Sergio y Encarna son un matrimonio de la Horta Sur de Valencia, que cuentan el testimonio de lo que vivieron durante las inundaciones del 29 de octubre en Sin Rodeos, en el canal de YouTube Refugio Zavala.
«Esto empezó a las 6 de la tarde, o un poco más tarde, nos llegó sobre las 7 y algo, a mí en concreto, la ola gigante, fue a las siete y media», va detallando Sergio.
«Fuimos a recoger a los niños a la guardería a las 5 de la tarde en Paiporta. Tenemos cinco hijos en la tierra y un hijo en el Cielo. Fui a recoger a mis dos hijos pequeños a la guardería. Recibimos un WhatsApp en el grupo de la familia de mi mujer. Mi cuñada Idoya estaba sola y embarazada, mi cuñado estaba trabajando en Valencia y llovía muchísimo y en casa le caían goteras por todas partes», explican.
Sergio tenía una furgoneta grande, de 9 plazas. «Me ofrecí a ir a buscarla porque daba por hecho que podríamos pasar mejor en el agua», explica. Antes pasó por Alfafar a buscar a Bosco, su cuñado. Parecía una tarde normal.
No llovió… pero llegó una ola gigante, un río enorme
«Cuando cogimos la autovía que une Torrente con Valencia, un poco antes de la primera salida de Picanya, de repente, sin verlo venir nos cayó una ola por encima del coche. Nos venía de frente. Nos quedamos parados. Íbamos ya despacito porque había bastante tráfico. Ahí está la desgracia principal: que había tráfico, la gente había acabado de trabajar, eran las 7:30, estaban volviendo a Valencia», detalla.
«Cuando decimos una ola gigante es que es una ola gigante con cañas con barro con trozos de barandillas y de puentes que ya había derribado el agua, con coches flotando en nuestra dirección», explica.
«Ya había agua a la altura del asiento del coche. Yo intentaba arrancar el coche y salir porque pensaba que podríamos llegar a algún sitio un poco más seguro. Pero el coche ya no funcionaba». Cuando Bosco bajó la ventanilla empezaron a escuchar gritos.
Había una mamá con dos niños que los tenía atados con el cinturón y no podía sacarlos del coche. Bosco salió con rapidez y sacó nadando a los niños.
Sergio salió de su furgoneta grande por la ventana, a la luz de las farolas que aún funcionaban. Se oían gritos alrededor sin cesar y coches que flotaban boca abajo y personas que intentaban romper ventanas para salir de ellos. Otros le daban al claxon pidiendo ayuda para salir.
Sergio pudo telefonear a Encarna con un mensaje directo y terrible: «El coche se lo está tragando el agua, estoy en el tejado del coche, no sé si voy a llegar a casa, te quiero muchísimo«. En dos minutos, la furgoneta estaba completamente bajo el agua. Y enseguida se fue la luz eléctrica.
Nadando, saltando sobre coches y esquivando otros que traía el agua, Sergio cruzó intentando salir de la carretera, las gafas sucias de barro y agua en los ojos, y sin luz. Unos chicos en un puente con móviles le iluminaron algo cuando él se lo pidió. Con su iluminación pudo ayudar a salir a otras personas. Atando su chaqueta y su camiseta como una cuerda, pudo sacar a dos mujeres que gritaban y se agarraron a ella. También rescató así a un hombre que no sabía nadar, que «estaba agarrado al limpiaparabrisas trasero de un coche que estaba empotrado contra el puente y a él le daba la corriente».
Sergio seguía llamando a su cuñado Bosco, amigo al que conocía desde los 12 años, que no aparecía en la oscuridad. «Yo ya llorando, pensando que se había ahogado, era una desesperación… y de repente oigo: ‘Sergio‘. Era un hilo de voz, ya sin fuerzas. «Estaba agarrado a una rama de un árbol. Tenía a un señor super mayor que no podía ya ni moverse, lo tenía agarrado de la muñeca».
Consiguieron sacarlos de allí, pero el agua seguía subiendo, ya se acercaba a los 5 metros. «Empezamos a correr, venía agua por todos los sitios». Subieron a un puente donde había luz y cada vez se juntaba más gente. Sergio, sin camiseta, tiritaba. Todos estaban mojados y congelados. «Abajo ya no había campos ni había nada, ya era todo agua». Los teléfonos de la gente ya no funcionaban, empapados.
Repasando esos momentos, se dieron cuenta de que podían haber muerto en cada una de esas fases, y se salvaron en cada una casi por casualidad, o milagro.
Carmen detalla que «habíamos ido a recoger a los niños a las tres de la tarde porque había amenaza de lluvias, pero ¡no había caído ni una gota! No ha llovido nada». Los avisos eran de lluvias, pero en la zona afectada no hubo lluvias, hubo una riada de agua y escombros arrastrados que llegaba de lejos, y la gente no estaba avisada ni preparada para eso.
«En ningún momento se nos dijo a la población: ‘no os quedéis en la planta baja, subir al tercer piso; la mayoría de muertos en mi pueblo es porque viven en planta baja. No era sólo una ola gigante, era una ola gigante con 200.000 coches que han atascado las salidas de las casas y la gente se ahogado porque no podía salir», detallan.
Pasadas las ocho de la tarde, ya noche, Sergio y Borja y muchos supervivientes más se apiñaron en un edificio de bomberos. Allí resonaban mensajes en la radio de los bomberos que se oía en cada sala: se necesitaba ayudar a unos ancianos en tal dirección, o acudir a otro lugar... pero la respuesta que se oía siempre era «imposible, no podemos llegar«. Los bomberos no podían llegar a casi ninguna petición terrible de ayuda.
«Yo no he visto a nadie abrir la presa, pero allí yo escuché que por los altavoces del parque de bomberos dijo muy claramente un bombero que estaba trabajando que habían abierto la presa y que eso haya provocado la ola. Porque fue una ola, no fue una inundación de sube el agua y entonces empiezas a achicar. No: fue una ola gigante», detalla Sergio.
Tras eso, recuerda, «nos montamos unas colchonetas y nos tumbamos a las 4 de la mañana pero no dormimos», recuerda Sergio.
El testimonio de Encarna: el agua entraba en la casa
Encarna cuenta lo que vivió ella. Por la llamada de Sergio sabía que estaba encima de una furgoneta inundada y que no sabía donde estaba su hermano Bosco. «Me puse a llorar, no sabía cómo reaccionar, no sabía dónde estaban para llamar a emergencias… en el fondo de mi corazón sentía que ellos iban a salir de ahí, que todo iba air bien, pero estaba muy preocupada, claro, mis hijos me veían llorar». Los niños tienen entre 6 años y 11 meses.
Marina, la amiga de la familia que ayudaba con los niños, avisó de que llegaba agua. Pusieron mantas en las puertas, pensando que eso bastaría. Pero el agua entraba y empujaba. Pensaron que bastaría con subirse a las sillas un rato, pero mirando por las ventanas veían un auténtico río marrón que podía destrozar las puertas. Subieron a los niños con su cena al piso de arriba y les dijeron que cenaran allí, en las escaleras. «Claro, mis hijos estaban histéricos, ni cenaban ni nada».
Abrió un ventanal para que el agua no presionara tanto: en 5 minutos pasó de 5 centímetros a cubrir las rodillas. Con los bolsos y la documentación subieron. En ese momento se fue la electricidad. Colocaron velas en un candelabro decorativo. En el piso de arriba hablaron de contar cuentos. El bebé ni se había despertado.
Pero afuera había casi 2 metros de agua, coches y campos desaparecidos bajo el agua marrón. Su casa era una casa de campo, con solo dos vecinos a la vista. «Yo solo llamaba a Emergencias, pero comunicaba, o salía como que no existía el número, el 112 no respondía», recuerda.
Desde una ventana elevada, gritando, pudo hablar con la vecina. En el primer piso se oían ruidos de cristales rompiéndose. Buscó ropa, zapatillas y chaquetas para los niños «y lo poco de abrigo que tenía porque en Valencia aún no hemos hecho cambio de armario», mochila con pañales y toallitas, documentación, tarjetas y pasaron al piso de la vecina. Los niños obedecían y en parte veían aquella escapada por el tejado como una aventura.
Antes de salir por el tejado, gastó la poca batería que le quedaba en llamar a un sacerdote amigo, don José Francisco, «que sabía que iba a a estar rezando muchísimo por nosotros, que mandara a todo el mundo a rezar y que por favor rezara por nosotros que iba a salir por el tejado con los niños. Se puso a rezar conmigo, rezamos una salve, nos dio la bendición a nosotros, a toda la familia, a los Ángeles de Valencia o sea nos todos los protectores que pudo. En ese momento ya estábamos tranquilas».
Justo en el tejado le telefoneó su hermano, Federico, que es sacerdote. «Me dio la bendición, me dijo: no sufras, estate tranquila».
Y pasaron sin problemas y abrazaron a la vecina. En esa buhardilla habían subido botellas de agua y algo de comida. Era un espacio iluminado y «nada tétrico», y con cuentos y pizarras todos trataron de crear buen ambiente para los niños. La vecina, con señales de luz con una linterna, comunicó a los bomberos que Encarna y su familia estaban allí a salvo. Los niños se fueron durmiendo sobre cojines.
El nuevo amanecer
A la mañana siguiente, un gran camión de la UME (unidad militar de emergencias) les sacó y les llevó a una gasolinera muy cercana, «que era la única que por la noche veíamos que tenía luz y había todo tipo de sirenas de ambulancias». Llevaba el bebé en brazos, no había carrito.
Mientras tanto, Sergio y Bosco, al hacerse de día, fueron caminando por las vías del tren, atravesando Picanya y Paiporta. «Las vimos cuando aún no había llegado nadie. Nos pareció escalofriante«.
«Yo soy friki de películas de desastres naturales, pero cómo salvar tu familia de una ola no es una cosa que vea con frecuencia en una película», comenta con cierto humor.
A la salida de Paiporta empezaron a ver policías locales y guardias civiles. Alguien empezó a gritar: «Que viene otra ola». Era falso, pero hasta los policías lo repitieron, la gente corría y Bosco y Sergio corrieron un kilómetro entero hasta la casa de Sergio y Encarna, viendo casas de amigos derrumbadas, en escombros. Allí la vecina les indicó que su familia estaba en la gasolinera.
En el reencuentro, todos lloraron. «Mi hijo Rodrigo me decía: menos mal, papá, pensábamos que te habías muerto». Poco después llegaron otros parientes. «Salimos 30 atravesando coches abandonados con los niños en brazos y nos grabó Televisión Española», dice, sobre unas imágenes que se difundieron mucho.
«Somos unos privilegiados; nos acogieron en la parroquia de San Pascual Bailón donde está de vicario mi cuñado, don Federico; enseguida nos plantaron en un piso, nos compraron ropa a mis hijos. No nos ha quedado nada, pero tenemos lo básico y lo imprescindible y es más de lo que tiene mucha gente.
Al principio había una sensación agridulce: estaban todos vivos y fuertes, pero habían perdido la casa, la empresa, la furgoneta…
Pero han visto por las calles de Paiporta a los voluntarios y los afectados sonriendo y abrazándose y acogiéndose a la fe, y lo consideran un milagro.
«Yo no tenía Rosario porque se había quedado abajo», recuerda Encarna. «Pero no parábamos de rezar y los niños rezaban sin cesar, teníamos una imagen de la Virgen, estampas de santos…»
Sergio considera que la gestión desastre fue muy mala y por ello se perdieron muchas vidas. «Van como un pollo sin cabeza, no se ponen de acuerdo», protesta de las autoridades. Pide «mandar a todo el Ejército». Sergio desconfía de las cifras de fallecidos que se dan. También considera que pasados unos días Paiporta ha mejorado mucho y está accesible porque la TV le prestó mucha atención, pero que hay pueblos más distantes donde no se ha hecho casi nada y no se atiende a la gente.
Mensaje de esperanza y oración
A las familias afectadas y desanimadas, Encarna les diría que confíen en la ayuda del pueblo, que llega con escobas, cubos, dinero, ofreciendo casas, velando por el vecino, que «juntos vamos a salir adelante».
Sergio anima a poner al Señor siempre en el medio, «confianza plena, confiar en la Divina Providencia. Hay que aceptarlo y ahora hay que tirar hacia adelante. Teníamos una agencia de peregrinaciones. La gente llamaba y nuestro teléfono automático decía que estábamos reunidos, cuando ya no hay agencia no nada. Publiqué un directo pensando que lo vería mi madre, que fue inspiración divina, que nos han llegado mensajes diciéndonos dónde había gente encerrada y hemos podido mandar a familiares y acercarnos a salvar a gente».
Encarna cree que «todo esto es para volver la vista a Dios, que no vale la pena lo material, hay que dar la vida para ir al Cielo«.
Sergio volvió a entrar en casa. Allí guardan varias reliquias en un aparador. Sobre el aparador se acumularon muebles y trastos. Sergio pedía ir con cuidado al quitar el barro para no dañar las reliquias. Pero entonces vio asombrado sus reliquias y su imagen de San Miguel estaban intactas. «Con Dios todo es posible», insisten.
Y animan a pedir misas por todos los fallecidos, en agradecimiento a Dios y para que el deseo de reconstrucción sea «motivo de muchas conversiones«.
Ahora su familia apoya y recomienda una recogida de fondos para vecinos de la Horta Sur de Valencia en GoFundMe
https://www.gofundme.com/f/dana-ayuda-a-las-familias-de-la-horta-sud-de-valencia
Versión completa del testimonio en Recurso Zavala:
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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