22/12/2024

Tres católicos pusieron en marcha la Cruz Roja española desde el prestigio de su saber científico

Es poco conocido el papel que jugaron convencidos católicos en la puesta en marcha de la Cruz Roja, institución surgida para dar socorro a soldados heridos en batalla.

Destacan tres nombres: Nicasio Landa (1830-1891), Eduardo Castillo Piñeiro (1845-1908) y Elena Sánchez de Arrojo (1857-1947).

Nicasio Landa

Una de las personas cruciales en sus comienzos fue Nicasio Rosendo Landa Álvarez del Carballo (1830-1891). Nació y murió en Pamplona (Navarra), donde obtuvo el título de bachiller en Filosofía con mención honorífica en Historia Natural. En 1854 consiguió en la Universidad Central de Madrid el grado de licenciado en Medicina y Cirugía y en 1856 el de doctor. En 1857 fue catedrático interino de Historia Natural en el instituto de Pamplona. También obtuvo por oposición plaza para el cuerpo de directores de Baños Minerales. Se casó en 1881 con María de los Dolores de León y de Gregorio Navarrete. Tuvieron cuatro hijos.

1.– Por los heridos de guerra.

Como médico militar, pidió como primer destino el Cuartel General del Primer Cuerpo del Ejército de África. Tomó parte de manera muy señalada en la guerra de Marruecos (1860), en la guerra franco‐prusiana (1870) y en la Tercera Guerra Carlista (1872‐1876).

Ideó el conocido como Mandil Landa. Se dio cuenta de que en muchas ocasiones era bastante problemático transportar a los heridos a los puestos de socorro o a un hospital cercano, ya que algunas veces éstos se encontraban en lugares geográficos de difícil acceso, como por ejemplo bosques o montañas, e inventó un tipo de transporte alternativo que ayudara a los sanitarios civiles y militares a transportar a los heridos. Se trataba de un trozo de tela grande que se ataba a la parte delantera del enfermero mediante unas correas y simplemente se agregaba una estructura de madera en la base, la cual era a la vez sostenida por otro asistente a modo de camilla para que el herido se instalara en el centro: salvó muchas vidas que en otras ocasiones se hubieran perdido.

El Mandil Landa, muy útil en el transporte de heridos en el campo de batalla, en lugares donde la tradicional camilla presenta graves inconvenientes.

2. La lucha contra el cólera

Entre las primeras intervenciones médicas de Nicasio Landa destaca el cólera-morbo asiático que afectó a Navarra en 1855, asistiendo gratuitamente a la mayor parte de los afectados en las distintas localidades donde se padeció. 

En 1860 le tocó de nuevo el cólera, esta vez en África, dirigiendo un hospital de coléricos habilitado en la iglesia de San Francisco en Ceuta. Luego lo destinaron a Canarias para combatir la fiebre amarilla, haciéndose poco a poco un gran experto en epidemias.

En 1863 acabó la epidemia de cólera y por su actuación fue nombrado caballero de Carlos III, siendo ese mismo año elegido académico correspondiente de la Real Academia de Medicina por una memoria sobre esta enfermedad.

Fue uno de los fundadores y directores del periódico titulado Memorial de Sanidad del Ejército y Armada (1858-1860).

3. Inspector general de la Cruz Roja.

Buena parte del mérito de la fundación de la Cruz Roja en 1863 se le atribuye, además de a Nicasio Landa y otros, a Henry Dunant quien, tras observar horrorizado en la batalla de Solferino (1859) a los heridos en combate, a quienes no recogía nadie y se les dejaba morir sin asistencia sanitaria, ideó un modo de hacerlo. Comenzó con el nombre de Asociación de Socorro a los Heridos en el Campo de Batalla, cuyos miembros debían llevar un brazalete con una cruz roja

En la Conferencia Internacional de Ginebra de 1863 que llevó a la creación de la Cruz Roja Internacional, Nicasio Landa representó a España y, como consecuencia, él y José Joaquín Agulló y Ramón, conde de Ripalda, establecieron la Sección Española de Socorro a Heridos sobre la cual se constituyó la Cruz Roja Española, de la que fue nombrado inspector general en 1867. La formación del personal se encomendó a la Orden de San Juan de Jerusalén.

En 1867, por orden real, Landa tomó parte en la Conferencia Internacional de las Sociedades de Socorro a los heridos militares, celebrada en París. En 1880 fue ponente del Congreso del Instituto de Derecho Internacional en la Universidad de Oxford e intervino en la redacción del Las Leyes de la Guerra para los Ejércitos de Tierra.

Guillermo Sánchez y Jon Arrizabalaga dan una importante clave sobre Nicasio en la reedición de su obra Muertos y heridos y otros textos, señalando sin ambages que Nicasio fue un liberal cosmopolita y erudito, pero sobre todo un ferviente católico.

Es común en sus escritos encontrar textos como el que sigue: «La perspectiva del peligro no hace disminuir en nuestros pechos la confianza grande, viva, inmensa en la bondad de Dios, cuyos misteriosos designios nos han traído aquí» (recogido por el escritor Juan Iturralde en La Avalancha, 1907).

Él mismo diría sobre el emblema: «Ya nuestra bandera blanca con la Cruz Roja, símbolo de paz y de fraternidad cristianas y adoptada por todos los pueblos civilizados, flota sobre las Amezcuas».

4. En Navarra: guarderías y atención psiquiátrica.

Otra obra de caridad suya fue el Asilo del Niño Jesús en Pamplona, como primera guardería conocida para acoger a los hijos de las lavanderas que era atendido por las Siervas de María.

Menos conocida es la importancia de su actividad en el desarrollo de la asistencia psiquiátrica en Navarra durante gran parte del siglo XX, ya que el Manicomio Navarro se construyó basándose en el Proyecto de Manicomio agrícola que él realizó, por encargo de la Diputación Foral de Navarra, en el año 1868, primera propuesta de asistencia psiquiátrica en Navarra. Quien terminaría dando el dinero necesario para la construcción del primer manicomio navarro fue el también navarro y católico Fermín Daoiz y Argaiz (1823-1873). 

5. Otras aportaciones científicas.

En su libro Un viaje a Canarias, Landa contó sus peripecias médicas allí, así como interesantes observaciones etnográficas y costumbristas de estas islas, lo que le valió en 1871 la Medalla de la Emulación Científica de Su Majestad. También formó parte de la Sociedad Francesa de Arqueología, del Instituto de Derecho Internacional y de la Comisión de Monumentos de Navarra. 

En 1868 publicó Descripción de las Lápidas Romanas que existen en la ermita de San Sebastián del lugar de Gastiain-Valle de Lana, estudio realizado por encargo de la Comisión de Monumentos históricos y artísticos de la provincia de Navarra, lo que le supuso ser nombrado académico correspondiente de la Real Academia de la Historia

Los primeros cristianos de Pompeiopolis. Leyenda de San Fermín, publicada en 1882, fue otra de sus obras, en la que describió de forma bastante piadosa el inicio del cristianismo en Pamplona.

6. La ayuda a un santo.

Estableció contacto con Fray Benito Menni (hoy San Benito Menni), que llegó a España el 6 de abril de 1867 con la misión de restaurar la Orden de San Juan de Dios.

En 1874, el hoy santo pidió a Landa, inspector general de la Cruz Roja, que él y un grupo de hermanos hospitalarios pudiesen asistir como voluntarios enfermeros a los heridos de la Tercera Guerra Carlista. A su término, Landa extendió, el 10 de septiembre de 1876, un certificado al padre Menni en el que constataba que durante la guerra se había “consagrado a prestar continuamente en los hospitales el socorro espiritual y corporal a los heridos, sin distinción de procedencia, y con igual amor y cristiana caridad para los de uno y otro campo, con lo que se ha ganado la bendición de muchos desgraciados y ha merecido bien de la humanidad”.

Eduardo Castillo Piñeiro

¿Quién construyó el que, con el paso del tiempo, sería sede del Hospital Central de la Cruz Roja en Madrid? Fue pieza clave Eduardo Castillo Piñeiro (1845-1908), doctor en Medicina en 1865 por la Universidad Central de Madrid, católico ferviente y carlista convencido (Por Dios, por la Patria y el Rey era el lema carlista). Fue diputado carlista por Tafalla y dirigió el periódico El Papelito.

Castillo Piñeiro fue determinante en la resolución médica de la epidemia de cólera que afectó a la ciudad de Madrid, lo que le valió un importante reconocimiento: la concesión de la medalla de bronce de la Junta de Sanidad del distrito del Hospital de Madrid. Formó parte de la Sociedad Ginecológica de España. Y llegó a ser director del Gabinete Anatómico del doctor Pedro González Velasco.

Pero por lo que nos referimos a él es fundamentalmente por que fue patrono constructor del Hospital de San José y Santa Adela, en cuyo edificio terminaría albergándose el actual Hospital de la Cruz Roja.

Castillo Piñeiro fue uno de los albaceas del testamento de la piadosísima madrileña Doña Adela de Balboa y Gómez, una señora de familia noble y muy adinerada que murió relativamente joven, en 1890, a los cuarenta y ocho años de edad, sin ascendientes ni descendientes, dejando en su testamento el legado de que con sus bienes se construyese “una casa de salud para las enfermedades contagiosas… infecciosas de cualquier clase… y para enfermedades propias de la mujer” en las que se atendiera gratuitamente a “criados y criadas de esta Corte”.

Una vez terminada en 1908 la que se denominó Casa de Salud San José y Santa Adela, con elementos góticos mudéjares como era costumbre en el Madrid de la época, el primer proyecto atravesó dificultades que impidieron su apertura hasta 1913, gracias a una intervención directa de la Reina doña María Cristina de Habsburgo-Lorena quien, tras pasar a presidir su patronato y ante la necesidad provocada por los heridos en combate en la guerra de África, emitió un Real Decreto de 17 de diciembre de 1918 por el que convirtió el edificio en Hospital de la Cruz Roja, incorporando esta organización al patronato con la obligación, eso sí, de ampliar los servicios humanitarios, sin olvidar los objetivos fundacionales, entre los que destacaba la creación de una Escuela Modelo de Damas Enfermeras.

Monumento ante el Hospital de la Cruz Roja, en la avenida de la Reina Victoria de Madrid. Foto: Monumenta Madrid.

Testimonio de esto último es el grupo escultórico erigido en 1925 en homenaje a doña Carmen de Angoloti y Mesa (1875-1959), duquesa de la Victoria, quien en 1921, al frente de un grupo de enfermeras, organizó por orden de la Reina Victoria Eugenia de Battenberg la actividad de la Cruz Roja en la guerra del Rif. Se la representa en actitud de socorrer a un herido, vestida de enfermera. Por debajo corre una leyenda: “A la duquesa de la Victoria, insigne bienhechora de los soldados heridos y enfermos por la campaña de Marruecos. La Nación agradecida».

Elena Sánchez de Arrojo

¿Y quiénes fueron las primeras enfermeras que trabajaron en el Hospital de la Cruz Roja de Madrid? Las Hijas de la Caridad, con Elena Sánchez de Arrojo (1854-1947), católica convencida, como directa promotora de la Escuela de Enfermeras de la Cruz Roja. Fue escritora, poeta, activista social y concejala municipal en Guadalajara.

Nació en Madrid en 1857 y partió a Filipinas por ser su padre militar. Allí se casó, tuvo dos hijos, enviudó y perdió también a su único hermano a consecuencia de la guerra: «Donde pasé los más venturosos años de mi vida, entre amigos cariñosos y consecuentes, tanto como jamás volví a tener», según sus propias palabras, y donde comenzó a publicar sus primeros trabajos periodísticos y literarios.

Estas circunstancias personales marcaron sin duda su vida y quehacer futuro. Volvió a España y perteneció al círculo de damas de la Reina Victoria Eugenia, con la que creó en 1917 las Damas de la Cruz Roja, o de enfermería, mujeres no consagradas dedicadas a atender a los muchos heridos de las guerras coloniales y de África en los años finales del siglo XIX y el primer tercio del XX. Fueron 132 las pioneras de este novedoso Cuerpo sanitario, incluida Elena Sánchez de Arrojo.

Se creó porque todas las necesidades no podían ser atendidas por quienes desde el siglo XVII se habían estado dedicando a esos menesteres, las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Las primeras profesoras del curso de Damas de la Cruz Roja fueron experimentadas Hermanas de la Caridad: la Reina Victoria Eugenia se trajo a Sor Marta de Francia y a Sor María de Gran Bretaña. Ese mismo año se publicó Manual de la carrera de enfermeras para el uso de las Hermanas de la Caridad Española. 

Elena Sánchez Arrojo escribió en 1920 otro manual de enfermería que se utilizó para la formación de las enfermeras de la Cruz Roja: El Consultor de la Dama Enfermera. Fue Dama de la Cruz Roja de Guadalajara, y junto a la Reina y algunas infantas de la Casa Real perteneció además a la Junta de Damas del Hospital de la Princesa y a otras instituciones similares, siendo además la primera mujer en ocupar una concejalía en el Ayuntamiento de Guadalajara, la de Beneficencia y Sanidad, en 1927.

Juan Pablo Calero Delso nos cuenta con detalle aspectos de la vida de nuestra protagonista, detalles como que vivió su acendrado catolicismo muy aplicado a lo social y político. Fundó hacia 1918, en plena Edad de Plata, el Sindicato Obrero Femenino de la Inmaculada Concepción de Guadalajara, probablemente el único sindicato confesional católico de la provincia que no agrupaba a agricultores, con el lema Trabajo cristiano, justicia y caridad en su organización, unión y solidaridad en los agremiados. Con sede social en la iglesia de Santiago Apóstol y como consiliario el sacerdote Francisco Mariño, ella misma, en cuanto presidenta, organizó actos y agrupó a criadas domésticas junto con grandes damas.

Fue la delegada en Guadalajara del Patronato Real para la represión de la trata de blancas, que había sido creado en 1902 y reorganizado en 1917, y al que pertenecían damas presididas por Infanta Isabel de Borbón, conocida popularmente como La Chata.

Intentó abrir un hospital en Guadalajara, y perteneció a la Junta del Hospital de la Princesa de Madrid. Promovió multitud de actos sociales para los pobres, como la entrega de 400 cartillas de ahorros a otros tantos escolares de la ciudad Guadalajara, iniciativa de la sociedad La Mutualidad Infantil que llevaba su hijo, el capitán Víctor Martínez, y del Instituto Nacional de Previsión. También presidió con la Asociación del Rosario Perpetuo, y formó parte de la Junta Directiva de la Asociación La Visita del Soldado, fundada con motivo de la Guerra de Marruecos y que presidía la duquesa del Infantado. Recibió en 1931 la Cruz de la orden civil de Alfonso XII. 

Llegó a escribir, en referencia a sus obras de promoción social: “¡Qué edificante y conmovedor lo que aquí observo! Ya es un grupo de señoritas enseñando labores a jóvenes obreras, fortificándolas en su dolorosa lucha por la vida, ya otras instruyendo a los obreros para apartarles de sus más mortales enemigos, aquellos que les arrastran a la abyección y la miseria, el alcoholismo y la blasfemia, otro grupo cosiendo para los pobrecitos, otro llevando a sus frías viviendas calor de caridad, auxilio y consuelo, otros uniéndose para cantar alabanzas a Dios en sus iglesias”.

Algunas de sus obras literarias fueron: Hágase tu voluntad Un ingrato a la ciencia, libros de prosa editados en un volumen conjunto en el taller tipográfico del Colegio de Huérfanos de Guerra de Guadalajara en el año 1906. En teatro estrenó “una conferencia humorística sobre El hombre” en la gala benéfica organizada en 1913 por Roma, el periódico de la rama femenina de Acción Católica, en el teatro Infanta Isabel de Madrid.

En 1915 publicó El padre Mabuti, en la imprenta de Cleto Vallinas, una novela de casi un centenar de páginas con prólogo del padre Albino Menéndez Reigada y que fue la más famosa de sus creaciones literarias. Al año siguiente, dos obras de teatro: Alma máter y Juan Crisóstomo… ¡mártir! En 1920, también con motivo de una gala benéfica, se representó en el Teatro Principal de Guadalajara un sainete titulado La llave de la gloria. Una vez que comenzó su actividad en la enfermería se centró en el El consultor de la dama enfermera, o años después Algo de puericultura, etc. Los últimos años de su vida los pasó escribiendo poesía, una poesía casi mística que la acompañó hasta su muerte.

El emblema de la Cruz Roja

¿Y de dónde sale el emblema de la Cruz Roja?

Pues más que probablemente, de un santo católico, como no podía ser de otra manera tratándose de una cruz, San Camilo de Lelis (1550-1614), que ayudaba a los soldados heridos en el campo de batalla con una Cruz roja sobre su vestimenta.

San Camilo de Lelis.

Siendo militar, fue herido en batalla y hubo de ser hospitalizado. Tras curarse, tomó como director espiritual nada menos que a San Felipe Neri (1515-1595). Se hizo presbítero de la Iglesia y luego fundó a los camilos u Orden de los Clérigos Regulares, Ministros de los Enfermos, que iban a los campos de batalla ensotanados con una cruz roja para distinguirse con claridad, emblema que de manera milagrosa quedó intacto en la batalla de Canizza de 1601 al arder la tienda donde guardaban sus enseres.

Henry Dunant propondría dicho emblema para la Cruz Roja por la facilidad de ser distinguido el personal dedicado a curar heridos.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»