23/12/2024

Una anciana sacristana, un carpintero… Así murieron los 20 nuevos mártires de la Guerra Civil

La catedral de Sevilla (España) acogerá este sábado 18 de noviembre la beatificación de 20 cristianos mártires -diez sacerdotes, un seminarista y nueve seglares- que dieron su vida por Cristo en el pasado siglo en España, en el año 1936.

«Son todos ellos víctimas inocentes, asesinados por odio a la fe, porque eran católicos, porque eran sacerdotes, seminarista, laicos, porque creían en Dios, porque tenían a Jesús como centro de su vida. No odiaban a nadie, procuraban vivir en paz y hacer el bien», dice el arzobispo de Sevilla José Ángel Saiz Meneses en una carta pastoral.  

«En estos tiempos convulsos y violentos, ¿qué mensaje nos ofrecen los mártires? Ante todo nos invitan a perdonar (…). Estamos llamados al perdón, más aún, al gozo de perdonar, a eliminar de la mente y del corazón el rencor y del odio. También nos hacen una llamada a la conversión, para que en nuestra vida prevalezcan la bondad y la misericordia. Todos estamos invitados a convertirnos al bien», añade Meneses.  

Son en total 20 mártires, de los cuales diez son sacerdotes, un seminarista y nueve seglares.

El pasado 22 de junio, el Papa Francisco aprobó el decreto que reconocía el martirio de 20 católicos de Sevilla (España) asesinados por milicianos en el marco de la persecución religiosa que tuvo lugar durante la Guerra Civil española.

El sacerdote y párroco Manuel González-Serna Rodríguez encabeza el listado total de 10 sacerdotes y 9 laicos y 1 seminarista martirizados.

Entre ellos, además de sacerdotes, había una sacristana de 68 años, un abogado, un farmacéutico, un carpintero y varios miembros de consejos parroquiales. Aunque asesinados en la diócesis de Sevilla, los había de Huelva, Cádiz y Granada. El más joven, Enrique Palacios Monrabá, tenía 19 años. Fue fusilado junto a su padre, Manuel Palacios Rodríguez.

Entre los rasgos comunes, todos carecieron de un juicio justo y en su mayoría fueron encarcelados antes de su «muerte violenta» por «odio a la fe» en la archidiócesis de Sevilla. Muchos de ellos «oraron, se animaron, confesaron y expresaron palabras de perdón para los verdugos». La mayoría pertenecían a la Adoración Nocturna, Acción Católica o se significaron intentando impedir que se cometieran actos violentos en templos o mientras se celebraba la Santa Misa, como es el caso del sevillano Manuel Luque Ramos.

Juan José Asenjo, arzobispo emérito de Sevilla, destacó hace unos años, en la fase diocesana de la causa martirial, que todos ellos «invocaron filialmente a la Virgen con el rezo del Santo Rosario» y que, en la cárcel «confortaron a sus compañeros» al tiempo que «nunca renegaron de su condición de  sacerdotes o laicos fervientes«.

«Sufrieron con fortaleza vejaciones y torturas sin cuento y murieron perdonando a sus verdugos y orando por ellos. Vivieron los instantes finales de su vida con serenidad y alegría admirables, alabando a Dios y proclamando que Jesucristo era el único Rey y Señor de sus vidas», detalló el arzobispo en 2016.

Manuel González-Serna, el párroco de Constantina

El primer mártir mencionado por el dicasterio es el sacerdote Manuel González-Serna Rodríguez. Nacido en Sevilla el 13 de mayo de 1880, fue ordenado sacerdote el 20 de septiembre de 1902 y nombrado párroco de Constantina el 30 de octubre de 1911. Detenido la noche del 19 de julio de 1936, el 23 de julio siguiente fue conducido a la iglesia parroquial de Constantina, donde tras sufrir todo tipo de insultos en la plaza pública fue ejecutado en la sacristía. Ya desde antes de su martirio, su fama de santidad era notoria entre los fieles.

Esquela del sacerdote Manuel González-Serna y Rodríguez, martirizado «por las turbas revolucionarias» en España el 23 de julio de 1936. 

María Dolores Sobrino Cabrera, la sacristana de 68 años

La segunda mártir de la localidad de Constantina era una piadosa mujer de 68 años, comprometida con la parroquia como sacristana. Fue asesinada el mismo día y el mismo lugar que el párroco González-Serna. Una vez martirizados, profanaron ambos cadáveres y los dejaron en las calles hasta que, al día siguiente, un camión los llevó al cementerio.

Enrique Palacios Monrabá, seminarista de 19 años, y su padre Manuel Palacios

Es  el único seminarista de los nuevos mártires. Tras concluir su primer año de estudios de Teología, marchaba a su casa de vacaciones a finales de junio de 1936 cuando fue detenido y asesinado junto a su padre, el también mártir Manuel Palacios Rodríguez en la prisión de Cazalla de la Sierra el 5 de agosto de 1936. Tenía 19 años y seis hermanos, que quedaron huérfanos. 

Agustín Alcalá Henke, abogado asesinado el primer día de guerra

Este abogado y empresario fue fusilado en Sevilla el mismo día que comenzó el alzamiento militar en África, el 17 de julio de 1936, y murió al día siguiente. Sus dedicaciones, marcadamente cristianas tanto en el ámbito laboral y político desde la Doctrina Social de la Iglesia, como en la piedad popular y la caridad en las Conferencias de San Vicente de Paúl le convirtieron en objetivo prioritario de la «justicia y revolución popular». Sus verdugos desoyeron el compromiso cristiano de Alcalá Henke con sus trabajadores como resultado del catolicismo social del momento, que lloraron su pérdida.

Uno de los mártires de Sevilla, el abogado Agustín Alcalá Henke.

José Vigil Cabrerizo, primer sacerdote asesinado, el mismo 18 de julio 

Agustín Alcalá fue tiroteado el 17 de julio, pero era laico. El 18 de julio por la tarde era asesinado el sacerdote José Vigil, encargado del barrio de San Jerónimo de Sevilla. Los milicianos buscaban falangistas y entraron en su casa, donde vestía de civil y estaba su familia. En la casa le dispararon dos veces, con voluntad de dejarlo herido. Luego lo sacaron a la calle, le quitaron la cartera, vieron que tenía estampitas para los niños y dijeron: «Este es beato», disparándole otro tiro en el hombro izquierdo.

Parecía que iban a dejarlo vivo, pero un miliciano dijo «No lo dejéis, que es el cura de San Jerónimo» y metiendo la pistola entre los cuerpos de su madre y hermanas le disparó otro tiro en el vientre. Cayó declarando: «Yo los perdono como Dios Nuestro Señor perdonó a sus enemigos». Rogó a los milicianos que no dañasen a sus padres y hermanas. Aún le dieron otro disparo más sin acabar de rematarlo (su hermana mayor le cubría la cabeza con su cuerpo) y agonizó durante una hora. Parece que fue el primer sacerdote asesinado durante la Guerra Civil.

Mariano y Gabriel López-Cepero y Muru, dos hermanos

Eran dos hermanos de Cazalla de la Sierra; Mariano, nacido en 1883, había sido teniente de alcalde del pueblo. Gabriel era padre de siete hijos y miembros del consejo parroquial. Ambos fueron detenidos en la prisión de Cazalla de la Sierra y ejecutados el 5 de agosto. 

Cristóbal Pérez Pascual, el farmacéutico de Cazalla

El delito que le valió la condena a muerte a este mártir no fue otro que pertenecer igualmente al consejo parroquial y haber abierto una farmacia, desde la que procuró desarrollar una intensa actividad asistencial y benéfica. También lo fusilaron en la cárcel de Cazalla el 5 de agosto de 1936. Tenía 48 años. 

José María Rojas Lobo, 26 años, tiroteado mientras huía

Nacido en Sevilla el 29 de septiembre de 1910, era abogado y miembro del partido católico Acción Popular. Durante el verano de 1936 acudió con su familia a Marchena donde fue detenido por milicianos republicanos. Cuando llegaron tropas del bando nacional, muchos presos, incluyendo Rojas, trataron de huir y les dispararon. Gravemente herido, falleció cinco días después. 

Manuel Luque Ramos, el recadero de las monjas

El segundo de los marcheneros martirizados era recadero y sacristán de las monjas Clarisas y vivía con su madre viuda cerca del monasterio. El 18 de julio de 1936 se opuso a un grupo de revolucionarios que querían entrar en la iglesia durante la Santa Misa. Detenido al día siguiente, también le dispararon durante el intento de fuga, y murió días después en el hospital de Marchena el 22 de julio de 1936.

El párroco de El Saucejo, Rafael Lobato Pérez, y su hermano Salvador, carpintero

Al empezar la violencia, el párroco de El Saucejo, Rafael Lobato, de 35 años, y su hermano Salvador, de 31, que era carpintero, es escondieron en casa de una vecina, pero los milicianos fueron a buscarles, y les llevaron a un camino fuera del pueblo donde les fusilaron el 21 de agosto de 1936. Parece que el carpintero podría haber salvado la vida si hubiera aceptado separarse de su hermano sacerdote.

Mariano Caballero Rubio, vicepárroco de Huelva

Nacido en Alájar (Huelva) en 1895, fue ordenado sacerdote en 923 y nombrado vicepárroco en Huelva en 1934. Vio la quema de su iglesia el 21 de julio, huyó y le escondió una familia en Punta Umbría, pero los milicianos terminaron por dar con el sacerdote, que una vez arrestado fue conducido hasta el muelle de Huelva por una multitud armada. En su traslado se encontró con el Fiscal de la Audiencia, Narciso Pascual, respondiendo a sus palabras de aliento: «Estoy completamente resignado en las manos de Dios». Llegados al muelle, un joven de unos 16 años, armado con una pistola, le disparó a quemarropa en la espalda, dejándole gravemente herido. El disparo y la consiguiente hemorragia causaron su muerte en el hospital el 23 de julio de 1936.

Rafael Machuca y Juárez de Negrón, sacerdote detenido en un balneario

Tenía 54 años y era vicepárroco de la Asunción, en su pueblo, Estepa (Sevilla). Cada año, por indicación del médico y con permiso del obispo, acudía en julio a un balneario, en este caso a Carratraca (Málaga), a tomar aguas medicinales. Allí le atraparon los milicianos (a él y 10 personas más, incluyendo otros dos sacerdotes).

Los enviaron a Málaga presos «por su seguridad», dijeron, donde pudieron alentar y confesar a otros prisioneros durante algunas semanas. Después, el 30 de agosto, tras un bombardeo de la aviación nacional sobre Málaga, fueron fusilados en represalia 120 presos, incluyendo varios sacerdotes, y Machuca entre ellos.

Francisco de Asís Arias Rivas, vejado junto a su coadjutor

Ordenado sacerdote en 1919, el martirio le llegó junto a su coadjutor cuando llevaba casi 20 años de párroco en la localidad de Lora del Río, donde había desarrollado una intensa labor pastoral y educativa.

Padeció los rigores del laicismo que trató de secularizar el cementerio y apropiarse de bienes de la Iglesia. Detenido al inicio de la contienda fratricida, fue vejado, pero siempre trató de confortar a sus compañeros de infortunio. Fue fusilado la madrugada del 1 de agosto de 1936.

Juan María Coca Saavedra preservó la imagen de la Virgen

Nacido el día de Navidad de 1884, era muy popular entre los vecinos de Lora del Río, donde su apostolado como director del colegio Ave María le hizo muy popular entre sus vecinos. Antes del estallido de la guerra, logró preservar la imagen de la Virgen de las turbas que pretendían quemarla. Encarcelado junto al P. Arias, fue atacado con un machete mientras, maniatado, era conducido al lugar de su fusilamiento.

Miguel Borrero Picón, fusilado justo al ser «liberado»

Nacido en 1873 en Beas (Huelva), fue detenido la noche del 19 de julio de 1936 en Utrera (Sevilla) cuando se dirigía al Ayuntamiento a pedir la libertad de unos vecinos encarcelados por el Comité Revolucionario local.

Durante su cautiverio, se preparó a conciencia y también a sus compañeros de presidio, para la que sabían era una muerte segura. Sus carceleros les dieron la orden de salir del calabozo cuando conocieron la cercanía de las tropas nacionales. Nada más cruzar la puerta, Borrero recibió un disparo mortal en el pecho. Era el 26 de julio de 1936.

Pedro Carballo Corrales asesinado junto al cementerio

Desde octubre de 1919, el sacerdote Pedro Carballo desempeñaba su labor pastoral en Guadalcanal (Sevilla). Tras el estallido de la guerra, todos los edificios religiosos fueron saqueados, cuando no incendiados. Detenido el 20 de julio, fue fusilado junto a otros 20 reclusos el 6 de agosto en las cercanías del cementerio.

Antonio Jesús Díaz Ramos, 18 días de burlas y amenazas

Originario de Huelva, era párroco en la localidad sevillana de Cazalla de la Sierra, donde tuvo que enfrentarse a las laicistas autoridades locales que le impedían procesionar con el Viático, el toque de campanas o realizar responsos católicos en los entierros.

Fue detenido el mismo 18 de julio y padeció amenazas y burlas durante su cautiverio que se alargó 18 días. Llegó a la Casa del Padre el 5 de agosto, tras ser acribillado en el patio de la cárcel.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»