Hace pocas semanas que Daisy Strongin tuvo a su segundo hijo. Lo que para muchas mujeres es la norma, para ella es la confirmación de una identidad que, aunque siempre supo que tenía, había jurado combatir. «Nunca estaré embarazada, porque seré un hombre«, declaró poco antes de comenzar la llamada «transición de género», a los 18 años. Su marido y sus hijos han sido recibidos por ella como una «gracia» que ya daba por inalcanzable, tras unas intervenciones que la hacían ver un hipotético y deseado matrimonio como algo biológicamente improbable.
Criada en Elmhurst, Illinois, Daisy sufrió sentimientos encontrados con su identidad femenina desde la infancia. A ello le siguió una profunda depresión y un uso excesivo de Internet y redes sociales que reforzaron su creencia de que ser un hombre lo cambiaría todo.
Convencida de que los transgénero se dividen entre los «falsos y reales», entre quienes llevan su percepción hasta las últimas consecuencias y quien se queda en el término medio, ella se decía desde el principio que «definitivamente, no era una de las que estuviesen fingiendo«.
«Me llamo Ollie»
No tardó en llevarlo a la práctica: con 17 años, Daisy obtuvo testosterona a través de un centro al servicio del lobby LGBT en Chicago y con 20 se sometió a una doble mastectomía -extirpación de las mamas-, mientras anunciaba a sus creciente cohorte de seguidores: «Ahora me llamo Ollie, porque soy una mujer transgénero. Así es como me identifico».
`Marihuana, alcohol e iglesia, en ese orden´, escribe Daisy Strongin sobre su experiencia y vivencia transgénero bajo el nombre de Ollie.
En 2022, cuando tenía 24 años, contó que comenzó el proceso siete años antes, en plena adolescencia, cuando los efectos secundarios del proceso en el que se embarcaba –enfermedades cardíacas, cambios de humor, un agravamiento de voz permanente o infertilidad- no eran más que una lejana posibilidad. Los proveedores de atención médica que la «afirmaron» en su identidad deseada tampoco la advirtieron de ellos antes de suministrarle hormonas o extirparse los senos.
«Nunca me quedaré embrazada»
«Me dije a mí misma que nunca estaría embarazada porque sería un hombre«, declaró al portal de Independient Women’s Forum. Y en el caso de que cambiase de opinión, siempre podría solicitar una subrogación, pensaba.
Al principio, sus padres no lo aprobaron, ella interpretó su reacción como una «discriminación transfóbica» y los «especialistas» recomendaron a su familia que la tratasen como lo que afirmaba ser, un hombre. De lo contrario, les decían, su hija «se suicidaría».
Finalmente, sus padres cedieron ante lo que hoy Daisy define como una «atroz táctica de manipulación».
«Mi padre comenzó a referirse a mí como su hijo. Siempre pensé que eso era lo que quería, pero cuando empezó a hacerlo, me sentí muy culpable, porque sabía que me estaba engañando a mí mismo y que, en realidad, él no me veía como su hijo. ¿Cómo podía verme como su hijo cuando no lo soy? Crio a una niña. Sabía que estaba mintiendo… Que todos estaban mintiendo«, relató.
Mientras, se decía a sí misma que nunca se arrepentiría de su decisión y que, si lo hacía, entonces sí se suicidaría.
La esterilidad, su peor pesadilla
Daisy había convencido a todos de su transición, su cambio de nombre y pronombres, obtuvo su terapia hormonal y se extirpó los senos, proceso que retransmitió en su canal de YouTube. Ella seguía viendo la transición como una cura de sus inseguridades y problemas preexistentes.
Al principio, cuenta, asistió a una especie de «euforia» que siguió al aparente «control que tenía sobre la forma en que otras personas me veían». Pero aquella sensación pronto se desvaneció, mientras crecía su depresión y su sensación de estar «incompleta».
Repentimanete, la maternidad que había prometido combatir con su propio ejemplo de vida empezó a rondarle la cabeza, volviéndose «muy importante» para ella. La alternativa que al principio vio en los vientres de alquiler se antojó improbable al conocer los 90.000 dólares que entonces podían ser necesarios para el proceso.
Tras tres años y medio de ingesta de testosterona y otros tratamientos, en plena pandemia de COVID, Daisy estaba aterrada ante la posibilidad de que un especialista le arrojase la noticia de que era estéril, y de que lo era por su propia culpa.
«Fue mi peor pesadilla. Entonces recuerdo que pensé: ‘Tengo un cuerpo de mujer, puedo quedarme embarazada. Podría hacerlo», declaró.
De nuevo viviendo como mujer: Lo anterior, «un acto de odio»
La decisión de Daisy fue, llegado un momento, radical. Abandonó el tratamiento y volvió a vivir como una mujer, al margen de unos efectos secundarios que aún hoy, pasados algunos años, persisten y no sabe si desaparecerán.
Daisy Strongin, tras su conversión y de nuevo con apariencia femenina.
Tras cinco años «rechazando la feminidad», comprendió que su militancia transgénero «fue un acto de odio propio, no de amor propio como estaba convencida: «Este es mi cuerpo femenino. Independientemente de la profundidad de mi voz, todavía puedo traer vida al mundo. Esa capacidad de las mujeres me pone de rodillas«.
La posibilidad de encontrar a alguien que la quisiese de por vida y pese a su apariencia, voz o vello facial era, según ella, cuanto menos escasa.
Sanada por el bautismo, «el comienzo de una vida»
Y entonces conoció a Jason, con quien se casaría. Con él tiene dos hijos, Gabriel, nacido en agosto de 2022, y Lila, en febrero de 2024.
La familia al completo comenzó a indagar en el cristianismo, frecuentando iglesias protestantes. Tras un tiempo de búsqueda, Daisy y Jason cruzaron las puertas de la Iglesia, en la que fueron recibidos formalmente el año pasado, bautizándose en la vigilia pascual.
«Después de meses de estudio, oración, adoración y contemplación, estoy viva en Cristo. Esto es solo el comienzo de un camino de toda la vida con mi salvador, Jesucristo. Viendo a mi hijo y a mi esposo ser bautizados, recibiendo la Eucaristía por primera vez, mi alma se ha renovado, literalmente. He sido limpiada», mencionó Daisy en su Instagram, junto a la foto del matrimonio tras el bautismo.
Daisy Strongin, con su marido e hijos, el día de su bautismo.
«El mayor error de mi vida»… y sus consecuencias
Daisy y su familia fueron recibidos en la Iglesia Católica el año pasado. Y aunque dice que todavía le queda un largo camino por recorrer para reconstruir su vida, continúa compartiendo su historia con la esperanza de que pueda ayudar a otros a no cometer el mismo error que ella.
Hoy, confiesa que de haber sabido que pondría en peligro su futura felicidad o la posibilidad de tener una familia, «no lo habría hecho».
Daisy sabe que su final feliz como trans y «detransitioner» no es el más común, pues muchas como ella quedan definitivamente incapacitadas para poder formar una familia al aceptar su identidad.
Ella califica su experiencia como «el mayor error» de su vida, y a día de hoy no solo sigue arrepentida, sino que también paga las consecuencias.
`No son lágrimas de felicidad. Que me den un biberón para dárselo a mi bebé de 40 minutos es castigo suficiente´, lamentó Daisy ante la imposibilidad de amamantar a su hija por su mastectomía.
Evangelizando y compartiendo su historia
Especialmente representativas de su lucha son las primeras imágenes de su segunda hija recién nacida, junto a la que aparece llorando ante la imposibilidad de alimentarla por sus propios medios.
«No son lágrimas de felicidad. Que me den un biberón para dárselo a mi bebé de 40 minutos es castigo suficiente. Tener miedo de hablar con extraños por mi voz masculina es un castigo suficiente. Tener que ver cada día mis pechos mutilados es un castigo suficiente. Mi marido y mis hijos han sido castigados por mis pecados. Pero la gracia de Dios va más allá de la comprensión. Y después de eso, Dios incluso me sigue perdonando», comentó en sus redes.
«Nunca me había sentido más agradecida por mi esposo, mi cuerpo y por el puro regalo de la vida», comenta ella. Actualmente difunde su testimonio en los medios de comunicación, se define como una mujer redimida por Dios y evangeliza con frecuencia a ateos «de toda la vida» como su mismo padre. «Y dijo que leería los Evangelios», concluye la joven conversa en uno de sus post.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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