Álvaro Trigo Puig ha sido uno de los participantes de la 26 edición del Congreso Católicos y Vida Pública en la Universidad San Pablo CEU en Madrid. Contó su testimonio en la tarde de este sábado, sobre cómo, al intentar apagar un incendio, se cayó, quedó 10 días en coma, varios meses de hospital, pero fue testigo de que los retos se pueden superar.
«Mi nombre es Álvaro Trigo y para cambiar nos tienen que pasar cosas, pero no tienen por qué ser tan drásticas como me pasó a mi. Tengo 30 años, soy el mayor de 3 hermanos y desde los 16 años yo quería ser bombero, como mi tío. Por la tarde iba a la universidad con 19 años, y por las mañana a la academia de bomberos, era el más pequeño de la academia», comenzó diciendo.
El terrible incendio
«En la academia entrenábamos cinco o seis días a la semana, media maratón, 10 km, una maratón entera… Con 19 años iba poco a misa, solo para cumplir, para que no me regañaran. Descubrí el Iron Man, nadar, 180 km de bici y luego correr 42 km. Estudiaba lo que me gustaba, el deporte que quería, el cien por cien de mi tiempo lo quería dedicar para mí… mi lema era ‘de mayor ya lo dejaré’, pero claro, de mayor si no has cultivado no recoges».
«Cuando tenía 23 años, mi hermana de 20 años murió en un accidente. Todos mis planes, cosas que dabas por hecho, desaparecieron. Sufría y veía sufrir a otros. Ese verano puse la chimenea, tuve un incendio, se me quemó la espaldas, los brazos, del tobillo a la rodilla, salí por mi propio pie, vino la ambulancia, subí y perdí el sentido».
«Para cambiar nos tienen que pasar cosas, pero no tienen por qué ser tan drásticas como me pasó a mi», cuenta Álvaro en su testimonio.
«Tenía el 63% de cuerpo quemado, me inducen el coma, decían que tenía entre un 10% y un 20% de posibilidades de sobrevivir. Las manos estaban ensangrentadas, oía en la sala los pitidos, gritos de otros quemados. Y tenía mucho dolor, lloraba del dolor, tenía ganas de vomitar, ahí toqué fondo… Me veían y me hablaban por un cristal; les decía ‘no existe Dios’, no puedo dormir de noche, no sabía si lo que me pasaba era real o qué, las curas me dolían, era un infierno, me hicieron injertos de piel de los muslos y en los brazos, pedía a mis padres que hicieran algo para que me pudiera morir».
«Pero, los médicos y los enfermeros fueron mis ángeles. Me decían: ‘Álvaro, aquí hay gente que está como tú, pero que nadie viene a visitarles’… Mi familia me sonreía y me intentaba hacer reír, luego supe que tras el muro de cristal era un drama. Un amigo me escribió: ‘Esfuérzate y sé valiente, no temas ni desfallezcas que yo soy el Señor, si rezas buscas esperanza’. Y ahí me planteé: puede que salga de esta pero ¿cómo?».
«Mi hermana de 20 años murió en un accidente. Todos mis planes, cosas que dabas por hecho, desaparecieron», dice Álvaro, que en la foto aparece con las quemaduras.
«Me hicieron un tratamiento experimental, con piel de laboratorio a raíz de tu propia piel, con eso me cubrían la espalda y las piernas. A los cuatro meses de hospital, no tenía fuerzas para andar más de 30 metros, me sangraba todo. La piel te la ponen pero, hasta el año y medio, no se genera la cicatriz. Me duchaban mis padres, me ponían crema cada tres horas, muchas pastillas… Me dije: ‘ey, he sobrevivido’… pero la gente me trataba distinto, me veían muy débil, qué podría hacer… y me dije: ‘¡correr una maratón!’ Mis padres me hicieron pensar que lo más normal es que yo pudiera volver a ser normal».
Ahora, Álvaro, tenía un propósito y una meta, correr la maratón. Había pasado un año del accidente. Y corrió la maratón, acompañado de su padre, que tiraba de él… «Fue un día súper guay. Llevamos la medalla al hospital de Sevilla, hablé con los pacientes de allí, les decía que se podía salir de lo que había sido mi vida. Y me puse a hacer retos solidarios, aprovechando que tenía tirón mediático. Era una forma de recaudar para causas a través del deporte. Hice Formentera-Ibiza nadando, luego Islas Cíes a Vigo, con los pies encadenados. También recogíamos dinero para un chico que necesitaba unas prótesis muy caras…».
«Yo digo: ‘la vida pasa, la vives o no’. Crecer y avanzar no es una línea recta. Pasa también con la fe: hay veces que me separo más, pero has de darte cuenta, valorar. Este congreso me ha venido muy bien para poner los pies en la tierra. Si Dios nos da un don es poder decidir lo que hacemos, porque hay cosas que nos pasan, las merezcas o no, pero que lo que te pase no guíe al cien por cien tu vida. Puedes actuar con cabeza y corazón en situaciones buenas y malas», concluyó Álvaro.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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