Aviso. En este artículo señalo que, terminado el concilio Vaticano II, hubo muchos abusos en la realización concreta de la Renovación litúrgica. Y que esas deficiencias, a veces graves, al ser con relativa frecuencia insuficientemente corregidas, produjeron un trastorno de la vida cristiana en general, que vino a ser una de las con-causas principales de la descristianización de un gran número de las Iglesias locales de Occidente.
Nótese que nunca esos abusos litúrgicos tan deplorables tuvieron su origen en el mismo Concilio Vaticano II. Siempre fueron impulsados por teólogos y liturgistas de mala doctrina, más protestantes que católicos. La Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la Liturgia, auténticamente católica, fue aprobada por 2.159 Padres conciliares, incluido Mons. Lefebvre, y rechazado sólo por 4 votos… Fue, pues, unánimemente decidida y publicada por los Sucesores de los Apóstoles.
Mi intención. En las Iglesias locales hoy descristianizadas el Señor guarda siempre un Resto de Yavé en sacerdotes y fieles, que por obra del Espíritu Santo, las mantienen vivas como Iglesias. Son cristianos practicantes, y a ellos principalmente me dirijo, pues aunque firmes en la ortodoxia y la ortopráxis, se ven afectados a veces por ideas y costumbres deficientes, que los ahora no-practicantes, dejaron ya generalizadas en la Iglesia, como triste herencia. De momento me fijaré sólo en ciertos puntos de la Liturgia. Más tarde, Dios dirá.
Cristo ascendido al cielo, presente en la Liturgia de la Iglesia
Dijo Jesús: «Salí del Padre y vine al mundo. Y de nuevo dejo el mundo y me voy al Padre» (Jn 16,28)… Los discípulos «vieron» como Jesús, en alma y cuerpo, salía del mundo y ascendía al cielo (Hch 1,9). «Ellos, después de adorarle, se volvieron a Jerusalén con gran gozo» (Lc 24,52), pues estaban seguros de que ha de volver al final de los tiempos (Mt 25,31-33).
Y mientras tanto… ¿cómo nos quedamos?… Hasta que se produzca esta gloriosa parusía, una cierta nostalgia de la presencia visible de Jesús, de la que habían gozado los Apóstoles hasta la Ascensión, forma parte de la espiritualidad cristiana. San Pablo declara: «deseo morir para estar con Cristo, que es mucho mejor» (Flp 1,23; cf. 2Cor 5,6-8).
+Presencia espiritual de Cristo
Antes de su Asunción, Cristo nos prometió: «Yo estaré con vosotros siempre, hasta la consumación del mundo» (Mt 28,20). No nos ha dejado huérfanos, pues siendo la Cabeza del Cuerpo en el que vivimos, está en nosotros y actúa con nosotros por su Espíritu (Jn 14,15-19; 16,5-15). Y su sacerdocio celestial, que se hace «visible» en la liturgia de la Iglesia, está ejercitándose siempre en favor de nosotros (Heb 6,20; 7,3-25).
+Presencia real sagrada de Cristo
Los discípulos de Cristo, «mientras aguardamos la bendita esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo» (Tit 2,13), vivimos ya en las diversas realidades de la Liturgia de la Iglesia esa Presencia gloriosa, de inefable belleza y bondad santificante. Así lo afirma un admirable texto del Vaticano II:
«Cristo está siempre presente a su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la misa, sea en la persona del ministro, ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz, sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la sagrada Escritura, es él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: Donde dos o tres están congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20)» (Sacrosanctum Concilium 7)…
Debemos aprender a captar por la fe esa multiforme «presencia sagrada» de Jesús, en todas y cada una de sus modalidades; todas ellas verdaderas y reales, aunque solamente es substancial la presencia que se da en las especies eucarísticas. Así lo advierte Pablo VI en la encíclica Mysterium fidei (1965, 22).
Palabras y signos sagrados
«En la Liturgia los signos sensibles significan y, cada uno de ellos a su manera, realizan la santificación del hombre [soteriología], y de estos modos el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro [doxología]» (SC 7).
Es el misterio de la Liturgia. La presencia invisible de Cristo, por medio de palabras y de signos sensibles, se hace visible en los ritos sagrados de la Iglesia. Esa unidad de palabras y de signos lecturas, oraciones, gestos, acciones, mantiene vivo en Cristo al pueblo cristiano. Participamos en la Liturgia como criaturas, ya que «en Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28); como pecadores, necesitados de perdón y sanación, y como hijos de Dios, hijos amados, incorporados en Cristo Salvador, nuestra Cabeza.
Mysterium fidei de unión con Dios, que lo vivimos en comunión con los santos y los ángeles. Sí, con los ángeles. Porque con nuestras oraciones y acciones sagradas «pregustamos ytomamos parte en aquella liturgia celestial que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén» (SC 8). Es normal que así sea, pues, por la gracia de Cristo, los cristianos somos «hombres celestiales», renacidos por el agua y el Espíritu Santo (Jn 3,5), hijos del Padre nuestro celestial (1Cor 15,47-49).
* * *
Empobrecimiento de los modos de glorificar al Señor en la Liturgia
Vaya por delante mi personal veneración por la Liturgia antigua y por el Novus Ordo, como en 2021 expuse en varios artículos de este blog:: (653) Elogio y defensa de la Misa de S. Pablo VI; (654) Elogio y defensa de la Misa de S. Pío V; (655) Traditionis Custodes. La Misa antigua y la Misa nueva; (656) Misas. Dos errores.
El concilio Vaticano II, en su constitución dogmática sobre la liturgia, Sacrosanctum Concilium, decidió una reducción verbal y gestual de los ritos litúrgicos, a veces recargados con el paso de los tiempos, sobre todo durante el Barroco. Por otra parte, en los siglos precedentes al Vaticano II, el ritmo vital de las sociedades, predominantemente agrícolas, podían tener todavía liturgias más largas. Y el buen número de sacerdotes lo hacía entonces posible. Pero el brusco desarrollo de la industria llevó a la sociedad a un ritmo de vida mucho más rápido y trepidante, que hizo difícil una liturgia lenta y prolongada. Por éste y por otros factores los Padres conciliares tomaron la siguiente decisión:
En la renovación de la Liturgia, «los ritos deben resplandecer con una noble sencillez; deben ser breves, claros, evitando las repeticiones inútiles; adaptados a la capacidad de los fieles, y, en general, no deben tener necesidad de muchas explicaciones» (SC 34).
En principio, la orientación de esta decisión era prudente. Pero en el post Concilio, ciertos liturgistas progres, realizadores del mandato conciliar, el resultado vino a ser más que dudoso. De hecho, en general, la Liturgia se hizo más breve, disminuyó la fisonomía sagrada de las ceremonias, y al disminuirse no pocos textos y gestos genuflexiones, por ejemplo, quedó menos expresiva en algunos de los misterios de la fe.
Esa disminución condujo con frecuencia a la eliminación práctica de ciertos ritos, sobre todo aquellos que se dejaban al criterio y discernimiento del celebrante. La aspersión, por ejemplo, de la asamblea congregada en los Domingos de Pascual posible también en todos los domingos, desapareció en la mayoría de las iglesias.También la incensación…Y de este modo la rúbrica pro oportunitate, vino con frecuencia a traducirse como suprímase… En conjunto, dando a veces una interpretación abusiva a esa orientación citada del Concilio (SC 34), vino a debilitarse la elocuencia sagrada de los ritos litúrgicos de la Iglesia, concretamente en la Eucaristía.
Disminuir o reducir al mínimo esas acciones colabora a secularizar la sacralidad del gesto cumplido. Con ello, la acción litúrgica comunitaria va tomando la forma de una reunión normal y corriente. Y ésta termina por vaciarse de asistentes.
La elocuencia sagrada de los Ritos litúrgicos
Dispone la Iglesia en la Ordenación General del Misal Romano (OGMR):
+«Los gestos y posturas corporales, tanto del sacerdote, del diácono y de los ministros, como del pueblo, deben tender a que toda la celebración resplandezca por el noble decoro y por la sencillez, a que se comprenda el significado verdadero y pleno de cada una de sus diversas partes y a que se favorezca la participación de todos (SC 30, 34; 21). (OGMR 42).
+Formación de los fieles. Es misión de sacerdotes y diáconos instruir a los fieles en el significado y el valor de los signos y gestos litúrgicos, exhortándolos a realizarlos con toda reverencia. Su enseñanza debe estar presente en las Catequesis.
+El influjo del ánimo en las actitudes del cuerpo, y de las posiciones del cuerpo en el ánimo, es algo de experiencia secular en todas las culturas, muy especialmente en el Oriente yoga, zen, etc., y que cualquier experto en psico-somática conoce y reconoce hoy como algo evidente.
+Ambón, Sede y Altar. Los tres lugares principales del presbiterio, donde se celebra la Eucaristía, es para manifestar a Cristo como Maestreo, Rey y Sacerdote-víctima. El ambón es el lugar de Cristo Maestro, que sigue hablando a su pueblo; el altar, el lugar en que Cristo Sacerdote ofrece el sacrificio de su vida, y la sede, significa al Cristo Rey,Señor del cielo y de la tierra, ascendido al cielo y sentado a la derecha del Padre.
No estamos evocando en la Eucaristía la vida precaria de Cristo en Israel. Pretendemos ante todo celebrar en la tierra el sacrificio de Cristo Salvador, el del Calvario, el que describe el Apocalipsis… Los secularizadores de la celebración de la Misa «se pasan de listos», porque no saben lo que dicen y hacen. Ignoran lo que enseñó el Vaticano II, siempre enseñado por la Iglesia:
«En la liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en aquella liturgia celestial que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén… donde Cristo Rey está sentado a la derecha del Padre» (SC 8). Ya las más antiguas y grandiosas iglesias antiguas tenían esos tres lugares magníficos en el presbiterio para la Misa: Altar, Ambón y Sede.
+El misterio de la Liturgia cristiana debe expresarse en formas verbales y gestuales, así como en el marco espacial ambón, sede, altar y otros objetos netamente cristianos ornamentos, asperges, incienso y otros. Todos ellos ordenados por la Iglesia que coincidirán a veces con acciones y espacios cultuales de las religiones naturales. Por ejemplo, celebrar la Misa sin vestir ornamentos, cubriendo el altar con un mantel normal de cocina, sentar al sacerdote que preside en un taburetillo de tres patas, etc., no implica un moderno adelanto, sino un burdo abuso, y antes una gran ignorancia. Comento lo del mantel, la silla y demás: es simplemente la secularización torpe de la sacralidad máxima de la Eucaristía.
* * *
Instrucción General del Misal Romano (2000)
La Institutio Generalis Missalis Romani, que la Congregación para el Culto Divino publicó en 1975, bajo Pablo VI, fue revisada y actualizada en el año 2000 por Juan Pablo II. Es un documento muy valioso y amplio,en el que se precisan mucho para evitar abusos y errores los modos sagrados de celebrar la Santa Misa por el rito romano. Hoy, en 2025, creo que puede ser un buen servicio recordar algunos puntos por su importancia y otros por su incumplimiento. A veces citaré los textos abreviándolos, lo que indicaré con unos puntos suspensivos… y en alguna ocasión introduciré [entre paréntesis] alguna observación mía.
El Proemio inicia el documento con la exposición muy valiosa de tres temas (cito por numeración del texto): +2-5 Testimonio de fe inalterada; +69 <Manifestación de una tradición ininterrumpida; +10-15 Acomodación al nuevo estado de cosas. Convence. Aunque no falten quienes sigan echando pestes contra el Novus Ordo.
Paso a señalar del extenso documento que he presentado 399 puntosunos pocos que actualmente me parece oportuno recordar. [Algunas veces añado entre corchetes […] observaciones mías].
+24. Estas adaptaciones, que consisten solamente en la elección de algunos ritos o textos, es decir, de cantos, lecturas, oraciones, moniciones y gestos, para que respondan mejor a las necesidades, a la preparación y a la índole de los participantes, se encomiendan a cada sacerdote celebrante. Sin embargo, recuerde el sacerdote que él es servidor de la Sagrada Liturgia y que a él no le está permitido agregar, quitar o cambiar algo por su propia iniciativa [Vat. II,Sacrosanctum Concilium, 22.] en la celebración de la Misa.
+43. La uniformidad de las posturas, que debe ser observada por todos los participantes, es signo de la unidad de los miembros de la comunidad cristiana congregados para la sagrada Liturgia- Expresa y promueve, en efecto, la intención y los sentimientos de los participantes. [«Jesús había de morir… para congregar en la unidad a todos los hijos de Dios dispersos» (Jn 16,51-52). Y la Misa es el sacramento de la unidad de los fieles. Esa verdad tan fundamental debe estar bien significada]. [Siempre deberá respetarse, por supuesto, la imposibilidad de cumplir este Ordenamiento para los asistentes limitados por enfermedad o por ancianidad… que a veces son precisamente los más numerosos de la asamblea].
+Los fieles están de pie desde el principio del canto de entrada, o bien, desde cuando el sacerdote se dirige al altar, hasta la colecta inclusive; al canto del Aleluya antes del Evangelio; durante la proclamación del Evangelio; mientras se hacen la profesión de fe y la oración universal; y desde la invitación Orad, hermanos, antes de la oración sobre las ofrendas, hasta el final de la Misa, excepto lo que se dice más abajo. [Hay en la Misa tres oraciones solemnes de petición, en colecta, ofertorio y postcomunión, y en las tres peticiones los fieles han de estar en pie, también en la del Ofertorio, que viene precedida del Orad, hermanos.]
+Estarán sentados en las lecturas anteriores al Evangelio, en el salmo responsorial; durante la homilía…; también, según las circunstancias, mientras se guarda el sagrado silencio después de la Comunión.)
+Estarán de rodillas, a no ser por causa de salud, por la estrechez del lugar, por el gran número de asistentes o que otras causas razonables lo impidan, durante la consagración. Pero aquellos [ya aludidos] que no se arrodillen para la consagración, que hagan una inclinación profunda mientras el sacerdote hace la genuflexión después de la consagración.
+49. Cuando llegan al presbiterio, el sacerdote, el diácono y los ministros saludan al altar con una inclinación profunda. Como signo de veneración, el sacerdote y el diácono besan el altar; y el sacerdote, según las circunstancias, inciensa la cruz y el altar. [La incensación, posible en todos los domingos, cayó prácticamente en desuso. Es uno de los empobrecimientos litúrgicos del Novus Ordo, aunque no previstos por él. Pienso que la escasez extrema de sacerdotes en Occidente, es la causa principal de la pérdida del rito. Aunque no la única].
+51. El sacerdote invita al acto penitencial que, tras una breve pausa de silencio, se lleva a cabo por medio de la fórmula de la confesión general de toda la comunidad, y se concluye con la absolución del sacerdote que, no obstante, carece de la eficacia del sacramento de la Penitencia.
El domingo, especialmente en el tiempo pascual, a veces puede hacerse la bendición y aspersión del agua en memoria del Bautismo, en vez del acostumbrado acto penitencial. [Como la aspersión, la incensación está hoy casi desaparecida. Pero si sobrevive en algún lugar, no parece aconsejable aunque es lícito que silencie el Acto penitencial que, como digo, es muy perfecto, y también es usado en la oración privada.].
+52.Después del acto penitencial, se tiene siempre el Señor, ten piedad [los tres Kyrie], a no ser que quizás haya tenido lugar ya en el mismo acto penitencial. [La unión de la Acto penitencial, muy perfecto, con los Kyrie eleison, una de las más antiguas fórmulas de la liturgia, hace que las dos pierdan la fuerza de su propia identidad. Es lícito hacerla, lo dice el 52, pero no la aconsejo.]
+133. … Si el Evangeliario está en el altar, lo toma y… se dirige al ambón, llevando el Evangeliario un poco elevado. Los presentes se vuelven hacia el ambón para manifestar especial reverencia hacia el Evangelio de Cristo.
+137. El Símbolo [el Credo] se canta o se dice por el sacerdote juntamente con el pueblo, estando todos de pie. A las palabras: y por obra del Espíritu Santo, etc., o que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, todos se inclinan profundamente; y en la solemnidades de la Anunciación y de Navidad del Señor, se arrodillan.
+159. Mientras el sacerdote sume el Sacramento, se comienza el canto de Comunión.
+160. … Los fieles comulgan estando de rodillas o de pie… Cuando comulgan estando de pie, se recomienda que antes de recibir el Sacramento, hagan la debida reverencia. [Puede ser una genuflexión o una inclinación profunda; no parece suficiente ante la Sagrada Hostia una inclinación simple.]
+274. La genuflexión, que se hace doblando la rodilla derecha hasta la tierra, significa adoración; y por eso se reserva para el Santísimo Sacramento… En la Misa el sacerdote que celebra hace tres genuflexiones, esto es: después de la elevación de la Hostia, después de la elevación del cáliz y antes de la Comunión.
+275. Con la inclinación se significa la reverencia y el honor que se tributa a las personas mismas o a sus signos. Hay dos clases de inclinaciones, es a saber, de cabeza [simple] y de cuerpo [profunda]:
a) La inclinación de cabeza se hace cuando se nombran al mismo tiempo las tres Divinas Personas, y al nombre de Jesús, de la bienaventurada Virgen María y del Santo en cuyo honor se celebra la Misa.
b) La inclinación de cuerpo, o inclinación profunda, se hace: al altar, en las oraciones Purifica mi corazón y Acepta, Señor, nuestro corazón contrito; en el Símbolo [el Credo], a las palabras y por obra del Espíritu Santo o que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo; en el Canon Romano, a las palabras Te pedimos humildemente… El sacerdote, además, se inclina un poco cuando, en la consagración, pronuncia las palabras del Señor.
Manos juntas orantes
Añado a las posturas señaladas por la Ordenación General del Misal Romano, las que se van indicando en las rúbricas del Ordinario del Misal Romano referidas al Sacerdote celebrante:
+Con las manos juntas.
Juntar las dos manos, sea palma con palma o bien entrecruzando los dedos, viene dispuesto con frecuencia en el Misal Romano para el sacerdote. También es frecuente en las oraciones privadas o comunitarias de los laicos. Es quizá el gesto más universal para la oración. En la tradición semítica y cristiana, en la cultura del hinduismo y del budismo, y en tantas religiosidades primitivas, juntar las manos ante Dios expresa adoración, petición, obediencia total, humildad, paciencia, entrega, agradecimiento. En el mundo católico, esa postura orante tan elocuente es común a sacerdotes, religiosos y laicos, tanto en la piedad popular, como en la mística en los niños o en los adultos.
+Con las manos extendidas señala el Ordinario de la Misa al sacerdote en varias oraciones, y plenamente en la Plegaria Eucarística.
Elogio y defensa del arrodillamiento orante
Parece increíble, pero es un hecho que en muchos lugares ha desaparecido prácticamente el arrodillamiento, tanto en la devoción privada como en la Liturgia. En seguida critico el tema. Pero comienzo por confirmar el sumo valor de esa postura orante.
Orar de rodillas y hacer la genuflexión son gestos sumamente venerables, por ser los únicos que exclusivamente dedicamos a Dios, y porque se mantienen muy arraigados en la tradición de la Iglesia, como también en la tradición de muchas religiones paganas. La inclinación de la cabeza o también del cuerpo, lo mismo que otros gestos de respeto, pueden hacerse a un hombre, a una bandera, a un difunto ilustre. Pero la genuflexión, la adoración de rodillas que a veces se completa rostro en tierra, es un signo exclusivo y total de adoración al Señor: «a Él solo adorarás» (Deut 6,13; Mt 4,10). El orante, puesto de rodillas, se abaja ante el Señor, disminuye claramente su estatura, pega al hombre más al suelo humildemente (humus, tierra), ora a Dios desde lo más profundo (de profundis). Jesús en el Huerto de los Olivos «se puso de rodillas y oraba» (Lc 22,41).
La adoración añade al arrodillamiento la inclinación profunda, a veces rostro en tierra. Expresa al máximo la obediencia humilde del hombre al Señor del cielo y de la tierra, el amor, el culto reverencial. De la boca (os-oris, orare, oratio, ad-orare, adoratio) deriva su etimología. «Te alabarán mis labios mis labios te alabarán jubilosos» (Sal 63,4.6). La adoración incluye en ocasiones la postración horizontal del cuerpo entero (proskineo)..
El rey Salomón reza «arrodillado ante el altar de Yavé, con las manos alzadas al cielo» (1Re 8,54). Tanto los profetas como los salmistas anuncian que «todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia» (Sal 85,9). Y así lo asegura la palabra de Dios: «ante mí se doblará toda rodilla» (Is 45,24).
En Belén, en la plenitud de los tiempos, en la total epifanía de Dios, los Magos llegan a Jesús, y «postrados, lo adoraron» (Mt 2,11). En la vida pública de Jesús hay momentos en los que destella su divinidad especialmente, como en la pesca milagrosa, que llena de «estupor» a los apóstoles. «Simón Pedro se arrodilló delante de Jesús, diciendo: apártate de mí, Señor, poque soy un hombre pecador» (Lc 5, 8). El mismo Jesús, en Getsemaní, «puesto de rodillas, oraba» (Lc 22,41); y «se postró sobre su rostro, orando» (Mt 26,39; Cornelio ante Pedro, Hch 10,25).
Años después de la Pascua, insiste San Pablo en este deber de toda la humanidad, empezando por los cristianos: ante el Señor resucitado «ha de doblarse toda rodilla en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua ha de confesar que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre» (Flp 2,5-11).
La tradición orante y litúrgica de la Iglesia realiza en sí misma las profecías: «ante mí se doblará toda rodilla». La difusión del Evangelio por el mundo trae consigo que en todas las razas y naciones surjan comunidades cristianas, que se honran en arrodillarse y postrarse ante nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Las Constituciones de los Apóstoles, a finales del siglo IV (ha. 380), cuando ya la Iglesia ha organizado más su catequesis y liturgia, nos dan testimonio del aprecio que por este gesto orante tiene la Iglesia. Por ejemplo, en la Oración universal de los fieles rezada en la Eucaristía, el diácono manda retirarse a catecúmenos y bautizados sujetos a penitencia: «Salid penitentes». Y añade: «Todos los fieles, pongámonos de rodillas. Oremos a Dios por medio de Cristo». Pide seguidamente por la paz, la Iglesia de Dios, «por esta santa parroquia», por el Obispo y el clero, las vírgenes consagradas, los pobres y enfermos, los catecúmenos y neófitos, los encarcelados y exilados, los enemigos, la conversión de los que están fuera de la Iglesia, etc. Y terminada la oración, dice: «Pongámonos de pie» (VIII,9,11; 10,1-22). Así oraban los cristianos cuando reunidos pedía a Dios por sus necesidades espirituales y corporales.
La Iglesia antigua, medieval y moderna, como sabemos por innumerables testimonios, aprecia, practica y recomienda vivamente la oración de rodillas o en postración, lo mismo que las genuflexiones. Recuerdo algunos ejemplos.
San Justino (+163) dice: «¿quién de vosotros ignora que la oración que mejor aplaca a Dios es la que se hace con gemido y lágrimas, con el cuerpo postrado en tierra o las rodillas dobladas?» (Diálogo con Trifón 90,5). San Gregorio Magno (+604) predica al pueblo cristiano reunido en una statio: «vemos, muy queridos hermanos, qué inmensa muchedumbre os habéis congregado aquí; y cómo os arrodilláis en tierra, y golpeáis vuestro pecho, y clamáis en voces de súplica y de alabanza, y bañáis vuestras mejillas con lágrimas» (Hom. sobre Evangelios I,27,7). El Beato Raimundo de Capua, O.P, director y biógrafo de Santa Catalina de Siena, nos dice que «arrodillada en un banco, según solía, estaba en éxtasis» (Leyenda mayor 321). San Luis, rey de Francia (+1270), a quien conocemos muy bien, pues hay tres biografías de compañeros suyos. Ellos nos refieren que rezaba con los clérigos y frailes de su Capilla real las Horas litúrgicas, y que a estas plegarias litúrgicas añadía largas oraciones privadas, sobre todo por la noche. En la iglesia, arrodillado directamente sobre las losas del suelo, y con la cabeza profundamente inclinada, después de Maitines, «el santo Rey (beatus Rex) rezaba a solas ante el altar». También solía rezar diariamente un rosario incipiente, en el que hacía cincuenta genuflexiones, diciendo cada vez un Ave María (Acta Sanctorum, Venecia 1754, V,586). Santo Tomás de Aquino (+1270), en ese mismo tiempo, también solía levantarse por la noche para orar postrado ante el Altar de Cristo. San Pedro de Alcántara (+1562), según cuenta Sta. Teresa, «hincado de rodillas murió» (Vida 27,18). San Juan de Dios (+1550), «después de muerto, quedó su cuerpo fijo de rodillas sin caerse». Al pie de su cama: así lo hallaron (Vida, cp. XX, Francisco de Castro, 1585; cf. múltiples testimonios en su Proceso). San Ignacio de Loyola (+1556) enseña a orar en los Ejercicios «cuándo de rodillas, cuándo postrado en tierra, cuándo supino rostro arriba, cuándo sentado, cuándo en pie» (75-76); «de rodillas o sentado, según la mayor disposición en que se halla y más devoción le acompaña» (252). Santa Margarita María de Alacoque (+1690) recibió de rodillas ante el Santísimo sus principales revelaciones, y escribe ella que el Señor «me mandó velar todas las noches del jueves al viernes durante una hora, postrada en tierra ante Él» (Carta XXXIII, 3 nov-1689) Podría seguir citando a santos y a grandes maestros espirituales: Cura de Ars, santo Padre Pío, Teresa de Calcuta y sus hijas, Misioneras de la caridad; pero no es necesario. Y no quiero cansar al lector. Ni tampoco quiero cansarme yo.
En sepulcros cristianos medievales, renacentistas, barrocos, era muy frecuente que el difunto, si no era representado en forma yacente, apareciera pintado o esculpido orando de rodillas con las manos juntas, mirando hacia el altar central de la iglesia. El muerto quería permanecer orante de rodillas ante el Señor, a la espera de la resurrección final.
[Añado una declaración del cardenal Ratzinger, Los signos externos de devoción por parte de los fieles (1-XII-2011). «Finalmente queremos destacar el arrodillarse en la consagración y, donde se conserva este uso desde el Sanctus hasta el final de la Plegaria Eucarística, o al recibir la sagrada Comunión. Son signos fuertes que manifiestan la conciencia de estar ante Alguien particular. Es Cristo, el Hijo de Dios vivo, y ante él caemos de rodillas. En el arrodillarse el significado espiritual y corporal forman una unidad, pues el gesto corporal implica un signficado espiritual y, viceversa, el acto espiritual exige una manifestación, una traducción externa. Arrodillarse ante Dios no es algo no moderno, sino que corresponde a la verdad de nuestro mismo ser. Quien aprende a creer, aprende también a arrodillarse, y una fe, o una liturgia que desconociese el arrodillarse, estaría enferma en uno de sus puntos capitales. Donde este gesto se ha perdido, se debe aprender de nuevo, para que nuestra oración permanezca en la comunión de los Apóstoles y los mártires, en la comunión de todo el cosmos, en la unidad con Jesucristo mismo» (J. Ratzinger, Opera omnia. Teologia della liturgia, p. 183)».
[Añado una disposición la Congregación del Culto Divino en el Ritual del culto a la Eucaristía fuera de la Misa: «Ante el Santísimo Sacramento, ya reservado en el sagrario, ya expuesto para la adoración pública, sólo se hace genuflexión sencilla» (84), es decir, con una sola rodilla, no con las dos, como veníamos haciendo (Ritual publicado por la CEE en 1974)].
Los que somos ancianos recordamos, por ejemplo, el ritual de una asistencia al Rosario parroquial de los años 50. ¿Cómo era más o menos el rezo del Rosario entonces?… Imagino en el recuerdo a un devoto que entra a la iglesia, toma agua bendita y se santigua. Avanza hacia los bancos, hace una genuflexión simple en el pasillo y entra en uno. Se arrodilla en el reclinatorio del banco y se persigna. Si ha llegado con tiempo, hace unas oraciones vocales de su devoción, quizá para empezar el acto de contrición más común, «Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero»… y se sienta. Cuando comienza el Rosario se arrodilla para rezar el primer misterio. Los otros cuatro misterios, sentado. Reza de rodillas las Letanías y complementos finales. Va saliendo la gente poco a poco, y si el sujeto abservado no añade un poco de oración, hace una genuflexión simple y sale del templo.
Los que así han obrado, guiados por la tradición, han realizado en común una «forma» de celebrar el Rosario parroquial, han andado juntos un camino. Veamos qué sucede cuando se ha borrado el camino.
2024. Fui a un Rosario parroquial, y me fijé en cómo lo hacían. Iba entrando la gente y no tomaban agua bendita porque no había. Caminaban a los bancos y se sentaban en uno. Unos pocos hacían antes una genuflexión o un amago de ella. Todos sentados rezaron los cinco misterios del Rosario y las Letanías. Y sedentes permanecíeron casi todos hasta que se marcharon sin más; aunque alguno con genuflexión final…
Un Rosario omni-sedente… Sin «forma», disforme. Rezado por gente cristiana que sigue «practicante», y que humildemente, sin saberlo, está sosteniendo a pulso la Iglesia con Dios, ángeles y santos. Pero que han perdido los «modos» propios del ritual devocional tradicional, tan benéfico, y quedaron sujetos casi todos, me figuro, que sin advertirlo al mal influjo de las malas costumbres introducidas o toleradas por el párroco actual o pasado.
En el caso concreto, supe que el «ilustrado» cura párroco no entendí si el actual o el anterior les había mentalizado: «Antes, todos centrados en el Crucificado, se rezaba mucho de rodillas. Pero ahora, centrados por el Concilio en el Resucitado, todos de pie o sentados, y nunca de rodillas». Pude comprobar que ese falso principio, en no pocas parroquias, mantenía en pie o sentados a buena parte de los fieles en la Misa, e incluso en la Consagración, o en la bendición con el Santísimo… Vi también que en alguna Parroquia se había quitado a los bancos su reclinatorio correspondiente, imponiendo así la victoria irreversible del «en pie o sentado». Es duro arrodillarse en el puro suelo, y si está inclinado, descendiendo hacia el presbiterio, es ya martirial hasta para los jóvenes.
Todo esto nos hace ver con pena que hoy el arrodillamiento, en muchos lugares católicos, se ha devaluado mucho como posición orante, tanto en la oración privada como en la litúrgica… En parte porque muchos de los asistentes son ya muy mayores, y no pueden arrodillarse. Pero más, creo yo, por falso criterio ideológico…
Seguro que la Providencia divina suscitará por su gracia una restauración de la oración de rodillas e incluso con postración rostro en tierra Y ya se va viendo en grupos de jóvenes y en comunidades religiosas de fundación reciente. Un rito piadoso, con veinte o treinta siglos de duración, y practicado por el mismo Cristo y los Apóstoles, no puede desaparecer. Que Dios por su gracia suscite su santo uso y lo extienda más y más.
Entrar en la iglesia, sentarse y seguir sentados hasta partir, es de mala educación. «Ésos no son modales para tratar con Dios… ¿Usted quién se ha creído que es Dios?»
José María Iraburu, sacerdote
Es decir, bastante mal.
Índice de Reforma o Apostasía
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