Me gusta recordar de vez en cuando cómo, frente al pretendido y reiterado empeño de enfrentar ciencia y fe, casi todos los grandes científicos que han hecho avanzar significativamente a la ciencia han sido creyentes.
En efecto, Copérnico era sacerdote católico; Galileo era profundamente católico (y ambos establecieron que la Tierra gira alrededor del Sol, un avance del conocimiento científico decisivo); Newton era cristiano protestante; Max Planck (física cuántica) era creyente, Premio Nobel de Física en 1918. Encuentro estas palabras suyas: «Como hombre que ha dedicado toda su vida a la ciencia más descarnada, al estudio de la materia, puedo deciros como resultado de mis investigaciones sobre los átomos lo siguiente: ¡No existe la materia como tal! Toda la materia se origina y existe sólo en virtud de una fuerza que hace vibrar las partículas de un átomo y mantiene unido este minúsculo sistema solar del átomo… Debemos suponer detrás de esta fuerza la existencia de una Mente consciente e inteligente. Esta Mente es la matriz de toda la materia». Impresionante.
Mendel (fraile agustino católico) es el padre de la genética y de sus leyes; Einstein (teoría de la relatividad), de origen judío, no parece que practicara ninguna religión pero creía en una Inteligencia Ordenadora que, a la fuerza, tiene que haber hecho la maravilla del Universo y sus leyes; Georges Lemaître, sacerdote católico y astrofísico belga, es el autor de la moderna teoría del Big Bang sobre el origen del universo, objeto hoy de un notable consenso científico.
Otros, menos conocidos, son el obispo católico y misionero Nicola Steno, padre de la Geología, o el sacerdote católico Lazzaro Spallanzani, quien descubrió muchas áreas de la Zoología y otras cuestiones de entidad como la digestión y la respiración. Fue llamado, por sus investigaciones, «biólogo de biólogos» y el «más claro predecesor de Louis Pasteur” (otro científico notable y profundamente católico, pionero de la microbiología moderna, que desarrolló la vacuna contra la rabia).
Podemos seguir la lista y los ejemplos, enumerando a Jérôme Lejeune, médico francés, católico en proceso de beatificación, considerado el padre de la genética moderna y famoso por sus investigaciones relacionadas con el Síndrome de Down, además de su por su activismo contra el aborto; Alexander Fleming es un científico británico católico, Premio Nobel de Medicina en 1945 por descubrir la penicilina; Guillermo Marconi fue un Ingeniero eléctrico italiano y católico, al que se considera “padre” de la radio; Gregorio Marañón fue un médico y científico español, católico, fundador de la endocrinología en España; Francis Collins era un genetista estadounidense protestante que dirigió el Proyecto Genoma Humano, con el que se descubrió la secuencia del genoma humano…
Seguro que me dejo nombres en el tintero, pero lo expuesto hasta aquí también demuestra que es falsa la pretendida relación entre fe e ignorancia, pues siempre ha habido y hay personas muy sabias, que han hecho grandes aportaciones al conocimiento, a la humanidad, y que no tienen un pelo de tontas ni de ignorantes. La religión o la fe, por lo tanto, no son un fácil recurso, a modo de “clavo ardiendo”, al que se recurre por gentes de escasas luces o cultura.
Para colmo, la ciencia como tal parte de un presupuesto filosófico que, por otra parte, ha sido negado varias veces en la Historia de la Filosofía por algunos pensadores, pero siempre afirmado y defendido por la Iglesia católica (en lo que podríamos llamar una «filosofía realista»). Esa premisa básica, fundadora de la ciencia, es la idea de que existe fuera de nuestra mente una realidad racional y ordenada, cognoscible y aprehensible por nuestra racionalidad, por nuestra razón.
Si esa realidad exterior a nuestra mente fuera un caos irracional, sin ningún tipo de orden ni racionalidad, la ciencia sería imposible, pues, precisamente, se dedica a descubrir las leyes racionales y precisas que ordenan el Universo y lo hacen tan preciso, tan maravilloso. Por lo tanto, este presupuesto filosófico «realista», siempre defendido por la Iglesia católica, lejos de impedir la ciencia, ha puesto las bases firmes para su nacimiento y posterior expansión.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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