29/11/2024

5 «Viva Cristo Rey» del perdón y el martirio en 1936: «Orgullo de quienes dieron su vida por la fe»

«No solo las víctimas, sino las posteriores generaciones, vivieron con perdón el martirio de los suyos. Lejos de avanzar en el odio, el rencor, la tristeza o el resentimiento, sienten el orgullo de quienes dieron su vida por la fe sin hacer apostasía y fueron capaces de perdonar a sus verdugos».

Con estas palabras, el obispo José Ignacio Munilla prologaba en 2020 Hogares de amor y perdón, publicado por las hermanas María Beatriz y Gracia María Pellicer de Juan.

El libro, una selección de 19 relatos, se editó con el objetivo de mostrar la indulgencia que las víctimas del odio antirreligioso tuvieron ante los autores de la persecución de 1934-1939, buscando «construir una España en convivencia» sin rencor entre víctimas y asesinos.

Cuatro años después, las hermanas Pellicer de Juan continúan su trabajo de investigación en búsqueda de nuevos relatos y testimonios de perdón. Fruto de esta labor es un segundo volumen de Hogares de amor y perdón, que se presentará el próximo 25 de septiembre en las librerías paulinas de la Calle San Bernardo 114 (Madrid) a las 18:30 horas. 

En el acto de presentación estarán presentes algunos familiares de las víctimas, así como D. José Carlos Martín de la Hoz, Asesor de la Oficina para las Causas de los Santos de Conferencia Episcopal Española y Director de la Oficina de las Causas de los Santos del Opus Dei en España, quien contextualizará la persecución religiosa del siglo XX en España.

La organización pone a disposición de los interesados un enlace para confirmar asistencia.

El segundo tomo de `Hogares de amor y perdón´ puede obtenerse en el portal de Enraizados

En este segundo tomo, prologado por la directora de la Oficina para las Causas de los Santos de la Conferencia Episcopal Española, Lourdes Grosso,  las autoras trasladarán al lector ochenta años atrás en el tiempo mostrando las vivencias de 23 familias «tocadas» por la sangre martirial de sus seres queridos, pero también marcadas por el perdón.

Con motivo de la próxima presentación, resumimos cinco relatos del primer volumen, uno de ellos enterrado hoy en un Valle de los Caídos convertido en un campo de batalla ideológica y otros cuatro que fallecieron bajo el icónico grito martirial de Viva Cristo Rey.

1º Sacerdote y huérfano: «He perdonado de corazón»

Uno de ellos es el sacerdote José Vicente Castillo Peiró. Hijo de Pascual y Luisa, labrador integrante del Círculo Católico de Benaguacil (Valencia) y Luisa, ama de casa, recuerda como al comenzar la guerra su padre ya estaba amenazado por ir a misa y juntarse con el sacerdote. «No es nada malo y no me voy a esconder«, respondía él. No tardó en ser apresado y su hijo José cuenta que «ya no volvió», comenzando un periplo como prisionero. Cuando el jornalero presentía que «la muerte estaba muy cerca porque los que se marchaban ya no volvían», tranquilizó a su mujer en una de las visitas: «Estamos preparados, rezamos el rosario, confesamos… pero quiero despedirme `del xiquets´».

El 5 de octubre de 1936 fue el último día que supieron de su padre. Concluida la guerra, el sacerdote recuerda que su madre Luisa juntaba cada mañana junto a la foto del asesinado y le decía a sus hijos: «Un padrenuestro por el padre que está en el Cielo, ruega por nosotros y es mártir. Y un padrenuestro por el que asesinó al padre, al que perdonamos de corazón». «¿Lo perdonamos de verdad?», preguntó el joven niño: «Sí hijo mío, si perdonamos de verdad nunca tendrás enemigos«.

Décadas después, con su padre enterrado en el Valle de los Caídos, el anciano sacerdote admite que ha «perdonado de corazón». «Hemos de convivir en paz y ello supone perdonar. El otro no es mi enemigo. Hubo una guerra no olvidada pero aceptada como historia, y no hay que despertarla», cuenta.

2º La sobrina de un beato mártir: «Gritó muy fuerte `Viva Cristo Rey´»

Como sobrino del sacerdote beato Juan Huguet Cardona, primer mártir de la isla de Menorca tras ser inmolado el 23 de julio de 1936, Huguet Rotger narra una de las muchas historias de perdón vinculadas a los años posteriores a la guerra. En su caso, relata que el martirio de su tío «trastornó a toda la isla de Menorca», donde se produjo.

Aquel día, el conocido como «brigada Marqués» tenía según la versión unánime «la intención de provocar el martirio si no se producía la renuncia expresa a la fe«. Extraído el sacerdote de su domicilio, su sobrino cuenta que fue despojado de su sotana y vestiduras antes de ser invitado a renegar sobre un crucifijo: «O escupes o te mato». Su respuesta fue prácticamente inmediata. «Levantando sus brazos en cruz, gritó muy fuerte `Viva Cristo rey´» justo antes de ser acribillado, relata su sobrino.

El perdón estuvo presente desde aquel mismo instante. Rotger recuerda el relato de «perdón, fe y reconciliación» de su abuela, madre del mártir, que persuadió a su marido para evitar la venganza. «Ha entregado su vida por Dios, no cometas ese error, lo que tenemos que hacer es perdonar sabiendo que tenemos un hijo mártir por la causa de Dios», le decía.

Décadas después, aquella actitud pervive en el ya anciano sobrino del asesinado. «Yo, en casa, lo que he vivido de este recuerdo es saber que teníamos un tío mártir y, de acuerdo con la doctrina cristiana, una lección de perdón y reconciliación«, cuenta él.

Estos y otros relatos se presentan en el primer tomo de `Hogares de amor y  perdón´. 

3º María Elvira, una «hija póstuma»: el perdón de una viuda cara a cara

Como hija del siervo de Dios y mártir Alfonso Juan Requena, el de María Elvira Juan Llovet es un caso de «hija póstuma», naciendo siete semanas después de su asesinato. Cuenta que sus padres vivían en Valencia cuando comenzó «la persecución por odio a la fe». María Elvira da cuenta de los «graves delitos» por los que fue acusado, colaborar en la Iglesia y consolando y animando a confesar y comulgar a los moribundos en sus hogares.

Tras dos intentos fallidos, Requena fue apresado en la madrugada del 12 al 13 de septiembre de 1936. Eran las 4 de la mañana, cuando el párroco de Navarrés vio como le rompieron los brazos antes de capturarle y asesinarle en el municipio de Quesa. «No murió enseguida, sino que le hicieron sufrir a base de pincharle todo el cuerpo hasta que, moribundo y con un disparo en el estómago, lo abandonaron bajo un árbol». Tres meses después, su tío Enrique Juan Requena, sacerdote y hoy beato, corrió la misma suerte, cuando el 29 de diciembre de 1936 fue llevado al Picadero de Paterna, conocido por ser el patíbulo de centenares de monjas y sacerdotes. «Después de recibir la bendición, cruzadas sus manos sobre el pecho y con la sonrisa propia de mártir, exclamó `¡Viva Cristo Rey!´ recibiendo la palma del martirio«, relata la sobrina del mártir hallado incorrupto en 2010.

El perdón estuvo presente desde el primer momento. Recuerda que si su madre hablaba del tema, era solo «para perdonar», que tras enviudar se dedicó a las viudas de los enemigos de la fe ayudándolas a tramitar los subsidios estatales para huérfanos y que, tras encontrarse años después con el autor intelectual de la muerte de su marido, solo pudo rezar, «suplicándole a la Virgen el perdón para él y la fortaleza para ella».

4º Padre e hijo, martirizados y «orgullosos» de su fe: «No me educaron en el odio»

La nieta del beato Pablo Meléndez Gonzalo cuenta que, según el relato de su madre, fue perseguido «por el mero hecho de ser católico» como presidente de la Acción Católica de Valencia. En septiembre de 1936, tras sustraerle multitud de artículos religiosos en su hogar, fue detenido y trasladado a la Cárcel Modelo de Valencia, donde fue martirizado junto a uno de sus hijos, Alberto.

Cuando los mataron, cuenta, «dijeron `Viva Cristo Rey´ y `Viva Dios´. Murieron orgullosos de ser católicos». Hace tiempo que la calle Pablo Meléndez en Patraix, rotulada en 1950, corre la amenaza de ser eliminada en respuesta a una «obligación moral y legal según la ley de Memoria Histórica» por agrupaciones como Compromís. «No me educaron en el odio ni en el rencor, al revés», responde su nieta.

5º Solo la blasfemia podía salvarle: «Les perdonamos gracias a Dios»

También sacerdote y nacido el 13 de junio de 1935, Antonio Pérez Sesé tenía poco más de un año cuando asesinaron a su tío Agustín, sacerdote, el 24 de agosto de 1936. Según le relatarían más tarde, el mártir fue apresado tras ser hallado en una casa de madrugada. Durante el traslado, pasaron delante de una cruz que aún hoy se conserva de camino a la aldea de Almeza cuando sus captores le dijeron: «Por esa cruz vas a subir al Cielo«.

La blasfemia era lo único que podía evitar que se cumpliese la amenaza, pero no dudó al escoger el grito de «¡Viva Cristo Rey!» como sus últimas palabras. Los restos del sacerdote permanecieron los tres años de guerra enterrados en un pozo sin ataúd alguno. Cuando lo fueron a trasladar, «su cuerpo estaba incorrupto y pesaba como un cadáver recién muerto«, relata el sobrino del mártir con el proceso de beatificación en marcha. Antonio no oculta su desagrado ante una ley de memoria histórica que «tergiversa la realidad» y se reafirma en lo incorrecto de «quitar las cruces» a las que llama a respetar. Pero si pudiese volver a mirar a los asesinos, les diría «que no solo les perdonó mi tío, también mis padres y toda la familia. Les perdonamos gracias a Dios, porque sin la ayuda de Dios no se podría».

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»