Nació en Valladolid, 28 de octubre de 1552, de padres ilustres y piadosos. La leyenda nos cuenta que con solo año y medio ya sabía decir claramente las palabras Ave María, que ciertamente configurarían su vida para siempre.
Vocación redentora
Desde niño fue dado al estudio y la piedad, le gustaba jugar a ser sacerdote y su encanto era visitar las imágenes de la Madre de Dios. A los 12 años tenía una sólida formación, y comenzó a adentrarse en la gramática latina, la filosofía y la retórica. A esta edad, comparando el saber del mundo con la sabiduría de las cosas de Dios, entendió lo vano de aquel y comenzó a acariciar su vocación religiosa. Sus padres aceptaron y, luego de pedir los permisos correspondientes, tomó el hábito trinitario en Valladolid en 1565, con solo 13 años.
Fue un buen religioso desde los inicios, siendo obediente y caritativo. Durante toda su vida se penitenciaba sin faltar a la Regla, tenía largos ratos de oración, ayunaba siempre que podía, probando durante el Adviento, la Cuaresma y las Vigilias solamente unas verduras y agua. Era muy activo con su vocación redentora, por lo que recibió muchas donaciones, y por la redención de los cristianos cautivos se flagelaba, ofrecía la misa y muchas devociones. Amaba la pobreza, no teniendo más que un hábito, y este remendado. En su celda no admitía más que la paja sobre la que dormía y un crucifijo.
A los 15 años pasó a estudiar artes y teología con vistas a ser ordenado sacerdote. En 1577, con 25 años, fue ordenado presbítero, y cantó su primera misa en el santuario Nuestra Señora de las Virtudes, ocupado por la misma Orden de la Santísima Trinidad, cerca de Salamanca. A esta advocación mariana debía un portento: la Virgen le había curado su tartamudez juvenil.
Penitencias
En 1579 fue destinado al convento de Toledo a enseñar filosofía a los estudiantes trinitarios, siendo uno de sus alumnos quien sería el reformador de la Orden Trinitaria: San Juan Bautista de la Concepción (14 de febrero). Aparejada a esta labor, ejercía de predicador, confesaba siempre que podía, dirigía ejercicios piadosos y algunas misiones. Predicaba con sencillez y unción, sin caer en la vana palabrería o el sentimentalismo. Exponía virtudes y vicios contrarios con claridad, usando ejemplos, y siempre alentando a cambiar de vida. Se cuentan por cientos las conversiones de pecadores públicos que luego entraron en religión.
Todas estas prendas hicieron que le nombraran Visitador de los conventos de Castilla y Andalucía, y en más de uno fue prior. Siendo prior de Cuenca recibió la gracia de la perpetua castidad por intervención de Nuestra Señora de Tejeda (8 de septiembre) de Garaballa, donde estaba retirado unos días.
Confesor de reyes
Felipe III le quiso junto a sí y le llamaba de vez en cuando para consultarle asuntos de gobierno y por ello en 1600 los superiores le enviaron a Madrid, donde desplegó su caridad más aún, siendo el ángel consolador de pobres, presos, viudas, mendigos, etc. Por su misma mano daba de comer a los pobres, sirviéndoles sus platos, y más de una vez multiplicó la sopa para que todos alcanzaran.
Por los pobres y la redención de los cautivos aumentó sus penitencias, llegando a usar una corona de espinas y una cruz a cuestas en las noches cuando estaba a solas. Tanto el rey como la reina Margarita le confiaban sus almas, lo que aprovechaba el santo para que los monarcas ampliaran la caridad, la justicia y el bien del reino. A esta reina ayudó a bien morir en 1611, pues luego que la dieran por muerta luego de un mal parto. Entró el santo a la estancia, se acercó a la reina y le dijo: «Ave María, Señora«, y la reina abrió los ojos y respondió «Gratia Plena, padre Rojas«, y alcanzó a vivir para recibir los Sacramentos.
El mismo rey le propuso para el obispado de Jaén, pero el santo no aceptó por nada, y luego lo intentó el rey con la sede de Valladolid, pero igualmente el santo suplicó no le diera aquella carga, y el rey, por no contrariarle, le dejó en paz a cambio de que aceptase ser preceptor de los Infantes.
‘Aparición de la Virgen a Simón de Rojas’ (c. 1640), de Gaspar de Crayer. Museo del Prado.
Luego, además, fue nombrado Provincial de Castilla y en 1622, al morir Felipe III, pasó a ser confesor de Felipe IV y su esposa la reina Isabel de Borbón. Antes de aceptar el cargo puso como condición de que no habían de estorbarle su apostolado en las cárceles, y su personal asistencia a los enfermos y moribundos. Asimismo exigió no poseer renta, ni carroza, ni privilegio alguno.
La Congregación del Ave María
Su gran devoción y por la que es conocido como «apóstol del Ave María» era el Nombre de María. Fue superior del convento de trinitarios de Cuenca de 1591 hasta 1594, y en esta ciudad tomó contacto con la Fiesta del Dulce Nombre de María (12 de septiembre), celebrada por primera vez en Cuenca en 1513. En su honor estableció el 27 de noviembre de 1601 la Congregación del Ave María, para el socorro de los pobres y las almas del Purgatorio, al mismo tiempo que propagaba la devoción al Nombre de María. Los miembros se consideran esclavos de María, y a ella viven entregados. Todo en obsequio de la Santísima Virgen, por ella y con ella y en ella.
Es un precursor de la conocida «esclavitud mariana» propagada por San Luis María Grignion de Monfort (28 de abril). El rey Felipe IV junto a sus hijos fue de los primeros en alistarse en la santa asociación, y al mismo rey suplicó el santo que se interesara con el Papa para que su Orden Religiosa pudiera celebrar el Dulce Nombre de María como fiesta propia, escribiendo él mismo el Oficio Litúrgico. Igualmente difundió la devoción a la Inmaculada Concepción por medio de un rosario blanco y azul de 72 cuentas, una por cada (supuesto) año que había vivido la Santísima Virgen en este mundo. Además, siendo Provincial de Castilla, ordenó que cada convento trinitario predicara sobre el Nombre de María los terceros domingos de cada mes. No en balde era conocido como el «Padre Ave María«.
La compañía de los santos
Trató con santos de su tiempo, como la Venerable Mariana de San José, fundadora de las Agustinas Recoletas, a Francisco Yepes, hermano de San Juan de la Cruz (14 de diciembre y 24 de noviembre). Además, conoció en Alba de Tormes a Santa Teresa (15 de octubre y 26 de agosto, la Trasverberación).
A inicios de 1624, con 72 años, se despidió misteriosamente de todos, diciéndoles que en breve «haría un viaje«, con la certeza de que su fin estaba próximo. Y efectivamente, a finales de septiembre padeció una apoplejía que le postró en cama durante treinta horas. Los reyes y nobles pasaron a despedirse, y salían edificados. El pueblo de Madrid comenzó novenas y rosarios por su salud y si acaso, por su feliz tránsito.
Murió el 29 de septiembre, y como no podía ser de otro modo, sus últimas palabras fueron las mismas que las primeras que había dicho: «Ave María«. Se celebraron sus funerales con gran solemnidad, luego de pasar el cuerpo doce días expuesto a la veneración. El 13 de mayo de 1766 el Papa Clemente XIII le beatificó. Sus reliquias se veneran en la iglesia de los Trinitarios de Madrid. El 3 de julio de 1988 fue canonizado por Juan Pablo II en el marco del Año Mariano, como correspondía a un modelo de sólida devoción mariana.
Fuentes:
–San Simón de Rojas, maestro de oración. José Gamarra, OSST.
–Año cristiano o Ejercicios devotos para todos los días del año. Septiembre. Juan Croisset, S.J. Barcelona, 1863.
A 28 de septiembre además se celebra a Santas Lioba y Tetta, abadesas.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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