25/12/2024

Alfonso María de Ligorio, fundador, obispo y doctor de la Iglesia (1696-1787)

Santos: Alfonso María de Ligorio, obispo y doctor de la Iglesia; Arcadio, Exuperio, Etelwoldo, Vero, Eusebio, Nati, Netario, obispos; Almeda, Bono, Fausto, Mauro, Cirilo, Aquila, Pedro, Domiciano, Rufo, Menandro, Leoncio, Acacio, Alejandro, Félix, Justino, Felipe y compañeros mártires; Nemesio, confesor; Fe, Esperanza, Caridad, vírgenes y mártires; Rubén (Rubil); los 7 hermanos Macabeos.

Nació en Marianella de Nápoles en el año 1696 y muere en Pagani en el 1787. Vive en el período de sustitución de los Austrias por los Borbones con todo lo que llevaron de acentuación del absolutismo regio, jansenismo y campaña antijesuítica.

Hijo del matrimonio de D. José Ligorio y Doña Ana Cavalieri. Eran gente principal en Nápoles; educaron a Alfonso como mandaban los cánones en su niñez; pronto lo vemos incorporado a la universidad, y con dispensa de cuatro años, doctorado en leyes. Adquiere buena formación humanista y se hace experto en pintura y música. Con la práctica de equitación y esgrima queda perfectamente equipado para ser uno de los triunfadores de su tiempo. Así debió de entenderlo su padre, que busca al menos en dos ocasiones oportunidades para lograr un conveniente matrimonio a la altura de las circunstancias; la primera fue el intento con la hija de los príncipes de Presicio y la otra que se conoce fue con la hija de los duques de Presenzzano.

Ha debido de calar muy hondo en su alma el contacto desde niño con el Oratorio de Felipe Neri, donde hizo su primera comunión, aprendió a tratar íntimamente a Jesús Sacramentado, se familiarizó con las catequesis y visitas a los enfermos. Él ejerce la abogacía y con éxito entre la nobleza, que le va proporcionando una buena clientela. Un pleito perdido con fracaso ruidoso que todo Nápoles comenta le sirve para plantearse el sentido de su vida.

Rezado, pensado y resuelto el obstáculo paterno, comienza su preparación sacerdotal que culmina con la ordenación en el 1726. Ahora son los suburbios de Nápoles, los pequeños pueblos y las aldeas del reino los que absorben su atención pastoral. Se da cuenta, en el trato pastoral con la gente sencilla, de la gran desatención e crasa ignorancia que soportan. ¡Es preciso hacer algo para sacar a la gente de ese lastimoso estado! Dedica su tiempo y energía a organizar misiones populares continuas de una población a otra, en pleno acuerdo con el clero y los obispos locales, predicando el Evangelio y enseñando el catecismo.

En 1732 funda la Congregación Misionera del Santísimo Redentor –luego se llamarán Redentoristas y llegarán a esparcirse por todo el mundo católico–. Predominará en ellos, casi como especialidad, la Pastoral y la Moral. Desde este momento serán las misiones populares las que le ocupen por entero, la consolidación del fruto y la preparación de los misioneros que han de dirigirlas.

Lo nombran obispo de Santa Águeda de los Godos en 1762 donde se propuso una profunda renovación religiosa. Por dos veces organizó misiones populares en todos los pueblos de su diócesis interviniendo personalmente en ellas, reservándose la predicación del sermón sobre la Virgen. Reforma el seminario. Promociona la piedad personal entre su clero estimulando la celebración diaria de la misa, el rezo del breviario y la asistencia a retiros espirituales. Llega a vender su coche y anillo para atender necesidades de los pobres. Muy en coherencia con la visión de Iglesia que tiene, defiende sin reservas al Papa y a los jesuitas, altamente perseguidos por los absolutistas regios e ilustrados de moda. Por último, como considera que el episcopado es un servicio y no un beneficio, pide y consigue del papa Pío VI la liberación del gobierno de su diócesis, retirándose entre achaques a la casa de Pagani para prepararse a bien morir, aunque la muerte tardará en llegarle todavía un poco y tendrá que sufrir sin medida ni cuento cuando contemple la división y desmoronamiento de la Congregación de la que fue separado y excluido.

Prolífico autor de obras teológicas, apologéticas, dogmáticas, ascéticas y pastorales en una gran labor de equilibrio y de síntesis entre las que sobresalen por más difundidas Teología Moral, Práctica del confesor, Meditaciones de la infancia y de la pasión del Señor, Práctica del amor a Jesucristo, Gran medio de la oración, Preparación para la muerte, Las glorias de María, Visitas al Santísimo, Reglamento para las misiones, Ejercicios de la santa Misión y otras más que contribuyeron a enseñar a amar a Jesucristo donde se resume y concentra todo su quehacer como pastor. Pero pasó a la Historia de la Teología como moralista, considerándose como punto de referencia.

Tuvo en su vida apariciones de Jesús en la Eucaristía, –contemplada alguna de ellas por quienes le acompañaban– y gozó de la bilocación, pudiendo asistir al papa Clemente XIV que se moría en Roma, sin abandonar su reino de Nápoles.

Murió el día 1 de agosto del año 1787, a la hora del Ángelus. Fue elevado a los altares en 1838; nombrado Doctor de la Iglesia en 1870. Y declarado Patrono de Confesores y Moralistas en 1952.

Una frase suya se ha hecho célebre para consuelo y exigencia: «Quien reza se salva, quien no reza se condena». Y, si hizo mucho bien en sus misiones populares de entonces, ¿habrá alguna razón para que no produzca el mismo efecto benéfico en nuestro tiempo?