18/11/2024

Abrazos carismáticos, una prueba del algodón: «Más que los carismas, los frutos del Espíritu Santo»

Este año el Señor nos ha regalado reconectar con la experiencia de la Renovación Carismática. Hace un par de fin de semanas, con la Asamblea Regional de la RCC de Madrid, y hace unos meses vivimos la bendición de pasar unas horas en el encuentro de Familias Invencibles, una gran fraternidad de familias nacida en el seno de la Renovación que reúne a gente de toda España de diferentes lugares del país, que nos acogieron con todo el cariño del mundo.

En un encuentro tan carismático, uno se podría pensar que lo que más le iba a impactar sería la predicación, el momento de efusión o la adoración encendida con Jesús bien en el centro de todo, haciéndose presente entre las familias.

Y aunque todo eso me encantó, lo que a mí me cautivó fue la gente, y en especial, un abrazo que me dio un hermano conocido de hace años, al reconocernos.

Y es que, en la Renovación de toda la vida, la gente tiene por costumbre abrazar en vez de dar la mano o dar dos besos. Es casi una marca de la casa, algo tan natural que la gente ni se da cuenta que lo tiene.

Los «abrazos carismáticos» son de muchos tipos. Sobre todo, son abrazos de bienvenida, pero también son profundos cuando se prodigan durante el rito de la paz en la Eucaristía y convierten la asamblea en una fiesta.

En la Renovación, se abraza tanto a conocidos como a extraños, y entre carismáticos que no se conocen, es casi un automatismo que inmediatamente te «delata» como carismático.

Por supuesto, no siempre todo es abrazarse, también se puede y se debe dar dos besos cuando se trata de personas de distinto sexo, lo cual es mucho más natural y educado cuando se trata de gente que no se conoce.

El caso es que a mí me encantan los abrazos carismáticos y el hecho de que los cristianos se saluden con un gesto especial. Por más que a alguno le incomode, es digno de ver cómo la gente se quiere, se abraza y se perdona haciendo vida auténtica del rito de la paz .

Pensando en todo esto, salí del encuentro dándole vueltas al tema del abrazo y llegué a la conclusión de que no se trata de los carismas sino que se trata de los frutos.

Como nos dice San Pablo, «en cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley» (Gálatas 5,22-23).

La medida de la «carismaticidad» de un grupo, o de un encuentro, o de un cristiano, nunca debiera ser los carismas que demuestre, sino el fruto del Espíritu Santo que tenga. Y eso es lo más profundo que tienen expresiones como Familias Invencibles y tantas otras comunidades carismáticas. Cuando te encuentras con ellos, el sabor de boca con el que sales es que desbordan amor de Dios, tanto en su corazón como entre ellos, el cual hacen extensivo al mundo.

Serán los años, pero a mí cada vez me llaman menos la atención los carismas y cada vez me fijo más en los Hechos del Reino y los frutos del Espíritu Santo.

Últimamente, hay un auge de lo carismático, y muchas personas se acercan a seminarios de vida en el Espíritu, oraciones de alabanza y oraciones de sanación, lo cual es super positivo.

Pero me preocupa cuando veo que salen hablando de profecías y descansos en el Espíritu, y de las sanaciones que suceden con tal o cual predicador. No es que no crea en los carismas sino que me gustaría que la gente saliera hablando de Jesucristo y su salvación, en vez de centrarse en los carismas y los líderes o predicadores carismáticos.

Y curiosamente, me da la sensación de que están tan ocupados en estar fascinados con lo exterior, que no tienen tiempo para practicar el abrazo carismático. Y esa es, precisamente, la prueba del algodón.

Nos iría mucho mejor si entendiéramos que lo profundamente carismático es el amor del Padre derramado mediante Jesucristo establecido en medio de la comunidad de creyentes por medio del Espíritu Santo, y todo lo demás no es más que una ayuda a que se haga presente el Reino entre nosotros y en el mundo.

Si tuviéramos esta centralidad, podríamos ser como niños que experimentan el fruto del amor, y cosecharíamos frutos del Espíritu como la alegría, la paciencia y el dominio propio, y saldríamos de las oraciones carismáticas diciendo «Jesús me ha salvado» en vez de «me he caído en un descanso».

En un nivel profundo, el amor en comunidad es incómodo y exigente, te pule porque te educa y te martiriza en la medida en la que te obliga a ceder y renunciar a ti mismo. Nada que ver con el consumismo tan en boga y «girovagático« de ir a los grupos y a los retiros de fin de semana a recibir un subidón.

Como se advierte en 1 Juan 4,20 «Si alguno dice: «Yo amo a Dios», y al mismo tiempo odia a su hermano, es un mentiroso. Pues si uno no ama a su hermano, a quien ve, tampoco puede amar a Dios, a quien no ve».

Cuando leo que san Pablo habla de anhelar los carismas, siempre me pregunto si lo que queremos es el carisma o al Señor de los carismas. Quizás solo entonces, cuando le amemos por encima de lo que amamos sus dones o carismas, lo que más nos llamará la atención será el abrazo recibido de un hermano que te transmite tantos kilotones del amor de Dios, como la imposición de manos más pintada en el momento de oración de mayor subidón.

Me dirán que soy raro, pero yo me quedo con este abrazo carismático antes que con mil oraciones «arrugadas» de gente tan seria y centrada en la acción espectacular de Dios, que parecen embobados mirando al cielo y nunca tienen la humanidad de descender un ratito a la tierra.

Para mi está clarísimo, si no hay abrazos (amor cristiano realizado y encarnado) no hay «carismaticidad» de la buena, y tarde o temprano nos encontraremos con el desvarío, el escándalo o el aburrimiento.

 

 

 

 

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»