Aunque confesarse es recomendable en cualquier época del año, Adviento y Cuaresma son los dos tiempos litúrgicos en que más fieles acuden a este sacramento. Incluso personas alejadas de la fe o de la práctica religiosa pueden sentir la necesidad de replantearse sus actos y hábitos, y enfrentar el nuevo año de forma «nueva».
En un libro breve y directo de reciente publicación, De la Confesión a la Conversión (EUNSA), que explica el poder transformador de este sacramento, Ignacio del Villar repasa algunas iniciativas que pueden aplicarse en parroquias y otros templos para facilitar que la gente se confiese y animarla a ello.
1. Horarios de confesión fijos y bien anunciados
«Todas las iglesias tienen sus horarios de Misa bien establecidos, con carteles a la entrada del templo en muchos casos. Pero con bastante frecuencia los horarios de Confesión brillan por su ausencia. No se debería descuidar esta cuestión. San Juan Pablo II exhortaba a los sacerdotes a conceder a los fieles la oportunidad de acudir a la Confesión individual, en días y horas determinadas que les resulten asequibles, porque tan importantes son las Eucaristías como las Confesiones. Que se lo digan si no al Santo Cura de Ars o a San Pío de Pietrelcina, que pasaban más de diez horas diarias en esta labor. Estos sacerdotes sabían bien que si un negocio no abre no vende (CIC 1464)».
2. Que se vean los confesionarios, pero que guarden la privacidad
«Aunque el Sacramento de la Confesión, por razones de orden pastoral, se puede celebrar en lugares diversos, el entorno idóneo para oír confesiones es una iglesia u oratorio. Esto deja patente la importancia de que haya confesionarios en los templos. De lo contrario será muy difícil que los fieles acudan a confesarse; pocos se dirigirán a la sacristía a pedírselo al sacerdote».
«Además, resulta fundamental dedicar un espacio digno dentro de la iglesia; un lugar que no se preste a que, quienes esperan, se sientan observados por el resto de la iglesia. Por otro lado, tampoco deben hallarse los confesionarios tan ocultos que la gente no sepa dónde se encuentran. Se debe conjugar privacidad con facilidad de acceso».
«Si es preciso, se puede colocar una señal a la entrada del templo indicando dónde están, porque precisamente en la sociedad moderna uno cambia mucho de barrio, de ciudad, incluso de país, y conviene que cuando alguien llega a una iglesia nueva le resulte fácil encontrar el sitio donde recibir el perdón».
Portada del libro De la Confesión a la Conversión, lectura ágil pero completa sobre este sacramento.
3. Que los confesionarios tengan aislamiento sonoro
«Lo más recomendable es que los confesionarios consistan en una pequeña habitación que queda cerrada y donde las personas que están fuera no puedan escuchar la conversación. De lo contrario, se generará turbación en el penitente, que sabe que le pueden estar oyendo fuera y, viceversa, uno podrá encontrarse con la desagradable experiencia de estar guardando fila a la puerta de un confesionario y, sin quererlo, escuchar una confesión».
4. Que haya belleza visual
«Uno de los grandes atractivos de la Iglesia católica es la belleza de su liturgia y de muchas de sus iglesias, adornadas con preciosas imágenes que mueven a la devoción en los fieles. El propio Papa Francisco reconoce que esta belleza nos pone en contacto con la bondad divina. Así, también se puede acompañar los confesionarios de alguna imagen que inspire piedad, como, por ejemplo, una reproducción del cuadro El regreso del hijo pródigo, de Rembrandt, como sucede en la parroquia de mi barrio».
«Además, debemos evitar que los confesionarios muestren un aspecto lúgubre que aleje a quienes vengan a confesarse. Deben presentar, sin exageraciones, un toque alegre, pues allí se está celebrando una gran fiesta, la fiesta del Perdón».
5. Que en las homilías y al acabar las misas se hable de la Confesión
«Las homilías en las Eucaristías deben abordar de vez en cuando la cuestión del Sacramento de la Confesión, vital para recibir la Santa Comunión. No se trata de intimidar. Se puede explicar con delicadeza. Es solo transmitir a los fieles la riqueza de esta práctica e invitarles a que vayan a confesarse».
«Recuerdo un sacerdote que solía venir a mi parroquia y al terminar la Misa nos indicaba: «Ahora estaré un rato confesando». Así la gente fue cogiendo la costumbre de quedarse en la iglesia al terminar la celebración y se formaba hasta cola para confesarse».
6. Sí, se puede confesar durante la Misa
«Aunque se recomienda confesarse antes o después de la Misa, a veces hay personas que llegan justas de tiempo, o que tienen que irse pronto. Confesar durante la Misa ayuda a que un mayor número fieles acuda a recibir este Sacramento. La principal dificultad a la hora de poner en práctica esta costumbre estriba en que se requiere de al menos dos sacerdotes en la iglesia, uno celebrando la Misa y el otro confesando. Pero, si se puede, es una buena medida que ya en su día San Juan Pablo II animó a llevar a la práctica«.
7. Invitar y acoger al penitente, con misericordia
«Recuerdo una época en que, por circunstancias, empecé a acudir de vez en cuando a una parroquia lejos de mi barrio. La primera vez que entré en la iglesia, se me acercó un sacerdote y me preguntó con sencillez si quería recibir el Sacramento de la Reconciliación. Agradecí mucho este gesto de cercanía y me apeteció regresar. A veces hay personas que no se animan a confesarse hasta que no se lo propone alguien«.
«También, en línea con esto, el sacerdote debe mostrar una actitud misericordiosa con el penitente, con la que demuestre que no hace acepción de personas. Todos son hijos de Dios y como tales merecen ser amados. Debe orar y hacer penitencia por el penitente confiándolo a la misericordia del Señor (CIC 1466). Asimismo, debe valorar su deseo de recuperación y los esfuerzos para obtenerla, discernir la acción del Espíritu santificador en su corazón y comunicarle un perdón que sólo Dios puede conceder. Así, experimentando la ternura y el perdón del Señor, el penitente se verá más fácilmente impulsado a reconocer la gravedad del pecado, y más decidido a evitarlo, para permanecer y crecer en la amistad reanudada con Él».
8. Con la catequesis y el testimonio personal, animar a confesarse
«La formación es fundamental. No se puede dar nada por hecho. La mayoría de los fieles solo han oído hablar de la Confesión cuando eran niños. De modo que resulta importante impartir catequesis y conferencias para adultos, donde los asistentes aprenderán seguramente muchas cosas nuevas. Se puede también aprovechar para repartir algún libro o sugerir material con el que trabajar en casa».
«Además, no cabe duda de que los sacerdotes también deben confesarse ellos mismos y ser un ejemplo. Benedicto XVI reconoce que «la conciencia de su propia limitación y la necesidad de recurrir a la Misericordia divina para pedir perdón, para convertir el corazón y para ser sostenidos en el camino de santidad, son fundamentales en la vida del sacerdote: sólo quien ha experimentado personalmente su grandeza puede ser un anunciador y administrador convencido de la Misericordia de Dios»».
El autor de De la Confesión a la Conversión, Ignacio del Villar, es catequista, padre de familia, doctor en Telecomunicaciones, profesor de Tecnología en la Universidad Pública de Navarra y autor de dos libros divulgativos sobre científicos y ciencia y fe. De la Confesión a la Conversión se presenta el jueves 14 de diciembre a las 8 de la tarde en la parroquia de Santa María de Ermitagaña (Pamplona), con la presencia de Alfredo Urzainqui, párroco y director de la revista La Verdad.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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