«Llevamos en misión en Guam, una isla en medio del Océano Pacífico, desde 2006. Nos envió el Papa Benedicto XVI junto con 200 familias más del Camino Neocatecumenal«, así comienza el reportaje de Sandra Madrid, en la web del Arzobispado de Madrid, sobre la familia de David Atienza y Maruxa Ruiz, misioneros en Guam desde hace 18 años, con 10 hijos y 4 en el cielo.
Casados desde hace 24 años, su vocación, dicen los protagonistas, nació «de vivir la fe en este camino de iniciación cristiana, sostenido por nuestra comunidad en Madrid». Pero, antes de marchar a la misión, el matrimonio tuvo que dejar a su familia, amigos, y proyectos laborales en España. Él era doctor de Antropología y ella terapeuta ocupacional.
Te mueve a hacer cosas increíbles
«Es que cuando Dios llama lo dejas todo y lo único que te interesa es seguirle (…). Somos testigos de este Evangelio porque quien deja casa, hermanos, padres, o hijos, por Mí y por el Evangelio, recibirá cien veces más – casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones –, y en la edad futura, vida eterna. Dios ha provisto en abundancia, nunca nos ha faltado nada, y, encima, certifica en nosotros que existe la vida eterna», comentan al portal Archimadrid.
Para Maruxa, «la misión nos ayuda a todos, y abandonar nuestros planes es vital para preservar nuestra fe y la de nuestros hijos». Esta madre de familia numerosa cuenta que una vida asegurada, totalmente controlada, hace que cuando ocurre un imprevisto se olvida «de quién te viene la vida». Empiezas a creer que «la vida te la das tú mismo trabajando, ahorrando, haciendo muchas cosas, y, sobre todo, te crees que lo tienes todo bajo control». Mientras que, «cuando te dejas llevar por el Señor, empiezas a conocerle de verdad».
El matrimonio tuvo que dejar a su familia, amigos, y proyectos laborales en España. Él era doctor de Antropología y ella terapeuta ocupacional.
Si hay una certeza a la que recurrir, en una vida tan poco segura como la de ser misionero, esa es la de «saber que Dios existe y que es Padre, entonces ya no tienes miedo a la vida«. Y, puntualiza Maruxa, que «todo tiene su origen en Dios, que es el creador, el autor de la vida, por ello cuando Él te lo concede tienes la paz».
Sobre la fe, la madre apunta que «no es un accesorio a la vida espiritualidad», es una «certeza que Dios existe y te mueve hacer cosas increíbles«. De hecho, asegura que por la fe sigue casada y tiene 10 hijos, ha dejado su carrera profesional sin lamentarse por el tiempo invertido, ha perdido su vida viajando, etc. Y, por esta misma fe, «evangelizamos muchas tardes y fines de semana, agotando nuestro cuerpo y dedicando muchas horas hablando de Jesucristo». En definitiva, «nuestra vida es un milagro donde Dios actúa».
Un tesoro para todos
A los doce años de edad, los padres de Maruxa se separaron. Pensaba, entonces, que «el amor no duraba para siempre», quería «agradar a todos», porque eso sí que me daba seguridad, «era como el oxígeno para vivir», pero no me daba cuenta de que «estaba equivocada porque eso me hacía esclava, sentía un ahogo existencial, siempre buscaba un chico nuevo al que gustar o cualquiera que me hiciera caso».
La familia Atienza Ruiz son diez hijos y cuatro en el cielo.
Hasta que un día, Maruxa, escuchó la Buena Noticia en su parroquia. Escuchó que Dios le amaba sin condiciones. En ese momento, una alegría enorme la invadió. Se dio cuenta de que había un lugar donde «no tenía que hacer nada», era en la Iglesia. Y, entonces, «me quedé para siempre, porque no he encontrado este amor en otra parte». Maruxa reconoce que ahora sabe que tiene un tesoro y que es para todos, por ello, «hacer una Pascua diaria, es decir, pasar de la muerte a la vida, es el movimiento del cristiano, mueres y recibes la vida de Dios».
Maruxa cuenta orgullosa uno de los regalos que Dios les hizo; «el nacimiento de su primera hija nacida en la isla, con síndrome de down«. También señala que su cuarta hija, «fue la puerta que nos abrió a la vida con alegría, disipando todos los miedos de tener más hijos».
La visión de los hijos
Por su parte, otro de los hijos, Mateo, que tiene 21 años, y que llegó a Guam cuando tenía tenía 3, comenta: «Entré en la misión a través de mis padres, que se levantaron para dar la vida en el seminario Redemptoris Mater de esta isla». Su misión era ser «hijo», pero con el tiempo «empecé a ver que mi misión era bastante simple«.
El joven había descubierto que su misión «es estar» en medio de sus vecinos, de sus compañeros de clase, de sus hermanos de comunidad… «Que en todas sus acciones pueda representar a Cristo, y así dar un poco de esperanza a la gente que está a mi alrededor». Mateo suele visitar la cárcel «para anunciar la Buena Noticia a los presos» y cuida de sus hermanos «para que mis padres puedan continuar en la evangelización».
Mateo es uno de los hijos y reconoce que su misión es la de «estar» presente entre la gente.
Su hermano, Gabriel, tiene 18 años y es el tercer hijo de Maruxa y David. Tenía 6 meses cuando sus padres llegaron a Guam. Aunque tuvo que superar algunos obstáculos, reconoce, ahora, que «Dios le ha hecho feliz», y, señala, que tener una comunidad «me ayuda a madurar espiritualmente y a ver el amor de Dios en mi vida y en la misión».
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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