29/11/2024

16 de septiembre: San Cipriano de Cartago, obispo y mártir, severo con quienes apostataban por miedo

[San Cipriano de Cartago, obispo y mártir. 14, y 16 de septiembre junto a San Cornelio Papa, en la Iglesia romana; 31 de agosto, Iglesia rusa; y 2 de octubre, Iglesias orientales.]

Nació en el año 200 en Cartago, África, y se convirtió al cristianismo sobre los 40 años, motivado por la vida santa de un sacerdote llamado Cecilio. Era casado y luego de convertirse guardó celibato y dejó la lectura de libros no cristianos, dedicándose al estudio de las Sagradas Escrituras.

Tanta era su fama de hombre piadoso que en el 248 fue ordenado obispo por aclamación popular, al morir el obispo de Cartago. Se resistió, pero reconoció a Dios en el clamor del pueblo y los sacerdotes.

En 251, el emperador Decio decretó la persecución contra los cristianos, insistiendo en los obispos y en la destrucción de los libros sagrados. Cipriano se esconde pero continúa su predicación y su labor de obispo, enviando cartas a los cristianos exhortándoles a no apostatar para evitar la muerte, como muchos hicieron por miedo.

Cuando cesó la persecución y volvió a la ciudad se opuso al regreso a la Iglesia de los que habían apostatado sin exigirles penitencia antes de la recepción de los sacramentos, buscando también fortalecer la fe y prepararse a las futuras persecuciones. Esto le valió ciertas fricciones con el papa San Esteban I (2 de agosto), zanjadas por este con autoridad.

En 252, ante la epidemia de peste en Cartago, Cipriano organiza la ayuda a los pobres, y vende todas sus posesiones, animando a todos los cristianos a la limosna, y haciéndose presente él mismo para consolar y socorrer a los enfermos y sus familias.

El emperador Valeriano, en el año 257, decreta otra persecución aún más intensa que la anterior. Los obispos y sacerdotes recibirían pena de muerte por celebrar una ceremonia religiosa. Ese mismo año Cipriano es desterrado, pero él sigue celebrando la eucaristía, por lo que en el año 258 lo condenan a muerte.

En el juicio, cuyas actas se conservan y son fidedignas totalmente, es invitado a dejar la fe cristiana, se niega, confirma su condición de cristiano y de obispo. El juez Galerio dicta la sentencia: «Puesto que se niega a obedecer las órdenes del Emperador y no quiere adorar a nuestros dioses, y es responsable de que toda esta gente siga sus creencias religiosas, Cipriano: queda condenado a muerte. Le cortarán la cabeza con una espada«. Al oír la sentencia, Cipriano exclamó: «¡Gracias sean dadas a Dios!»

El martirio de San Cipriano.

Todos los cristianos gritaban: «Que nos maten también a nosotros, junto con él», y lo siguieron en gran tumulto hacia el sitio del martirio. Al llegar, Cipriano mandó que después de su muerte le fueran dadas 25 monedas de oro al verdugo que le iba a cortar la cabeza. Los fieles colocaron sábanas blancas en el suelo para recoger su sangre y llevarla como reliquias. Cipriano se vendó él mismo los ojos y se arrodilló. El verdugo le cortó la cabeza con un golpe de espada. Esa noche los fieles llevaron en solemne procesión, con antorchas y cantos, el cuerpo del glorioso mártir para darle honrosa sepultura en la Vía Mappaliana. Era el 14 de septiembre de 258. Galerio murió repentinamente pocos días después, de un ataque al corazón.

Dos iglesias fueron erigidas en honor de San Cipriano, una sobre su tumba, según la antigua costumbre cristiana, y otra en el sitio donde fue decapitado. En un principio su memoria se celebró el 14 de septiembre, según el calendario de Frontón, pero en el siglo V se unió a la memoria de San Cornelio, el día 16 del mismo mes.

A principios del siglo IX, unos embajadores de San Carlomagno (28 de enero) en Persia llegaron a Cartago y pidieron permiso para venerar las reliquias de San Cipriano. Hallaron la tumba en tal abandono que peligraban las reliquias, y pidieron llevarlas consigo, favor que se les concedió.

El martirologio de San Adón (16 de diciembre) recoge esta traslación y deposición en 806. Luego fueron trasladadas a Lyon. Por último, el rey Carlos el Calvo, unos años más tarde, las llevó a Campania, para depositarlas junto a las de San Cornelio en la abadía del mismo nombre. Una cuarta traslación (en este caso de los dos santos) de partes de huesos se realizó a Flandes, a la iglesia colegiata de Rosnay.

Y para terminar, una frase de San Cipriano: «He vivido en este mundo nuestro totalmente alejado de Dios, porque las divinidades estaban muertas y Dios no era visible. Y viendo a los cristianos, he pensado: es una vida imposible, ¡esto no se puede realizar en nuestro mundo! Pero después, encontrando a algunos de ellos, estando en su compañía, dejándome guiar en el catecumenado, en este camino de conversión hacia Dios, poco a poco he comprendido: ¡es posible! Y ahora soy feliz por haber encontrado la vida. He comprendido que aquella otra no era vida, y en verdad sabía ya antes que aquella no era la verdadera vida».

Fuentes:
Diccionario de los Santos, C. Leonardi, A. Riccardi y G. Ziarri. San Pablo. Madrid, 2000. ‎
Vidas de los Santos. Tomo X. Alban Butler. Rev. S. Baring-Gould. 1916.
Año cristiano o Ejercicios devotos para todos los días del año. Septiembre. R.P. Juan Croisset, S.J. Barcelona, 1863.

A 16 de septiembre además se celebra a Santa Therence, virgen.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»