20/11/2024

Un hermano en la cárcel, otros en drogas, pero hoy ella es franciscana y atiende a mamás solas

La hermana María Guadalupe Valdez Mora ha explicado su trabajo con madres jóvenes y abandonadas en Durango, México. En una zona industrial, de fábricas, polvo, sol y pocas casas, está, como un oasis con hierba y juegos, la Casa Hogar Franciscana para Mamás Solteras desde hace 25 años, que atienden tres Franciscanas del Refugio.

La religiosa explica a Jesús Leyva, de Global Sisters Report, cómo su congregación nació ligada a la acogida de madres solteras.

«El 1 de junio de 1889, nuestra fundadora, la Madre Librada del Sagrado Corazón Orozco Santa Cruz, dijo: «Yo quiero hacer algo por esas muchachas y quiero ayudarlas. El arzobispo de Guadalajara le dio una iglesia que estaba casi en ruinas. Esa iglesia tenía una casa abandonada a un lado. La madre la empezó a arreglar, y ahí tuvo a la primera mamá soltera, una muchacha que se llamaba María. Libradita, como le decimos, tenía la perspectiva de la educación, y en un momento se preguntó: «Ya tengo a las muchachas, pero ¿qué vamos a hacer con sus hijos?». De esa manera empieza el apostolado de la mamá soltera y el apostolado de la educación. Hoy, tenemos casas para la mamá soltera en Guadalajara, Aguascalientes y la de aquí, en Durango», explica.

Un hermano en la cárcel, otros drogadictos

La misma hermana María Guadalupe Valdez Mora se crio en una familia con problemas graves.

«Somos 9 hijos. Uno estuvo 20 años en la cárcel, y otros eran drogadictos. A pesar de eso, mi mamá trató de infundirnos a Dios y no dejaba de llevarnos al catecismo. Cuando era adolescente, unas amigas me invitaron a misiones con los franciscanos. Nos llevaron a Nayarit, con los [indígenas] huicholes. Entonces, yo soñé con casarme con una persona que fuera misionero. Ese era mi sueño de 15 años. Pero a los 17, Dios tenía otro llamado para mí. Me invitó una madre a su convento. Y yo, al ver a la madre tan bonita, sonriente y alegre a sus 60 años, dije: «¡Qué bonita es esa vida!». Y decidí hacer una experiencia de 15 días. A los 8 días dije: «Yo no me regreso a mi casa»», detalla.

Pasó 9 años acompañando migrantes en EEUU. «Después, quise trabajar con las familias. Aprendí más de la familia y cómo manejar a los adolescentes. Entonces, me mandaron aquí a Durango», añade.

Las religiosas insisten, ante todo, en que las jóvenes mamás que acogen finalicen sus estudios, al menos la secundaria, y que los complementen con talleres y capacitación laboral. En colaboración con otras instituciones, les ofrecen también talleres de formación en otros temas, como de prevención de violencia. También cuentan con apoyo de psicólogos.

Madrugar, rezar el rosario, acompañar a los niños

En un día típico, las religiosas se levantan a las 5.30 para la oración y la misa. Luego preparan la comida. A las jóvenes las despiertan a las 8, pero otras se levantan antes porque a esa hora ya entran sus niños en la escuela. Las chicas colaboran en la limpieza de la casa y en la cocina. Las religiosas se centran en lo administrativo, especialmente de noche, cuando hay tranquilidad en la casa, porque por la tarde, cuando vuelven los niños, hay bastante alboroto. A las seis de la tarde tocan la campana y todos, mamás, niños y religiosas, rezan el rosario. «Luego, nos quedamos en la capilla haciendo más oración», explica la hermana María Guadalupe

A veces la autoridad pública trae chicas de 16 o 17 años con bebés. «En esos casos, me ayudan con pañales y leche, pero yo me encargo de lo demás. A veces las trae el Grupo Esmeralda (un programa de prevención de la violencia familiar). Y a veces ellas llegan tocando la puerta».

Ha habido cambios. Antes, muchas chicas embarazadas eran víctimas de abusos de su padre o pariente. Hoy, en cambio, hay más que llegan enganchadas a la droga. «Yo les digo que no quiero muchachas con adicciones. ¿Pero qué hago si me están tocando la puerta? Lo malo es que traen otra criaturita detrás de ellas», comenta.

A menudo el padre de la muchacha también es drogadicto. Para romper el ciclo, las religiosas tienen que acoger y ofrecer un hogar distinto, uno con amor y normas.

Pero estas chicas llegan de hogares destrozados y no están acostumbradas a seguir reglas. «Yo les digo que aquí hay reglas porque somos una familia. Tienen su habitación y su cama, pero tienen que dejar ropa y cuarto limpio, y niño arreglado, pero les cuesta porque no están acostumbradas. Han de tener ganas de salir adelante. Si no tienen ganas, ni siquiera las tenemos que expulsar: ellas se van por su cuenta».

En un colegio de las Franciscanas del Refugio las chicas representan la historia de Madre Libradita y su vocación a acoger embarazadas solas y educar a las muchachas.

Al servicio de las chicas, sin ayudas públicas

Las tres religiosas están disponibles para las chicas a todas horas. «Es desgastante, porque es siempre estar educando y hablando con ellas. Hay que hablarles claro, sencillo y con la verdad. A veces pienso que no me entienden, no me escuchan y vuelven a hacer lo mismo, pero esto es un trabajar todos los días con ellas», añade.

En México, jueces activistas y políticos han implantado el aborto: en septiembre de 2021 se dictaminó que penalizar el aborto es inconstitucional, y ya 13 estados mexicanos lo tienen ampliamente establecido. Por supuesto, el mismo estado que favorece el aborto no aporta ayudas a las mamás que quieren criar a sus hijos.

«El Gobierno no nos ayuda en nada. Tenemos que mantenernos de lo que la gente nos da, de la caridad. Entonces, vamos a Caritas por alimentos los jueves a las 2 de la tarde. Los viernes es algo extraordinario, que es el bazar, y estamos atendiendo a gente toda la mañana. Viene mucha gente y vendemos las cosas muy baratas», detalla.

Una historia reciente: la abuela prostituía a la chica

A una de las chicas que acogieron, su abuela la prostituía con 12 años. Se escapó de ella a los servicios sociales, pero la abuela la perseguía. Siguió escapándose y un chico la embarazó con 15 años. Las autoridades ya no podían alojarla con otras chicas por tener un bebé, y la llevaron a la casa de las religiosas.

«Yo veo a esa niña de 16 años, viene arrastrando esa historia de vida. Ella no toma drogas, pero por su estado de afectividad, le estoy dando tratamientos con la psicóloga. Lo bonito es que ella no quiere lo mismo para su hija, y no quiere que las separen», explica.

Ve que las chicas poco a poco aprenden y mejoran. «Siempre será una gran satisfacción que ellas se vayan con un sueño o pensamiento positivo. Para mí, ese será el mayor pago y la mayor satisfacción. Le digo a las muchachas: «Sé lo que es el dolor, pero también sé que hay algo más a que aspirar«. Y eso es lo que yo trato de infundirles a ellas, que piensen más allá», añade.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»