien, 7 de agosto de 2008). Solzhenitsyn, eternamente denostado por los chequistas, ha sido vilipendiado desde entonces por numerosos periodistas y dirigentes políticos liberales y socialdemócratas, que no le perdonan sus críticas al Occidente decadente en su discurso de Harvard, El declive de la valentía (1978).
Este fue el célebre discurso de Solzhenitsyn en la ceremonia de graduación de la Universidad de Harvard, el 8 de junio de 1978. La grabación no permite escuchar bien el doblaje realizado ‘in situ’, pero pueden activarse subtítulos para leerlos en inglés. Pincha aquí para leer el texto completo en español.
Un destino extraordinario
Pero, ¿quién era realmente Solzhenitsyn y por qué Archipiélago Gulag tuvo tanto impacto en Occidente?
Alexandr Issaïevitch Solzhenitsyn nació el 11 de diciembre de 1918 en una ciudad del Cáucaso, al sur de Rusia. Como todos los jóvenes de su generación, se afilió muy joven a las Juventudes Comunistas. Su madre le llevaba de vez en cuando a la iglesia, pero esta pronto fue prohibida y cerrada. Víctima de la propaganda comunista, durante casi veinte años fue un socialista marxista convencido. Se convirtió en profesor de secundaria y fue movilizado en 1941, cuando la URSS fue invadida por la Alemania nazi. Pronto fue nombrado oficial y condecorado con la Orden de la Estrella Roja por su valor en combate. Comunista inquebrantable, necesitó experimentar las detenciones arbitrarias y la inhumanidad de los campos de concentración (1945-1953) para abrir los ojos.
El 9 de febrero de 1945, el joven capitán fue detenido justo antes de la capitulación alemana. La seguridad militar había interceptado su correspondencia con un amigo de la infancia, en la que había tenido la desgracia de dar su opinión, entre líneas, sobre la política de Stalin. Arrojado a las cárceles de la Lubyanka, el siniestro centro de interrogatorios del KGB en Moscú, Solzhenitsyn fue condenado el 27 de julio a ocho años en un «campo de trabajo». Tras dos años de internamiento, fue trasladado a una charachka, prisión para científicos, también en Moscú. Entonces comenzó a escribir obras clandestinamente. En mayo de 1948, fue enviado a un campo de trabajos forzados en Kazajistán, donde trabajó como fundidor y luego como albañil. En 1953, fue enviado a «relegación perpetua» a un pueblo, siempre en Kazajistán, donde reanudó su actividad docente.
Tres años más tarde, gracias a la desestalinización, fue liberado y rehabilitado. En octubre de 1962, Solzhenitsyn publicó Un día en la vida de Iván Denísovich, la historia de un prisionero sencillo y humilde, Shukhov, número CH-854, en un campo de concentración. Esta obra, que apareció en la revista literaria oficial Novy Mir, fue un gran éxito. Por primera vez, una obra literaria denunciaba los crímenes del estalinismo. El libro sirvió a las luchas internas del partido comunista, pero lo que es más importante, liberó por primera vez la voz de los intelectuales rusos.
Solzhenitsyn se vio pronto obligado a continuar su trabajo en la clandestinidad. Poco a poco, fue desarrollando una crítica más radical del régimen. Quería despertar las conciencias de la gente, defender la dignidad humana, recordar la importancia de las realidades espirituales y afirmar sin ambigüedades la primacía de Dios. La felicidad individual, decía, no podía ser el criterio último de toda moralidad.
En octubre de 1964, Solzhenitsyn comenzó a trabajar en su obra más explosiva: Archipiélago Gulag, 1918-1956. Ensayo de investigación literaria. Su trabajo se organizó en secreto con el apoyo de una red clandestina de amigos muy cercanos. Durante años, Solzhenitsyn desafió a las autoridades comunistas. En su carta a la Unión de Escritores (1967), denunció la censura y la persecución de intelectuales como él. En respuesta, se utilizó cualquier medio para acallar su voz. En 1968 publica en el extranjero El primer círculo y Pabellón de cáncer. Al mismo tiempo, consigue conceder algunas entrevistas a la prensa internacional. En 1970 le conceden el Premio Nobel de Literatura. Cada vez resultaba más difícil silenciarle. El 30 de agosto de 1973, una mecanógrafa amiga suya apareció ahorcada en su casa tras haber sido torturada por el KGB, al que había dicho dónde estaba el escondite de una copia del manuscrito de Archipiélago Gulag.
Sin más dilación, Solzhenitsyn pidió a un amigo extranjero que publicara el libro lo antes posible en Occidente. Fotografiado, microfilmado y transportado en secreto de ciudad en ciudad, el manuscrito acabó llegando a Occidente. El primer volumen fue publicado en ruso por YMCAPress en París el 28 de diciembre de 1973, al que seguirían los otros dos volúmenes. Se tradujeron a las principales lenguas. Se vendieron no menos de 10 millones de ejemplares en todo el mundo.
‘Archipiélago Gulag’, actualmente editado en tres volúmenes por Tusquets.
Puede decirse que este libro, que disecciona magistralmente la mecánica de la represión soviética, contribuyó poderosamente a cambiar el curso de la historia. En sí mismo, es una revolución. Muy crítico con el sistema comunista, el escritor ruso no lo era menos con Occidente, al que juzgaba cobarde y materialista. Para asombro e irritación de muchos, no temía desafiar a las llamadas élites de Europa y América. Visionario, advierte a los estados occidentales que creen poder imponer su modelo a todo el mundo: corren el riesgo de generar una oposición violenta si no respetan la autonomía de las demás culturas.
Raíces rusas y ortodoxas
El apego de Solzhenitsyn a la «madre patria», a la identidad del pueblo ruso y a la religión ortodoxa es una constante. Cristiano convencido, escribió en Archipiélago: «Poco a poco, descubrí que la línea divisoria entre el bien y el mal no separa Estados, clases o partidos, sino que atraviesa el corazón de cada hombre y de toda la humanidad». Es la razón por la que defiende con tanta pasión a los «humillados» que sufren la liberalización salvaje llevada a cabo por el presidente Yeltsin, y por eso denuncia «el Estado pirata que se esconde bajo una bandera democrática».
Las circunstancias en los distintos países occidentales habían cambiado considerablemente cuando se publicó Archipiélago. Bastante desilusionados por las experiencias del socialismo marxista, los intelectuales occidentales parecían sentir una mezcla de culpa y admiración por Solzhenitsyn, que había arriesgado su propia vida y la de sus allegados en nombre de la verdad. Al mismo tiempo, dado el seguimiento popular del escritor ruso, les resulta difícil no relativizar sus certezas históricas y revisar su relación con el poder político y la libertad de expresión. La obra de Solzhenitsyn se inscribe claramente en la demolición del «catecismo revolucionario comunista», y para muchos oportunistas ya es hora de subirse al carro.
Con motivo del cincuentenario de la publicación de Archipiélago Gulag, recordemos estas pocas, conmovedoras y severas palabras pronunciadas un día por su autor: «Habéis olvidado el sentido de la libertad… es inseparable de su finalidad, que es precisamente la exaltación del hombre. La función de la libertad era hacer posible la aparición de los valores. La libertad conduce a la virtud y al heroísmo. Lo habéis olvidado, el tiempo ha corroído vuestra noción de libertad porque la libertad que tenéis no es más que una caricatura de la gran libertad; una libertad sin obligación ni responsabilidad que conduce, como mucho, al disfrute de posesiones. Nadie está dispuesto a morir por ella… No sois capaces de sacrificaros por este fantasma de libertad; sencillamente, os estáis comprometiendo».
Traducido por Verbum Caro.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
More Stories
Terremoto devastador en Marruecos deja un saldo de más de 1000 fallecidos
La estrella del rugby inglés que reza y lee la Biblia todas las mañanas: «Creo profundamente en Él»
ADVIENTO: EL DESIERTO QUE FLORECE