En un mundo donde los desplazamientos para ir a misa pueden ser normalmente largos, donde la cultura dominante no es especialmente proclive a la introspección o al examen de conciencia o incluso por lo frenético del día a día, no es raro que tras la confesión surjan dudas, se recuerden faltas en las que no se había caído previamente o incluso se olvide de cumplir con la penitencia impuesta por el confesor.
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