15/11/2024

Tres lecciones para un católico de hoy extraídas de la vida de Evelyn Waugh, converso y cascarrabias

La conversión en 1930 del escritor Evelyn Waugh (1903-1966), autor de Retorno a Brideshead, sirve a S.A. McCarthy, profesor y periodista, para extraer algunas lecciones para los católicos de hoy día. Lo ha publicado en Crisis Magazine:

El católico cascarrabias: tres lecciones de vida de Evelyn Waugh

Hace unos días se cumplían los casi cien años desde que el novelista, ensayista y humorista inglés Evelyn Waugh se convirtiese al catolicismo. Waugh es quizás más conocido en Estados Unidos por Retorno a Brideshead, una crónica rica y elegíaca de las luchas de una familia aristocrática fracturada con la fe católica y el duro descubrimiento por parte de un joven de la verdad que ofrece la Iglesia.

[Lee en ReL este artículo de Joseph Pearce: «Retorno a Brideshead», una novela que muestra la actuación invisible de la Providencia y la gracia]

Pero su obra también incluye clásicos como Un puñado de polvo¡Noticia bomba! y la trilogía sobre la Segunda Guerra Mundial Sword of Honour [Espada de honor] (Hombres en armas, Oficiales y caballerosRendición incondicional).

A pesar de haber muerto hace casi sesenta años, el catolicismo de Waugh sigue siendo un admirable ejemplo de devoción a la Santa Madre Iglesia, especialmente en tiempos de prueba y tribulación.

[Lee en ReL: Evelyn Waugh detalló su conversión a la BBC: «Siempre supe que el catolicismo «era» el cristianismo»]

Nacido en Hampstead, Inglaterra, en 1903 y criado en la Iglesia anglicana, Waugh era un agnóstico agresivo a los quince años y un hedonista en toda regla cuando empezó a estudiar en la Universidad de Oxford. Allí se dedicó sobre todo a la embriaguez y a las relaciones homosexuales. Sus estudios se resintieron hasta tal punto que se vio obligado a abandonarlos y aceptar un puesto como maestro en una destartalada escuela de Gales, que le sirvió de inspiración para su primera novela, Decadencia y caída, una comedia semiautobiográfica publicada en 1928.

Como escritor de éxito, Waugh regresó a las fiestas de Oxford y Londres, centrando ahora sus intereses románticos en las mujeres y no en los hombres. Su primer matrimonio se vino abajo cuando su mujer tuvo una aventura, rechazó los intentos de reconciliación de Waugh y acabó abandonándole. Habiendo pasado ya antes una vez por un intento de suicidio, esta vez Waugh buscó refugio en el pináculo del orden aquí en la tierra: la Iglesia católica.

Durante sus años de juerga cuando estaba en la veintena, Waugh se había desilusionado con el mundo moderno y todo lo que ofrecía. En particular, veía la decadencia de la moral sexual como una amenaza para la civilización. Tras su conversión al catolicismo el 29 de septiembre de 1930, escribió: «El problema del mundo actual es que no hay suficiente religión en él. No hay nada que impida a los jóvenes hacer lo que les apetece en cada momento».

Waugh construyó una impresionante carrera como escritor, publicando novela popular tras novela popular, escribiendo ensayos y memorias de viajes, e incluso sirviendo como corresponsal de guerra en Abisinia a mediados de la década de 1930. Consiguió la anulación de su matrimonio, se casó con la también católica Laura Herbert y tuvieron siete hijos.

Evelyn con Laura, su esposa, trece años más joven que él.

En su vida posterior, Waugh se presentó como la caricatura de un aristócrata cascarrabias, repleto de un audífono de trompeta sobredimensionado y un urbanita (a veces cruel) sentido del humor. Murió el Domingo de Pascua de 1966, tras asistir a misa con su familia.

La vida y la carrera de Waugh incluyeron su amistad con el creador de James Bond, Ian Fleming, y con la familia de Winston Churchill; luchó en el Mediterráneo en la Segunda Guerra Mundial: espió a los comunistas a instancias del Papa Pío XII y rescató a judíos de Europa del Este de la persecución nazi y soviética.

He aquí tres lecciones de vida que los católicos de hoy pueden aprender de Waugh.

Lección 1 – Nunca abandones a la Iglesia

La conversión de Waugh al catolicismo en 1930 fue una especie de conmoción en la escena social inglesa: un autor joven, popular y con una fortuna reciente se unía a una secta religiosa rígida e históricamente perseguida justo cuando su generación estaba explorando la degeneración sexual y la cocaína y el socialismo parecía casi contraintuitivo. El padre de Waugh llamó burlonamente a la decisión de su hijo su «perversión [juego de palabras por ‘conversión’] a Roma». Tan controvertida fue la decisión que el propio Waugh llegó a escribir un artículo explicando su conversión al público (The Daily Express, 20 de octubre de 1930).

Pero la decisión del autor de abrazar la fe católica distaba mucho de ser meramente reaccionaria. El jesuita padre Martin D’Arcy, que acompañó a Waugh durante su conversión y fue su director espiritual, escribió: «Nunca he conocido a un converso que basara tan firmemente sus asentimientos en la verdad«.

Tres décadas más tarde, cuando le preguntaron en una entrevista si tenía alguna duda sobre Dios o la verdad de la fe católica, Waugh respondió con franqueza y sencillez: «No». Este enfoque pragmático y práctico de su fe le sirvió a Waugh a lo largo de las pruebas de su vida.

La áspera entrevista de John Freeman a Evelyn Waugh en la BBC, el 26 de junio de 1960, precedida por una presentación posterior sobre sus circunstancias. Los minutos más interesantes sobre la fe son del 15:22 al 18:25.

Una de las facetas de la fe católica que más atrajo a Waugh fue la misa tridentina. Cuando se convirtió en 1930, no existía, por supuesto, el misal Novus Ordo, y cuando el Concilio Vaticano II empezó a hacer ajustes en la liturgia, Waugh empezó a temer que la hermosa y solemne forma de oración que le había atraído a él -y a tantos otros conversos- a la Iglesia fuera eliminada y sustituida por algo que él consideraba banal, mundano y poco sagrado.

Mientras los clérigos revolucionarios introducían cada vez más innovaciones y «reformas», Waugh escribía en nombre de los laicos que seguían fieles a las tradiciones seculares de la Iglesia: «Mantenemos las creencias, intentamos observar la ley moral, vamos a misa los días de precepto y echamos un vistazo a menudo a las traducciones vernáculas del latín… Nos tomamos algunas molestias para educar a nuestros hijos en la fe… En todos los tiempos hemos formado el cuerpo principal de ‘los fieles’, y creemos que la Iglesia fue fundada para nosotros tanto como para los santos y para los pecadores públicos«.

Waugh expresó sus preocupaciones a su obispo, el cardenal John Carmel Heenan de Westminster, en una serie de cartas a lo largo de los años 60. A Waugh le preocupaba que, en un intento de hacer que los laicos se sintieran más relevantes, el papel crucial del sacerdote en la misa se viera disminuido y que, en un esfuerzo por hacer que los laicos participaran más activamente en la misa, se olvidaran poco a poco de participar espiritualmente.

«Detecto un nuevo tipo de anticlericalismo«, escribió a Heenan: «Los nuevos anticlericales parecen minimizar el carácter sacramental del sacerdocio y sugerir que los laicos son sus iguales». 

También consideraba innecesaria la introducción de la lengua vernácula y consideraba que su obligatoriedad era una afrenta a Dios: «Esta era la misa por cuya restauración los mártires isabelinos fueron al cadalso. San Agustín, Santo Tomás Becket, Santo Tomás Moro, Challoner y Newman habrían estado perfectamente a gusto entre nosotros; de hecho, estaban presentes allí con nosotros….. Su presencia no habría sido más palpable si hubiéramos pronunciado las respuestas en voz alta al modo moderno».

A medida que el Papa Francisco y los funcionarios del Vaticano introducen cada vez más restricciones a la celebración de la misa tridentina aplicando Traditionis Custodes, las preocupaciones y lamentos de Waugh seguramente les suenen familiares a los fieles católicos de hoy. Aunque Waugh nunca vivió para ver los abusos litúrgicos generalizados introducidos por el «espíritu del Vaticano II» o el floreciente movimiento de reacción, su ejemplo debería inspirar a los católicos a permanecer fieles a la Iglesia, lo que incluye al obispo de Roma.

Poco antes de su muerte, Waugh escribió que la desaparición de la misa tridentina «me deja sin consuelo ni edificación. Ruego a Dios que nunca apostate, pero ir a la iglesia es ahora una amarga prueba«.

Waugh sufrió pacientemente, lamentando en voz alta la pérdida de las tradiciones católicas, pero sin abandonar nunca a la Iglesia ni al pontífice.

Lección 2 – Todo santo tiene un pasado, todo pecador tiene un futuro

Innumerables santos han demostrado con el ejemplo de sus vidas que no hay pecado demasiado grande para que Dios lo perdone. Aunque no está canonizado, el ejemplo de Waugh confirma el mismo principio de esperanza, misericordia y perdón sin límites.

De joven, en Oxford, Waugh mantuvo varias relaciones homosexuales. En aquella época, se trataba de una práctica bastante común –C.S. Lewis incluso habla de ello en su autobiografía, Cautivado por la alegría– y se entendía en gran medida como una «fase» precipitada por el hecho de que los jóvenes tenían un gran apetito sexual y a las mujeres no se les permitía estudiar en Oxford.

La relación entre Charles y Sebastian, eje de Retorno a Brideshead, tiene un punto equívoco entre la pura amistad, el amor platónico y una homosexualidad nunca explícita: era algo muy frecuente en el Oxford que retrata Evelyn Waugh, quien lo vivió de primera mano. Las imágenes corresponden a la serie televisiva de 1981, excelente versión interpretada por Anthony Andrews (Sebastian) y Jeremy Irons (Charles).

El propio Waugh lo explicó y fue, incluso antes de su conversión al catolicismo, decididamente (incluso vorazmente) heterosexual. Pero al casarse, Waugh se dedicó por completo a su esposa. Incluso después de que su primer matrimonio se desmoronara, Waugh mantuvo flirteos inofensivos (casi siempre humorísticos), pero nunca se acostó con una mujer hasta que se casó con Laura en 1937. Se dedicó por completo a su esposa y rechazó y despreció abiertamente la inmoralidad sexual.

Waugh también era famoso por su carácter bravucón. Su cáustico sentido del humor no era todo diversión y juegos. Después de que sus burlas hicieran que una chica se fuera llorando de una fiesta, una amiga suya, Nancy Mitford, le preguntó cómo era posible que fuera tan mezquino y aun así se considerara católico. Con el ingenio que le caracterizaba, Waugh le pidió a Mitford que pensara cuánto peor sería si no fuera católico. 

Lejos de excusar este comportamiento, Waugh, a medida que se entregaba cada vez más a su fe católica, comprendió que su acoso a los demás era un fracaso moral por su parte y trató de ponerle freno. Una de las maneras que eligió para hacerlo fue buscar matones más grandes y más malos y acosarlos, empleando una modificación quizá más severa del código clásico de los cómicos de no pegar nunca hacia abajo, sino hacia arriba.

Un excelente ejemplo del ejercicio de este principio por parte de Waugh se manifiesta en su agria amistad con Randolph Churchill, hijo de Winston. Waugh y Churchill sirvieron juntos en la misión británica Maclean en Yugoslavia. Según sus biógrafos, al egocéntrico Churchill le gustaba presumir de ser el hijo del primer ministro. Waugh, siempre dispuesto a desafiarle, decidió burlarse del bravucón del equipo. La rivalidad incluyó una costosa apuesta a que Churchill no podría leer toda la Biblia en menos de dos semanas y una elaborada treta para socavar la imagen de Churchill delante de los diplomáticos.

Tanto Waugh como Churchill eran bebedores y fumadores y aficionados a un lenguaje un poco grosero; la treta consistió en que, durante varias semanas, Waugh dejó de beber y fumar y limpió su vocabulario para revolotear en torno al hijo del primer ministro y disculparse ante los diplomáticos por su comportamiento grosero… comportamiento que Waugh había compartido con entusiasmo unas semanas antes.

«La Iglesia», escribió Waugh en una ocasión, «es el estado normal del hombre, del cual los hombres se han exiliado desastrosamente». A lo largo de su vida, Waugh se esforzó por volver a ese «estado normal del hombre» en la Iglesia católica. Como todos los católicos están llamados a hacer, confió sus pecados y defectos a la misericordia de Cristo y se comprometió de nuevo cada día con la virtud.

Lección 3 – Sé un vividor y ten sentido del humor

Aunque el catolicismo, por supuesto, exige una faceta ascética, Cristo también dijo a sus apóstoles: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Juan 10,10). De hecho, la virtud cardinal de la justicia exige incluso que se disfrute de las cosas buenas que Dios ofrece, y Waugh ciertamente sabía cómo hacerlo. Era aficionado a los buenos puros y al buen vino, disfrutaba de los mejores restaurantes y hoteles de Inglaterra y vestía trajes hechos a mano con telas italianas.

Gastó el equivalente a millones de dólares en renovar su casa de Piers Court, instalando sobre la puerta principal un escudo de armas que él y su esposa diseñaron juntos, y pilares de mármol flanqueando el escritorio de su amplia biblioteca doméstica.

Más que ser un hedonista, lo que Waugh reconocía y apreciaba era la calidad, un rasgo que se manifestaba especialmente en su colección de libros. Coleccionaba libros raros, sobre todo primeras ediciones y ediciones firmadas, y se gastaba mucho dinero en encuadernaciones profesionales en cuero marroquí de alta calidad.

Y lo que es más importante, Waugh sabía divertirse. Aunque tenía fama de misántropo, era un sorprendente juerguista y sus amigos lo querían mucho.

Según un biógrafo, en una ocasión Waugh acudió a caballo a la fiesta de un amigo, negándose a desmontar y montando a caballo en el interior de la casa, con un cóctel en la mano. Una parte fundamental de pasarlo bien es, por supuesto, hacer reír a los demás.

Casi sesenta años después de su muerte, Waugh sigue siendo considerado una figura controvertida. Pero hay un punto en el que tanto los críticos como los admiradores de Waugh pueden estar y están de acuerdo: el hombre era salvaje y brutalmente divertido.

Durante casi un siglo, los expertos literarios han elogiado las novelas de Waugh, perversamente ingeniosas y rebosantes de farsa, y es evidente que el escritor disfrutaba entreteniendo a sus amigos con su ingenio y su sentido del absurdo.

Por ejemplo, el escritor mantuvo una larga correspondencia con Grainger, el perro de su amiga Mary Lygon. En una ocasión, mientras discutía alegremente con Mary, Waugh envió a Grainger una invitación manuscrita a una fiesta de té y le dejó claro al perro que su dueña no estaba invitada.

Aunque el humor de Waugh tendía a lo cruel en su juventud, su conversión al catolicismo impregnó incluso este aspecto de su vida y le desafió a tratar a los demás con mayor amabilidad. Aunque, como simple mortal, a veces fracasaba en este empeño, se esforzaba, y al ir envejeciendo su humor se centró cada vez menos en burlarse de los demás y cada vez más en divertir a sus amigos, o a veces incluso solo a sí mismo.

En una ocasión, un aficionado estadounidense llamado Moor fue invitado a quedarse con Waugh y su esposa en su casa de campo. Waugh se pasó todo el fin de semana preguntándole por la música jazz, Harlem y la cocina afroamericana, a pesar de que Moor era blanco. El invitado pensó que Waugh le había confundido con otra persona y pasó el fin de semana confuso, buscando una oportunidad para aclarar el malentendido. Finalmente, la esposa de Waugh se apiadó del hombre y le dijo que Waugh había construido un elaborado juego de palabras histórico basándose en su apellido, Moor, que en inglés significa ‘moro‘.

Ya fuera bebiendo con sus buenas amigas las hermanas Lygon, llevando de contrabando una caja de hámsters al hospital para animar a su hijo tras una operación ocular, o publicando docenas de novelas cómicas y relatos cortos, Waugh disfrutaba y se sentía realizado entreteniendo a los demás y haciéndoles reír.

Fue capaz de combinar esta pasión con un profundo amor por la verdad, la bondad y la belleza católicas, y con el deseo de compartir esa verdad con todo el que pudiera.

Traducción de Verbum Caro.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»