Lunes 6-5-2024, VI de Pascua (Jn 15,26-16,4a)
«Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí». Nos acercamos ya a las grandes fiestas que culminan el tiempo pascual, la Ascensión del Señor y Pentecostés. Por ese motivo, Cristo nos quiere revelar el misterio del Espíritu Santo. Ese es el gran Don que Él nos enviará desde el Padre, tras ascender a los cielos. Debemos pedir con insistencia en estos días al Señor para que nos envíe su Espíritu, y así renueve nuestros corazones, la Iglesia y la faz entera de la tierra. Este Don divino se derrama en sus siete dones que colman el alma del creyente. Al hablar hoy del «Espíritu de la verdad», la liturgia nos invita a reflexionar sobre el don del entendimiento.
«En esta reflexión deseo hoy detenerme en el segundo don del Espíritu Santo: el entendimiento. Sabemos bien que la fe es adhesión a Dios en el claroscuro del misterio; sin embargo es también búsqueda con el deseo de conocer más y mejor la verdad revelada. Ahora bien, este impulso interior nos viene del Espíritu, que juntamente con la fe concede precisamente este don especial de inteligencia y casi de intuición de la verdad divina.
» La palabra “inteligencia” deriva del latín intus legere, que significa “leer dentro”, penetrar, comprender a fondo. Mediante este don el Espíritu Santo, que “escruta las profundidades de Dios” (1 Co 2, 10), comunica al creyente una chispa de esa capacidad penetrante que le abre el corazón a la gozosa percepción del designio amoroso de Dios. Se renueva entonces la experiencia de los discípulos de Emaús, los cuales, tras haber reconocido al Resucitado en la fracción del pan, se decían uno a otro; “¿No ardía nuestro corazón mientras hablaba con nosotros en el camino, explicándonos las Escrituras?” (Lc 24, 32).
» Esta inteligencia sobrenatural se da no sólo a cada uno, sino también a la comunidad: a los Pastores que, como sucesores de los Apóstoles, son herederos de la promesa específica que Cristo les hizo (Jn 14, 26) y a los fieles que, gracias a la “unción” del Espíritu (1 Jn 2, 20. 27) poseen un especial «sentido de la fe» (sensus fidei) que les guía en las opciones concretas.
» Efectivamente, la luz del Espíritu, al mismo tiempo que agudiza la inteligencia de las cosas divinas, hace también más límpida y penetrante la mirada sobre las cosas humanas. Gracias a ella se ven mejor los numerosos signos de Dios que están inscritos en la creación. Se descubre así la dimensión no puramente terrena de los acontecimientos, de los que está tejida la historia humana. Y se puede lograr hasta descifrar proféticamente el tiempo presente y el futuro: ¡signos de los tiempos, signos de Dios!
» Queridísimos fieles, dirijámonos al Espíritu Santo con las palabras de la liturgia: “Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo” (Secuencia de Pentecostés).
» Invoquémoslo por intercesión de María Santísima, la Virgen de la Escucha, que a la luz del Espíritu supo escrutar sin cansarse el sentido profundo de los misterios realizados en Ella por el Todopoderoso. La contemplación de las maravillas de Dios será también en nosotros fuente de alegría inagotable: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador” (Lc 1, 46s)» (San Juan Pablo II, Ángelus, 16-04-1989).
¡Ven, Espíritu de la verdad y del entendimiento!
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