La Iglesia, la parroquia, los sermones o la catequesis, no tienen por qué ser divertidos. Pero tampoco tienen por qué ser aburridos. Sí se supone que tienen que ayudar a ese mandato de San Pablo en la Biblia (en sus cartas a los Filipenses y los Tesalonicenses) que dice: «Estad siempre alegres». Y el humor -una característica espiritual que Dios dio a los hombres, y no a los animales- puede ayudar a ello.
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