Todo en el cristianismo es una desconcertante mezcla de lo cotidiano y lo sobrenatural. Jesús parecía uno más, y no llamó la atención de los historiadores, excepto de aquellas personas que le trataron, que quedaron fascinadas y lo contaron o escribieron. Fue tras la muerte de Jesús cuando pasaron muchas cosas extrañas: dijeron que vivía, y muchas vidas se transformaron.
Lo mismo pasa hoy con los santos de vida cotidiana, los «santos de la puerta de al lado». Esa cercanía, esa cotidianidad, en el cine, es a la vez una fuerza y una debilidad. Es fuerza porque los vemos como uno de nosotros, y más si son de nuestra época. Es debilidad, porque en el cine queremos más «efectos especiales». Pero en el cristianismo, los efectos especiales se dan en las vidas. Nadie vio la Resurrección de Cristo, aunque varios vieron a Cristo resucitado y a sus ángeles.
Una santa con hombreras que escuchaba Mecano
Esto sucede también con Un ángel llamado Rebeca, la película sobre una joven Sierva de Dios, obra de la familia Zavala (José María, director; Inés y Borja, productores). Cuando Roma reconozca sus virtudes en grado heroico y apruebe que se realizó un milagro por su intercesión, Rebeca será beata.
Lista de cines y ciudades y posibilidad de pedir pases en: rebecalapelicula.com
¿Con quién conecta hoy Rebeca Rocamora Nadal, fallecida en 1996 a los 19 años por una enfermedad? Suena raro, pero si Carlo Acutis era un santo de Internet, del siglo XXI, Rebeca es una santa del siglo XX. Una santa que escuchaba Mecano. Una santa adolescente con hombreras.
La muerte congela a los santos jóvenes en esa juventud extraña. Probablemente ellos, desde el Cielo, piensan que los extraños somos nosotros. «Nosotros ahora vemos como por un espejo, de forma confusa, pero entonces veremos cara a cara», nos dice San Pablo.
Por supuesto, a los santos hemos de imaginarlos cara a cara. En el caso de Rebeca Rocamora tenemos muchas imágenes, muchos vídeos caseros, porque su padre trajo una cámara Super-8 y la familia se acostumbró a filmar acontecimientos familiares. Estamos en la época de los santos filmados en vídeo. La película tiene mucho de reality con nostalgia. Si tienes unos 50 años, quizá tú también tienes en casa películas familiares similares: tu padre con patillas cuando gateabas, esa ropa setentera infantil, esos peinados locos de los 80… Y, si eres del Mediterráneo, como Rebeca, esas palmeras (a 25 km de Elche y 20 de Orihuela), esos veranos en familia, sol, piscina, todo abierto que corra el aire… también el del Espíritu.
Ella no quedó en el pasado, sino en el Cielo
Nos hablan de Rebeca sus amigos, sus primos, sus hermanas, su madre. Todos ellos han seguido cumpliendo años, mientras ella se ha quedado allí. Pero «allí» no es el pasado, ni la infancia (aunque una amiga dice «Rebeca fue mi infancia»). Allí es el Cielo, porque sienten que ella les acompaña. Ella les pone el Cielo muy cerca.
La película salta del costumbrismo a lo divino cuando hablan los testimonios, las vidas cambiadas por ella, sus victorias después de muerta. En vida no parecía gran cosa, como Jesús no impresionaba mucho a sus paisanos de Nazaret. Pero cuando murió, miles de personas se acercaron a su entierro y luego han pasado por su tumba. Fama de santidad, de manual.
Cuando Rebeca hizo la Confirmación con 14 años, quiso ser catequista. «Yo tenía 20 años, ella 14, y era una cristiana mucho más madura que yo», recuerda una compañera catequista. Muchos de los que la lloraron cinco años después habían sido sus niños de catequesis. Nos habla el monaguillo que la acompañaba en sus misas finales, al lado de su lecho de muerte: se hizo sacerdote y le reza. Y su primo, que pidió su intercesión ante un embarazo duro. Y otras catequistas, que se inspiran en ella. Y un matrimonio con un niño muy enfermo, confiados en Dios y sus tiempos.
Un apostolado de la sonrisa
La gente le hace novenas a Rebeca mirando su sonrisa, su pelo rubio, sus ojos azules. Su aspecto de ángel. Ella era devota de Santa Gema Galgani, otra joven santa enferma, que murió a los 25 años. Pero en las fotos del siglo XIX Gema no sonríe: no era habitual sonreir a la cámara en esa época. En cambio, en Rebeca, la sonrisa es su predicación. La biografía que escribió su hermana Laura y se difunde desde 2004 se llama precisamente La estela de una sonrisa.
El carisma de Rebeca es la sonrisa en la enfermedad, en la cruz. Parece una encarnación viva de la enseñanza del lignum crucis, el fragmento de la Cruz de Cristo (quizá una reliquia por contacto) que se venera en su pueblo, Granja de Rocamora. Nos emocionamos cuando vemos que llevaron en procesión el Cristo y la reliquia a su casa.
Siempre que le preguntaban por sus dolores, pasaba a hablar de otras cosas, siempre haciendo bromas y riendo. Como hemos visto en las películas sobre Carlo Acutis, también en ella se combinaban un buen humor lleno de bromas con un sentido de la justicia muy firme.
Una vez, un amigo suyo con coche quedó enzarzado en un alboroto de pitidos y gritos en la calle. «Usted no tiene por qué hablarle así a mi amigo, que es una buena persona», le dijo Rebeca a alguien que exageraba en sus insultos. También protestaba cuando se chismorreaba contra alguien o había burlas contra otras chicas. A veces las burlas iban contra ella, porque el tratamiento la hinchó, le hizo caer el pelo, le daba sueño…
La santidad no es algo lejano
Vemos que aún hoy ella sigue contagiando alegría, amor y la confianza en Dios y en sus tiempos y ritmos. Hace pensar a jóvenes y mayores que la santidad no parece tan complicada, que puede ser algo cercano y cotidiano: amar, sonreír, confiar, procurar alegrar a los demás sin quejarse mucho…
Uno tiene a veces la tentación de pensar «bueno, vale, una chica amable y paciente y sufrida, que además tenía fe». Ya, pero es que también está Dios. Jesús no sólo es un buen predicador, que además es hijo del carpintero. Es que hace milagros. Nos cuenta con detalle el suyo la señora Milagros: un milagro del siglo XXI bajo la supervisión de la medicina del siglo XXI. No le operaron la mandíbula: la noche antes de la operación, peligrosa y grave, supuró una extraña pus y se selló la herida. Y hasta hoy. El obispo le había dado a rezar una novena a Rebeca.
¿Un ángel llamado Rebeca? Sí, no por su aspecto más o menos angelical en las fotos de niña, sino porque, como un ángel, aunque invisible, aún actúa sirviendo a Dios a nuestro alrededor. Como el ángel Rafael en el libro de Tobit, ella tiene formas extrañas de abrir nuestros ojos, devolvernos la vista perdida con tantas distracciones. Esta película es una de esas formas.
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