«Una mujer cada día más niña, y más feliz de ser amada por Dios, sin merecerlo», así se define María Valeria Olguín, la menor de los hijos de Iván Olguín y Valeria Mesina (Valeria e Iván, el matrimonio que dio vida y nombre a Valiván).
«Hermana de Jaime, María y José, tres hermanos muy buenos, y una tía feliz de dos sobrinos preciosos. Ah, y soy también la que está siempre detrás de Renata, el personaje de la serie ‘La Casita sobre la Roca'», comenta Vali Olguín a ReligiónEnLibertad, en una charla donde habla de su infancia en Valiván, su fe personal y sus proyectos de evangelización.
-¿Cómo es ser una Valiván de nacimiento?
-Es un regalo. Una vez mi madre me dijo, siendo yo una niña: ‘Cuando Dios es el primero en tu corazón, todo lo demás se ordena’. Creo que ese es el regalo más grande, y la herencia más preciosa que me han dado mis padres: haber puesto a Dios en el centro de sus vidas y de todas sus decisiones. Su anhelo de evangelizar y su ‘radicalidad’ en sus opciones no ha sido sólo hacia afuera. También han sido ‘radicales’ hacia dentro.
»Yo crecí en un ambiente muy dulce, porque mis padres no se conformaron con darnos una vida normal, con tener nuestras necesidades cubiertas y unos hijos más o menos tranquilos y correctos. Procuraban darnos su tiempo, sacrificando muchas cosas, educar nuestro corazón, rezar por nosotros y con nosotros cada noche. Toda nuestra vida ha estado empapada de Dios: lo pequeño y lo grande. Les agradezco mucho la incomodidad de no dejarnos ver casi nada de televisión, de darnos cosas creativas que hacer y de procurar que viéramos, escucháramos y leyéramos sólo cosas buenas y bellas.
»Cultivaron lo religioso muy conscientemente, la Misa diaria para ellos era una necesidad. Ellos mismos estaban enamorados de Jesús, no era algo solamente intelectual, sino también afectivo. Su corazón estaba apasionado y comprometido con Dios, y eso yo lo vi y lo quise para mí de una forma muy natural. Creo que los hijos se quedan más con lo que ven que hacen y viven sus padres que con lo que dicen.
-¿Qué es lo mejor que ha aportado Valiván?
-Creo que Valiván ha dado, en la serie ‘La Casita sobre la Roca’, queriendo y sin querer, un poco de lo que hemos vivido en familia. Detrás hay toda una cosmovisión y muchas vivencias nuestras. Por ejemplo, Fray Juan, el monje protagonista, es, por su bondad, un reflejo de Dios Padre para los personajes Renata, Leopoldo y Tim, como lo fue el P. Kentenich (el fundador de Schoenstatt) para sus hijos espirituales y como lo fue el P. Jaime Fernández para mis padres. Yo misma he tenido una experiencia muy parecida.
»Nuestra historia no puede explicarse sin Schoenstatt y sin el papel que tuvo el P. Jaime en la conversión de mis padres. Él es, en el fondo, mi ‘abuelo espiritual’. Él animó a mis padres a atreverse a poner sus dones al servicio de Dios, a creer en sus anhelos, aunque fueran tan ‘absurdos’ como ser titiriteros evangelizadores, con todos los riesgos que eso implicaba. Mis padres aprendieron, trabajando en televisión, que los niños que ven una serie no sólo la ven, sino que ‘van a un lugar’.
Desde septiembre, Vali Olguín y su hermano José han actuado en unos cincuenta colegios y parroquias de toda España.
»Eso se unió a algo que es muy de Schoenstatt, donde se da mucha importancia a que Dios nos haya hecho con necesidad de vincularnos a personas y a lugares para llegar a Él. Creo que, en el fondo, Fray Juan ha sido padre espiritual de muchos niños de todo el mundo y el plató ha sido como un Santuario al que han podido ir a encontrarse con Dios.
-¿Qué se siente cuando miles de niños católicos han crecido con vuestras canciones?
-Es como tener un montón de hijitos espirituales… Yo siento mucho agradecimiento, porque Dios ha hecho verdaderos milagros con nosotros. Cuando mis padres tenían tres niños (uno de ellos en la barriga todavía), hicieron la Alianza de Amor con la Virgen María, en el Santuario de Schoenstatt y entregaron específicamente su trabajo a Dios: ‘No nos dejes trabajar en nada que no sea evangelizador’…
»Pero ellos no sabían que Dios tenía preparado algo aún más sorprendente: que esto lo iban a realizar, muchos años más tarde, con sus cuatro hijos, que también iban a ser artistas e iban a tener el anhelo de entregar su trabajo a Dios. Lo que ha ocurrido en nuestra familia es un milagro. Somos tan pequeños, tan torpes, y lo sabemos tanto, que yo no puedo hacer otra cosa que encogerme de hombros y decir: ¡Dios ha hecho grandes cosas con estos pequeños!
-¿Cómo te ha ayudado este proyecto a vivir tu fe personal?
-Pues, para empezar, trabajar en familia ha sido toda una escuela de amor. Se sabe que trabajar en familia no es nada fácil. Y además siendo todos artistas… Y, más aún, siendo un trabajo evangelizador, con un enemigo muy enfadado. Es cierto que siempre nos hemos querido mucho, pero trabajar juntos ha sido un aprender a querernos muchísimo más. Y eso sólo se ha podido conseguir llenándonos del Amor de Dios en la oración personal y también familiar.
Iván y Valeria con sus hijos Jaime, María, José y Vali.
»La convivencia estrecha con mi familia también me ha hecho enriquecerme, porque cada uno ha tenido mucho que aportar al resto, intelectual, artística y espiritualmente. Mi fe ha crecido también gracias a lo que mis padres y mis hermanos me han contado sobre sus propios procesos y vivencias de Dios. (Por cierto, el testimonio de conversión de mi hermana, María Olguín, es precioso, y se puede buscar por Youtube.).
»Por otro lado, el trabajo artístico-religioso, es un regalo en sí mismo. Hace unos años, un día cualquiera, escuchando el Evangelio en Misa tuve la sensación de haber estado todo el día con esa persona de la que se estaba hablando: Jesús. La sensación era fuerte, de haber sentido su compañía como con un hermano, o un padre, así de real… y, de pronto, recordé que había estado durante horas dibujándole. Hablar de Dios, escribir algo que tenga que ver con los santos, sobre la Virgen, dibujar a Jesús… se convierte en un tiempo de contemplación, de estar con Él, de asomarse al Cielo.
-¿Qué proyectos de evangelización tienes ahora entre manos?
-Tengo muchos frentes abiertos y me falta tiempo para hacer todo lo que me gustaría. Lo que estoy haciendo ahora, principalmente, es ir a colegios con mi hermano José, haciendo un espectáculo/oración con niños y también conciertos/testimonio para jóvenes. Disfrutamos mucho. Lo más divertido es que Leopoldo y Renata se suelen colar en nuestras maletas… También estoy haciendo, poco a poco, esculturas religiosas que, por cierto, no tardarán mucho en estar a la venta. Además, tengo canciones por grabar, guiones que escribir, cuentos, ilustraciones…
Vali Olguín con sus trastos en la mezquita-catedral de Córdoba (España).
-¿Se puede decir que eres una ‘titiritera de Dios’?
-Totalmente, me encanta ese título. Desde que mis padres eran unos titiriteros jovencitos, el apellido de ‘Valiván’ es: ‘Juglares de la Reina’. Esto es por una leyenda medieval preciosa, en la que un monje, que antes de monje había sido un juglarcillo, baila y hace piruetas frente a una imagen de la Virgen María y el Niño, ante el estupor de los demás monjes. Entonces, la estatua cobra vida, el Niño y la Madre se ríen muy contentos y Ella extiende sus brazos, acercando al Niño al juglarcillo. ‘Juglarcilla de la Reina’, ‘titiritera de Dios’… claro que sí, yo tomo ese nombre como mío, con mucha ilusión.
-Actuasteis en Pozuelo en abril, ¿cómo fue? ¿dónde más habéis estado? ¿qué respuesta de la gente tenéis?
-Fue muy bonito, el ambiente entre los jóvenes era muy bueno y nos recibieron con cariño. En ese caso era un concierto, en el que José y yo cantamos canciones propias y también de Valiván (letra de mi padre y música de nuestro hermano Jaime), y estas últimas se las sabían muy bien porque muchos habían crecido desde niños con ellas. Desde septiembre, hemos actuado en unos cincuenta colegios y parroquias de toda España. La respuesta de la gente es muy bonita. Acabamos todos muy contentos, también nosotros. Creo que eso es porque pedimos mucho al Espíritu Santo que venga con fuerza, y que actúe en cada corazoncito, consolando y dando mucho más de lo que nosotros podemos darles.
-¿Qué os dicen los niños cuando actuáis? ¿Y los padres?
-Al final de la actuación los niños suelen acercarse a Renata y a Leopoldo con ilusión, y les abrazan y les dan besitos. Es precioso. Los padres nos dicen cosas muy emocionantes. Muchos nos agradecen la serie y los años dedicados a ella. A mí esto me desborda y sonrío feliz de poder conocer a personas concretas a las que la serie ha ayudado, y siempre me muero de ganas de expresar al resto de mi familia el bien que han hecho con su sí.
-Hay unas imágenes famosas de San Juan Pablo II riéndose con un payaso español… ¿Os veis un día en el Vaticano haciendo una función ante el Papa?
-Sería divertidísimo, pero igual me pondría a temblar y no sé yo cómo saldría… Aunque, ahora que lo pienso, Renata es mucho menos tímida que yo… creo que ella y Leopoldo nos sacarían del apuro… como siempre.
-¿Cuál es la clave para lograr llevar a Dios a través de la música, el teatro, la escultura…?
-La clave… no sé. Pero yo diría que es muy importante sentirse pequeño y llamado a expresar algo que sabemos que es Verdad. También que, detrás de cada cosa que se haga, haya una súplica, un ponerse a disposición de Dios, pidiendo que venga con fuerza el Espíritu Santo a actuar. El P. Kentenich decía algo que me gusta mucho y me consuela: ‘La prueba de que tenemos una Misión es: la pequeñez de los instrumentos, la magnitud de las dificultades, y la grandeza inconmensurable del éxito’.
-¿Y la música? ¿a dónde te gustaría llegar con ella?
-La música es uno de mis grandes temas pendientes… Tengo algunas canciones sin sacar a la luz, y me gustaría hacerlo, porque siento que no son sólo para mí. De momento he subido algunas grabadas de forma casera en Instagram y en YouTube. Creo que lo que más me gustaría es poder consolar los corazones angustiados. Que fuera para los demás una caricia de parte de Dios Padre. Que el que escuche se sienta un poco más amado por Él.
»Yo he vivido mucha angustia en mi vida, angustia profunda, existencial, y lo único que me ha sacado de ahí es saberme amada. Amada por los demás, pero, en último término, amada por Dios. Me encantaría, con mi música, y con todo lo que haga, que el que lo reciba se sepa y se sienta amado personalmente por Dios, que es Bueno. Creo que eso es lo que nos puede hacer amar y ser santos. Y los santos cambian el mundo… (Puedes escuchar aquí las canciones de María Valeria).
-¿En quién te inspiras para las letras? ¿en algún santo?
-Compongo la música y la letra a la vez, normalmente. Las canciones son en sí una oración mía sencilla, algo que quiero expresar al Señor o que quiero pedir. Otras veces quiero recordarme una verdad, sabiendo que después la podré recordar a otros al cantarla.
-¿Si nos quieres contar algo más?
-Sí, me encantaría pedir dos cosas al que lea esta entrevista: La primera, que no piense que mi familia es perfecta. Es preciosa, pero no perfecta. Lo que sí tiene de bueno, es que hemos intentado poner a Dios en el centro y poner nuestros dones a su servicio. Y ahí viene la segunda petición… Me encantaría pedirle que no tema mirar sus propios dones, no sólo artísticos, sino todos sus dones, y que los multiplique y los ponga al servicio de Dios. Con un ‘hágase en mí’, Él hará grandes milagros.
Una de las últimas canciones de Vali Olguín.
»La Misión de mi familia es muy pintoresca y vistosa, pero Dios ha puesto dones en todos, en cada uno, para que cumplamos una Misión preciosa en la Iglesia y en el mundo. ‘¡Cuántas veces, en la historia del mundo, ha sido lo pequeño he insignificante el origen de lo grande, de lo más grande! ¿Acaso no podría suceder lo mismo con nosotros?’ (P. José Kentenich, Acta de Fundación de Schoenstatt).
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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