«Una gripe, nos llena de angustia. Un pecado, nos da igual. Un poco de tos, nos hace tomar inmediatamente un antibiótico, acumular faltas, lo consideramos tema para beatos. Nos asusta la muerte, pero no la condenación. Curioso… ¿Nuestra esperanza está fundada en la vida terrenal, o en la Vida eterna?
Nos vamos a operar y nos entran unos miedos absurdos a morir, como si el superar una operación, nos garantizara la inmortalidad. Sin embargo, no vamos a confesarnos y a Comulgar antes de entrar al quirófano y si alguien nos lo sugiere, respondemos con mala disposición.
Cuando hay un enfermo en una casa o en un hospital, se llama al médico, ante cualquier pequeña variación en la temperatura corporal, pero, al Sacerdote, sólo se le llama, cuando ya no está consciente o incluso, cuando ya ha fallecido. ¿Qué Sacramento puede recibir uno, después de muerto? Ninguno*.
P.Garrigou Lagrange. La vida eterna y la profundidad del alma.
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*Nota: Acabado de ser declarado muerto, se le puede dar la absolución condicional («Si vives yo te absuelvo en el nombre…») durante un tiempo después, pues la muerte clínica no coincide necesariamente con la muerte real, es decir con la separación del alma del cuerpo, que es imposible precisar en que momento exacto se produce.
PUBLICADO ANTES EN CATOLICIDAD
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