Martes 23-7-2024, santa Brígida, religiosa y patrona de Europa (Jn 15,1-8)
«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador». Estoy casi seguro de que nunca habías oído hablar de santa Brígida de Suecia. Probablemente ni te suene, y quizás no puedas decir nada sobre ella. Sin embargo, celebramos con solemnidad su fiesta y en Europa nos honramos con su patrocinio… Pero, ¿por qué? Brígida nació en Suecia en el año 1303. Siendo muy joven se casó y tuvo ocho hijos. Para llevar una vida espiritual más intensa, ingresó en la Orden Tercera de san Francisco, viviendo en medio del mundo con una vida de mayor ascetismo y penitencia. Al morir su marido, fundó una nueva Orden religiosa y se trasladó a Roma, donde desarrolló una vida de virtud, oración y sacrificio. Finalmente, murió en Roma en el año 1373. Fíjate, santa Brígida pasó por todos los estados de vida por los que puede pasar una mujer: laica, casada, madre de familia, celibato apostólico, vida religiosa. Y fue santa. Por eso, ella nos recuerda que cada uno de notros puede ser santo en su situación, estado o vocación. No necesitamos ninguna llamada especial para alcanzar las altas cumbres de la santidad. Sólo tenemos que permanecer unidos a la vid verdadera, que es Cristo. Porque la santidad no es cosa de unos pocos elegidos… es una llamada a todos los bautizados.
«A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto». Si nos detenemos un poco más en la vida de santa Brígida, descubriremos que junto a elevadas experiencias místicas, también padeció grandes sufrimientos. De hecho, ella destaca por su meditación, contemplación e imitación de la Pasión de Cristo. A veces, mediante una profunda vida ascética, con la penitencia y la mortificación. Pero, la mayoría de ocasiones, en la enfermedad, la pobreza y la incomprensión. Sin embargo, Brígida entendía muy bien que los sufrimientos no eran sino la labor de poda del divino labrador. A través de los dolores y dificultades, ella se parecía cada vez más al amor de su vida, que estaba crucificado. Santa Brígida sabía muy bien, y así lo vivió hasta el último instante, que no hay que huir de la Cruz, sino abrazarla con todo nuestro corazón.
«El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada». Fruto de su intensa vida interior, como un desbordamiento de sus experiencias místicas, santa Brígida de Suecia realizó una incansable labor de reforma y purificación de la vida de la Iglesia. En una época en la que el papa residía con una fastuosa corte en Aviñón (Francia) y muchos eclesiásticos llevaban una vida más propia de príncipes seculares que de servidores de Cristo, ella supo proponer y exhortar a un retorno al estilo de vida evangélico. Así, escribió a reyes, príncipes, obispos y papas. Cuando el papa Urbano V decidió irse de nuevo de Roma y volver a Aviñón, Brígida le amenazó que recibiría un fuerte golpe de Dios; y a los dos meses de llegar a Francia, Urbano murió. Más tarde, llegó a escribir al papa Gregorio XI que «en esa curia reinan la arrogancia, insaciable codicia y lujuria execrable. Es el más profundo abismo de una horrible simonía». Fuertemente unida a Cristo, permaneciendo en él, santa Brígida dio fruto abundante de santidad. Y no sólo para sí, sino para toda la Iglesia.
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