Martes 20-2-2024, I de Cuaresma (Mt 6,7-15)
«Cuando recéis, no uséis muchas palabras.» Si la oración es esencial en la vida del cristiano, en Cuaresma se nos invita a rezar con más intensidad y profundidad. Este tiempo santo es tiempo de más y mejor oración: una escucha más atenta de la Palabra de Dios, una dedicación más constante a nuestro tiempo para Dios, una purificación del corazón para invocar a nuestro Padre con todas nuestras fuerzas. Hoy las lecturas de la Misa nos llaman a reflexionar sobre nuestra vida de oración: «Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría» (Santa Teresita del Niño Jesús, Manuscrit C, 25r).
«El corazón es la morada donde yo estoy, o donde yo habito (según la expresión semítica o bíblica: donde yo “me adentro”). Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2563).
«Vosotros orad así: “Padre nuestro que estás en el cielo”.» Hoy, Jesús nos revela de sus propios labios la oración por excelencia: el Padrenuestro. Esta oración la rezamos los cristianos tres veces cada día de nuestra vida: en la oración de la mañana dando gracias, en la oración de la tarde pidiendo perdón y, antes de la comunión eucarística, para recibir el Pan de Vida. El Nombre de Dios es Padre, y es así como le llamamos e invocamos los cristianos: «Abba, ¡Padre!».
«La expresión tradicional “Oración dominical” (es decir, “Oración del Señor”) significa que la oración al Padre nos la enseñó y nos la dio el Señor Jesús. Esta oración que nos viene de Jesús es verdaderamente única: ella es “del Señor”. Por una parte, en efecto, por las palabras de esta oración el Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha dado: él es el Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce en su corazón de hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres, y nos las revela: es el Modelo de nuestra oración» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2765).
«“La oración del Señor o dominical es, en verdad, el resumen de todo el Evangelio” (Tertuliano, De oratione, 1, 6), “la más perfecta de las oraciones” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae 2-2, q. 83, a. 9). Es el corazón de las Sagradas Escrituras» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2774).
«“Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino”.» Podemos saborear, gustar y sentir internamente cada una de las siete peticiones de esta oración. En ellas encontramos, como resumido, todo lo que podemos desear o pedir a Dios.
«Después de habernos puesto en presencia de Dios nuestro Padre para adorarle, amarle y bendecirle, el Espíritu filial hace surgir de nuestros corazones siete peticiones, siete bendiciones. Las tres primeras, más teologales, nos atraen hacia la Gloria del Padre; las cuatro últimas, como caminos hacia Él, ofrecen nuestra miseria a su gracia. “Abismo que llama al abismo” (Sal 42, 8).
» El primer grupo de peticiones nos lleva hacia Él, para Él: ¡tu Nombre, tu Reino, tu Voluntad! Lo propio del amor es pensar primeramente en Aquél que amamos. En cada una de estas tres peticiones, nosotros no “nos” nombramos, sino que lo que nos mueve es “el deseo ardiente”, “el ansia” del Hijo amado, por la Gloria de su Padre: “Santificado sea […] venga […] hágase […]”.
» El segundo grupo de peticiones son la ofrenda de nuestra esperanza y atrae la mirada del Padre de las misericordias. Brota de nosotros y nos afecta ya ahora, en este mundo: “danos […] perdónanos […] no nos dejes […] líbranos”. La cuarta y la quinta petición se refieren a nuestra vida como tal, sea para alimentarla, sea para sanarla del pecado; las dos últimas se refieren a nuestro combate por la victoria de la vida, el combate mismo de la oración.
» Mediante las tres primeras peticiones somos afirmados en la fe, colmados de esperanza y abrasados por la caridad. Como criaturas y pecadores todavía, debemos pedir para nosotros, un “nosotros” que abarca el mundo y la historia, que ofrecemos al amor sin medida de nuestro Dios. Porque nuestro Padre cumple su plan de salvación para nosotros y para el mundo entero por medio del Nombre de Cristo y del Reino del Espíritu Santo» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2803-2806).
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