A principios de 2023, Jamie Reed, una mujer que se define como queer, ex trabajadora del Washington University Transgender Center en el St. Louis Children’s Hospital de Misuri (Estados Unidos), denunció las prácticas “moral y médicamente espantosas” que se llevan a cabo en ese centro contra los menores. Se refería al protocolo de ‘reafirmación de género‘ que, aplicado sistemáticamente a los niños, los derivaba a tratamientos hormonales sin una mínima valoración diagnóstica alternativa que tuviese en cuenta traumas previos o factores psicológicos o psiquiátricos.
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«Jamie es la persona más valiente que conozco, yo no lo soy tanto», cuenta su marido legal, Tiger, en un artículo publicado, como en su día la denuncia de Jamie, en The Free Press. Tienen cinco hijos, dos de un matrimonio anterior de ella y tres que han adoptado: «Aunque no intenté detener a Jaime, tenía serias dudas sobre su denuncia», confiesa. Eso produjo una herida en su relación que aún están superando: «Me preguntaba por qué no podía simplemente dejar el trabajo como protesta y pasar del tema. Tenía miedo por la seguridad de Jamie, por la de nuestros hijos y por la mía propia… y sigo teniéndolo», pues Jaime «fue muy atacada por los activistas«.
La denuncia de Jamie, ex trabajadora de un centro de ‘transición’ que actuaba sobre menores.
Por supuesto, la acusación principal era la de «tránsfoba«: «La prueba más concluyente de que ella no es tránsfoba es que está casada conmigo, que soy un hombre trans», sorprende Tiger.
Preparado para dar testimonio
También Tiger ha decidido dar un paso adelante y contar su historia. Solo ahora se siente preparado «para respaldar públicamente a Jamie». Porque su temor, reconoce, no era solo a las amenazas que sufrieron, sino a enfrentarse a su propia realidad. A Tiger le costaba afrontar que Jamie y quienes la apoyaron -que también los hubo, y de hecho el fiscal general del estado abrió una investigación sobre el hospital- «tenían razón»: «Tenían razón en que hay algo fundamentalmente erróneo en el mensaje, especialmente cuando es lanzado a la gente joven, de que una rápida transición de género es una solución segura y universal para problemas profundos». Conocía bien su propio caso.
Tiger Reed tiene 44 años y es librero en San Luis (Misuri). Está casado con Jamie desde 2016. Nacido biológicamente mujer, hace trece años siguió un tratamiento de ‘cambio de sexo’ del que ahora se está desenganchando, suprimiendo sus inyecciones semanales de testosterona «para volver a ser una mujer». Dice que Jamie nunca le ha presionado y que, si bien llevaba algunos años considerándolo, no fue hasta hace tres meses que le dijo que iba a iniciar el proceso.
«[Contar mi historia] es una de las cosas que he hecho como adulta que más miedo me dan, pero era el momento. Sé que hay otras personas en mi situación, que han tomado la difícil decisión de detransicionar. Mi artículo es para ellas y para quienes estén considerando la transición médica», explica Tiger al compartir en X una foto suya actual, tomada por Theo R. Welling para The Free Press.
Y ahora se suma a la denuncia de que los procesos de ‘transición de género’, incluso en adultos, se hacen a pesar de que «las investigaciones fiables sobre sus efectos a largo plazo son virtualmente inexistentes«, sobre todo en el caso de niños, como dejó claro el célebre «informe Cass«. El protocolo de ‘reafirmación de género’ no tiene en cuenta, explica Tiger, «las historias personales y psicológicas, con frecuencia muy complejas, que llevan a la gente a creer que lo que necesitan es la transición».
Tiger empezó a recibir testosterona a los 31 años y a los 36 se extirpó los pechos. Sabía que eso implicaba «profundos cambios físicos»: «Pero ninguno de aquellos a quienes consulté me preparó para las consecuencias emocionales de la transición, para el cambio que las hormonas introducirían no solo en mi apariencia, sino en cómo me veía a mí misma y al mundo».
Una terrible historia de desestructuración familiar y abusos
Tiger nació en Miami en 1980 y su nombre era Roxxanne. No conoció a su padre, adicto a la heroína, quien murió siendo él pequeño. También su madre era toxicómana. Murió en 2023, pero hacía años que no se veían.
Fotografía compartida por Tiger en X: «Yo y mi madre a los 14 años, con una distancia de veinte años (1994/1974). Ambas fotos fueron tomadas por el mismo pederasta, responsable de tanto sufrimiento en mi historia familiar. Ahora, con 44 años, sé que nada de esto fue culpa nuestra y perdono a mi madre, quien también fue una víctima».
Cuando Roxxanne tenía dos años fue agredida sexualmente por un extraño y pasó a vivir en casas de acogida durante toda su infancia y adolescencia, salvo los periodos que pasaba con sus abuelos maternos, que tampoco eran una solución: estaban divorciados y, mientras ella era «extremadamente pobre y problemática y su mente acabó colapsando», él era alcohólico y violento, tanto física como verbalmente.
En ese contexto, Roxxanne se consideró lesbiana desde muy niña, y recuerda tener siete años y preguntarse por qué no tenía pene: «Durante toda mi vida fui víctima de bullying por mi apariencia masculina. Me llamaban ‘chico’, ‘marica’, ‘marimacho’. Abusaron sexualmente de mí muchas veces, tanto extraños como miembros de mi familia. Cuando tenía 17 años, me diagnosticaron una endometriosis que me causaba menstruaciones dolorosas y una montaña rusa hormonal cada mes».
Roxxanne, en su adolescencia.
Toda esta dramática experiencia le hizo identificar el ser mujer con estar sometida «a toda una vida de agresiones y abusos y a un dolor físico y mental permanente».
La influencia de las series y de internet
Roxxanne dejó el instituto en 1997. Consiguió algunos trabajos mal remunerados, donde también fue acosada. A los 24 años ingresó en la enseñanza para adultos y allí descubrió una gran pasión por las artes. En 2004 se estrenó la docuserie TransGeneration, un reality de ocho episodios que seguía la vida de cuatro estudiantes transgénero (dos chicos y dos chicas) en un instituto: «Esa serie me cambió la vida. Lo vi como una solución, una salida a mi dolor por ser una mujer».
En 2011, Roxxanne sufrió una pérdida que agravó su situación: «Murió el único miembro de mi familia de quien había recibido un apoyo firme, mi abuelastra. Durante años hablábamos todos los días por teléfono. Su muerte me destrozó«.
Con todo este cóctel de emociones sacudiendo su vida, y sin tener siquiera seguro médico, acudió a internet «buscando una solución»: «Vi vídeos de Youtube durante cientos de horas, leí innumerables blogs y portales que daban detalles sobre la transición. Estas historias me convencieron de que yo también quería transicionar».
La orientadora y terapeuta del centro donde estudiaba arte la apoyó con fuerza. Escribió una carta recetándole testosterona. Roxxanne se cambió de nombre y pasó a ser Tiger, «el nombre de la mascota de una antigua novia».
Sin lágrimas y con barba
Uno de los primeros cambios que la testosterona causó en ella fue la supresión del llanto. Ella lloraba con facilidad, ya fuese de tristeza, frustración o alegría, pero perdió la capacidad de hacerlo: «La testosterona sustituyó mis lágrimas por una rabia que no sabía de dónde venía. Ahora me avergüenza pensar en el daño que hacían mis explosiones de ira a quienes me rodeaban».
Sin embargo, otros aspectos de la transición la hicieron feliz, como la aparición de la barba: «Simbolizaba que realmente estaba cambiando y haciendo algo nuevo por mí misma».
Roxxanne, al inicio de su transición.
En 2015, cuando tenía 35 años, conoció en la iglesia a Jamie, quien acababa de divorciarse de su marido. Ambos creían entonces «que el movimiento transgénero, que estaba creciendo en visibilidad y poder, era algo bueno, una respuesta a la angustia de las personas».
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Al cabo de un año se casaron. «Hacia fuera, parecíamos una pareja heterosexual«, explica Tiger: «Pero cuando yo salía solo, la gente solía pensar que yo era gay. Me costaba relacionarme con otros hombres, y perdí el contacto con la comunidad lesbiana, a la que sigo echando de menos con cariño».
Tiger se sentía como un ser raro, porque tenía pelo en el pecho pero tenía que vendárselo para que no se apreciasen sus atributos femeninos. En 2016 se practicó una mastectomía doble: «En los días posteriores a la cirugía, lamenté la pérdida de mis pechos».
Por qué la detransición, por qué el paso adelante de denunciar
Han pasado ochos años, y Tiger describe los daños físicos que atribuye a «una década de testosterona»: «Colesterol alto, hipertensión, diabetes tipo 2, triglicéridos altos, apnea del sueño y problemas renales. Aunque algunos de estos problemas son hereditarios, la testosterona los ha exacerbado».
Cuando hizo la transición, todos sus amigos y compañeros de trabajo la apoyaron y empezaron a referirse a ella como un hombre: «Pero siempre tuve la sensación persistente de que, hiciese lo que hiciese para parecer más masculina, era una impostora«.
De hecho, lo que le hizo empezar a pensar en ‘detransicionar’ fue la llegada en 2020 del primero de los tres hijos adoptados de la pareja: «Cuando lo tuve en mis brazos, a sus seis meses de edad, me di cuenta de que instintivamente sabía cómo dormirle, cómo tranquilizarle. Yo era quien más veces le acostaba. Sé que los padres varones pueden cuidar a sus hijos, pero yo me sentía como una madre«.
Empezó a pensar entonces en lo que ahora ya es una decisión en práctica. Abandonar la testosterona para volver a ser mujer. Y denuncia lo fácil que lo tuvo para ‘transicionar’ y lo difícil que será la ‘detransición’, porque «los médicos que aplican la ‘afirmación de género’ ignoran nuestras preocupaciones. Mientras que mi transición fue pagada por el seguro, ni detransición no lo será. Restaurar mi línea capilar y quitarme el pelo del cuerpo me costará miles de dólares, y en los próximos años puede que me haga una reimplantación de senos. Y hay muchas preguntas para las que no tengo respuesta, como si mis hijos, que ahora tienen entre 2 y 16 años, seguirán llamándome ‘Papá’. Quiero volver a ser Roxxanne y que mi carnet de conducir ponga de nuevo ‘mujer’. Pero me pregunto si volveré a parecer una mujer«.
De ahí su denuncia: «El modelo de ‘afirmación de género’ se basa en la impaciencia de personas vulnerables, animándolas a cambios médicos muy importantes en vez de intentar comprender la raíz de su sufrimiento. Esto no solo afecta a los pacientes, sino a familias enteras, porque, como Jamie ha desvelado, se les dice -falsamente- a unos padres confusos y asustados que, sin la ‘transición’, es probable que sus hijos se suiciden«.
«Si hago pública mi historia», concluye, «es porque quiero que gente como yo, que tenemos razones complejas y matizadas para nuestra angustia de género, seamos tenidos en cuenta. Quiero que la gente sepa que hay más opciones que medicalizar sus cuerpos para el resto de su vida«.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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