«¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?» (Jn 3, 4).
¡Nacer de nuevo!
¡He ahí la cuestión! Cuando una ronda lo que se considera la medianía de su vida, se le plantea la gran pregunta que hasta ahora no se atrevía a formular y que ansiaba hacerse desde hace tiempo:
¿Acaso es posible ¡nacer de nuevo!?
Desde mi experiencia puedo afirmar: sí, es posible, pero sólo abriéndote a la posibilidad a la que en ocasiones estamos cerrados y no queremos reconocer. Sólo si estás dispuesto a dejar de lado tus miles de ideas preconcebidas de lo que tiene que ser y por qué medios Dios tiene que actuar. Solo si estás dispuesto a dejar ese sueño infantil de la varita mágica que, ante un ligero golpe, esfume de tu presencia aquello que te impide vivir y por fin te haga entrar en el mundo ideal que siempre soñaste.
Pero ese mundo no existe y Dios se ha hecho carne en este que tú no entiendes, pero que Él ha abrazado hasta el amor extremo de la cruz. Entonces, sólo entonces, si te abres a la posibilidad de lo real, podrás ver en tu desastrosa vida al Dios que en ti está obrando maravillas.
¿Me permites que te cuente lo que Dios ha hecho conmigo?
¿Cómo llegué a iniciar este camino?
¡Muy fácil! Un día cualquiera del año, en el marco de una conversación en la que dije de pasada estas palabras:
-Bueno, igual mi cruz es que yo me odio a mí misma…
de repente sucedió lo inesperado, la conversación se detuvo en ese punto:
-Un momento, ¿qué es eso de que tú te odias a ti misma?
-¡¿Qué?! -pensé- ¡Pero si eso ya lo he dicho en distintas ocasiones!
Sin embargo, el Señor me concedió la gracia de contar en ese momento la historia de mi infancia, que para mí ya era agua pasada.
Entonces, justo entonces, se me ofreció lo inesperado:
-Creo que conozco a la persona que te puede ayudar.
Así de simple fue cómo inicié un proceso de acompañamiento con Elena Lorenzo. No la conocía absolutamente de nada, pero en el mismo instante en que me dijeron su nombre, comencé a rezar por aquella a la que Dios ponía en mi camino. La lucha en este tiempo era: «Si yo soy cristiana y vivo mi vida en su presencia, ¿qué hago de mal para que Dios no actúe en mi vida? ¿Por qué desde niña me ha tocado representar el papel de la rara? ¿Qué hacen de especial los demás?»
Y con estos pensamientos iba creciendo en mí la conciencia de ser inferior a los demás, distinta, rara.
Un poco de mi historia
En el momento de iniciar este proceso de acompañamiento, la infancia que yo conocía era la siguiente:
Nací en el seno de una familia cristiana, ¡la benjamina de una gran familia! Y, por tanto, la mimada. En mis primeros años de vida mi madre atravesó una dura enfermedad que, al fin, pudo superar. Fue por aquel entonces cuando, a modo de juego, abusaron de mí; un hecho que cambió mi existencia porque no sólo no lo desvelé a nadie, sino que despertó en mi cuerpo sensaciones para las que no estaba preparada y que, con el tiempo, se hicieron hábito.
Así, se generó en mí la conciencia de que yo era mala, aunque a los ojos de todos pasaba como una más… más o menos, porque un carácter indómito hacía de mi persona alguien un tanto insoportable, unido a una cierta tendencia a comportamientos de aislamiento: no quería salir, abandonaba sin ningún motivo amistades…
Sí, en el fondo, me afinqué en el papel de la rara, la misteriosa y la bohemia. Como me apasiona tanto todo lo referente al arte y la belleza, se podían considerar excentricidades de artista.
Soy consciente de que mi forma de actuar causaba un gran sufrimiento en mis familiares, pero la primera que no se entendía a sí misma era yo.
En la adolescencia mi sufrimiento se me hizo tan insoportable, que un día quise suicidarme…
Pese a todo, de cara al exterior, yo era una buena estudiante y con posibilidades en la vida, aunque siempre con ese aire de tristeza de quien se siente encerrada en su propio mal. Mi concepto del ser humano, y por ende de mí misma, era, sobre todo, muy negativo. Vivía en el nihilismo.
Fue por aquellos años cuando, de nuevo, se abusó de mí de una forma sibilina, sin que nadie supiera nada y sin que yo tampoco me atreviese a defenderme, como una, “en frío”, puede suponer que lo haría. Este abuso se prolongó en el tiempo y fue el que me impulsó a gritar a Dios por las noches para que saliera a mi encuentro y… ¡llegó el momento! En un campamento de jóvenes cristianos, entre los que yo no pegaba nada, no sólo conocí, sino que también experimenté el amor tan grande que Dios me tiene. Esto trajo luz a mi vida. Por fin hice mía la Fe que me habían transmitido mis padres. Desde entonces comencé a vivir.
Una experiencia del amor de Dios. Foto: Edward Cisneros / Unsplash.
Pasado el tiempo, el Señor me sorprendió con lo inesperado: la vocación a la vida contemplativa. Fue tan fuerte la llamada, que no pude dudar del deseo que Dios mismo tenía sobre mí. Así que, fiada en Dios, me metí en esta refriega tan apasionante de estar desposada con Cristo, buscando su Rostro en lo oculto para dar vida a la humanidad sedienta.
Comienza mi andadura en el monasterio
Los primeros años de vida monástica fueron muy luminosos; profundicé en lo que significa ser cristiana y ¡cuánto más consagrada! Descubrí mi temperamento alegre. No obstante, a medida que fui tomando responsabilidades dentro del monasterio, fui encontrándome con una realidad en mi vida que hasta ese momento conocía y desconocía, porque yo ya había experimentado el amor de Dios; entonces, ¿cómo es que retornaban mis viejos complejos? Me sentía incapaz de afrontar ciertas realidades ante las que me bloqueaba. Gracias a la paciencia y al buen hacer de las Madres de esta comunidad que me acogieron, fui saliendo adelante. Pero ese “mal” estaba presente y mi pregunta era: si Dios me ha salvado y sanado, ¿por qué vuelvo a sentirme inferior?
Este considerarme poca cosa, incapaz de nada, con los años, fue haciéndose más evidente y claro en las pequeñas situaciones del día a día, que me golpeaban hasta el punto de odiarme a mí misma. Un día, por fin, pude verbalizar cómo me sentía: experimentaba que en mi interior había dos realidades, como si en mí hubiese dos personas, una muy débil, incapaz de nada; la otra, como si fuese más adulta, se dedicaba a exigirla y machacarla y a obligarla a tener un comportamiento más maduro, acorde con la edad. Yo no entendía nada, sólo sabía decir que me odiaba a mí misma y que me resultaba insoportable la convivencia conmigo misma. Sentía, de verdad, que era despreciable y que no merecía la pena que viviera. Para comprender este sufrimiento, has de experimentar la impotencia de vivir en un lugar maravilloso, reconocer que lo tienes Todo, porque tienes a Dios, y no poder salir de una jaula en la que -¿será por mi propia culpa?- no puedo romper. ¿¡Reconoces aquí el sentimiento de culpabilidad que se puede acarrear!? Sobre todo, si consideras que esto es una crisis espiritual de la que, o Dios no te saca, o tú no quieres salir.
Por eso, el primer paso para dejarse ayudar es el de romper los propios esquemas y aceptar que en ti no se da un problema espiritual, sino humano, el de una herida de infancia que en ti replica y no está sanada. Y ésta fue la primera pregunta que le formulé a Elena: si ahora hay tantos carismas de sanación en la Iglesia, ¿por qué a mí Dios no me sana? Si yo paso la vida en la presencia de Dios, ante la Eucaristía o en cualquier lugar, siempre en oración, ¿qué hago yo de malo en mi vida? Hoy puedo responder: déjate sorprender por el Señor.
El proceso de acompañamiento para sanar mis heridas
Cuando Elena me informó en qué consistía el proceso de acompañamiento, no me lo podía creer; reconozco que me pasó un poco como a Naamán el sirio, que rechazaba bañarse siete veces en el Jordán para ser curado de la lepra. En mi interior musité: «¡¿Qué!? ¿Estoy oyendo bien? ¿Arte qué? ¿¡Arteterapia!? ¡Con lo mal que se me ha dado dibujar toda la vida! ¡Eso a mí no me relaja para nada!» Pero cuando hay una verdadera necesidad, ¡lo abrazas todo! ¿Por qué no abrirse a esa posibilidad?
Curiosamente, conecté con la técnica “el poder de la otra mano”, el trabajo con el Niño Interior con gran facilidad, sobre todo porque empecé a encontrarme ¡con mi propia vida!
Siempre supuse que el quid estaba en los abusos sufridos y en la huella que habían dejado en mí; sin embargo, con la ayuda de los dibujos, comencé a vislumbrar que el problema de mi odio continuo hacia mí estaba en la enfermedad que atravesó mi propia madre. ¡Qué sorpresa! A día de hoy sólo conservo dos recuerdos de aquellos años, ¿cómo podía ser que de forma tan evidente fuese saliendo todo lo que yo tenía almacenado en el subconsciente?
Entre la multitud de cosas que me han ayudado, destacaría lo eficaz que es esta técnica, este proceso y cómo eres tú misma la que vas siendo consciente de tu propia historia; nunca he sentido que Elena me coaccionara o me hiciese entender lo que a ojos vista era un hecho; por supuesto que es muy necesaria la ayuda de la coach, es más, me atrevo a decir que su acompañamiento es imprescindible, pero eres tú quien ve la verdad y realiza el trabajo. ¡Sí! ¡Has de estar dispuesto a trabajar! ¡Y mucho! Y abrirte a la realidad de la “niña interior” que hay en ti y que si la dejas, ¡habla!, aunque al principio te venga la duda de «¿Me lo estaré inventando todo para quedar bien delante de esta mujer?» Pero la verdad se abre paso por sí misma.
Cuando dibujé por primera vez a “mi niña”, me encontré con un rostro triste, cuya mirada evadía la realidad. En dibujos posteriores era fácil encontrarla encerrada en una caja de la que no podía salir. Al descubrir mi historia real, la que yo nunca había podido ni siquiera imaginar, comprendí de dónde procedía mi “padre crítico”: del simple hecho de un deseo no realizado en el seno de mi madre -provocado por su enfermedad-, el de rechazar mi vida y querer hacerla desaparecer.
¡¿Puedes imaginar la liberación que experimenté cuando supe esto?! ¡Mi vida se tornó ante mí como un puzzle ordenado en el que, por fin, se podía vislumbrar la imagen! Cuánto sentimiento de culpa innecesario había en mi vida. Comprendí el porqué de mi carácter rebelde durante la infancia, el porqué de mis reacciones y bloqueos actuales.
La luz se abre paso, llega la libertad. Foto: Fuu J./Unsplash.
Sentí lo que dice el salmo: «Hemos salvado la vida de la trampa del cazador. La trampa se rompió y escapamos» (Sal 123, 7).
«Re-parentando» a mi niña interior
En este instante se hizo la luz y se me abrió la posibilidad de lo imposible: Dios nos ha creado tan bien, que es posible sanar. Y aquí comenzó un nuevo trabajo, el de “re-parentar” a “mi niña” mediante “el padre nutricio y protector”, es decir, ofrecerle ahora lo que, por circunstancias, no recibió en el pasado. Ahora me tocaba hacerlo a mí como adulta.
A estas alturas puedo confesarte que del todo no creía que el sentimiento de odio desapareciera de mí. ¡Era mi normalidad! Pero al cabo de los nueve meses de trabajo (¡hasta en esto el Señor ha tenido el detalle de hacerme nacer de nuevo!), yo misma me sorprendí al analizar, en el diario emocional que aprendí a hacer, las distintas situaciones que se me habían planteado a lo largo del día y cómo, sin saber muy bien lo que había sucedido, no encontraba en mí el sentimiento que, literalmente, no me dejaba vivir.
Yo sé que hay muchos que no creen que el Señor pueda emplear estos medios, que se mofan de ello, que lo consideran innecesario y, más bien fruto de una falta de Fe, pero yo les contestaría: «Cuando pases por el infierno de lo que es no sentirte persona y experimentar lo que sí lo es, entonces comprenderás lo que digo. Es fácil enjuiciar lo que no se conoce. Pero, como dice el himno ‘Crux fidelis’, ‘la salud nace de la herida‘, es Cristo quien toma sobre sí lo tuyo haciéndolo suyo, hasta el punto de poder proclamar: sus heridas me han curado«.
¿Y ahora?, te dirás, ¿ésta es la salvación, la bola de cristal y la panacea de tu vida para alcanzar la felicidad? ¡Nooo! ¡Ahora es precisamente cuando se comienza a vivir! Ahora que está asentada la base humana sobre la que trabaja el Espíritu, es cuando Dios, de verdad, puede hacer tu vida como Él mismo la ha soñado, enfrentando lo que antes era para ti un imposible. Cuando te odias tanto, eres incapaz de reconocer lo que sientes, ¡no puedes, confirma tu gran creencia: eres mala! Pero cuando aflora en ti tu verdadero Yo, esto no conduce a un estado de alegría permanente o de carencia total de sufrimientos sino, como dice Alice Miller en uno de sus libros, te lleva al dinamismo vital, es decir, a la libertad de poder vivir los sentimientos que afloren de manera espontánea.
Doy gracias a Dios
Doy gracias a Dios y a la Virgen por este camino que me han concedido hacer de la mano de Elena. No me arrepiento de todo lo vivido, aunque haya supuesto horas de llanto y, en ocasiones, preguntar a Dios un porqué. Precisamente en ese porqué me he encontrado con la profundidad de su amor crucificado, un Amor que vale más que la vida y que nos espera en el Cielo. Sí, también hoy puedo afirmar de mí y de todo lo acontecido en mi vida que «vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno» (Gén 1, 31). Soy amada, soy mirada con amor. ¡Soy libre!
Desearía finalizar con una cita de un salmo en el que he visto reflejado el papel de Elena y su acompañamiento, ¡así me lo iluminó el Espíritu en la lectio! Dios emplea los medios humanos, ¡es su método! También lo hizo con el pueblo de Israel, hoy lo hace contigo y conmigo… si Tú le dejas:
«Te vio el mar, oh Dios, te vio el mar y tembló… Tú te abriste camino por las aguas… Y no quedaba rastro de tus huellas. Mientras guiabas a tu pueblo, como a un rebaño, por la mano de Moisés y de Aarón» (Sal 76, 20-21).
Si quieres conocer más sobre el trabajo con el Niño Interior: web Elena Lorenzo
Puedes realizar un taller con Elena Lorenzo: Taller Niño interior y Gestión Emocional 2025
Si deseas trabajar con Elena Lorenzo en un proceso individual: info@elenalorenzo.es
@elenalorenzocoach
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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