«Dos años y medio después de mi encuentro con Jesús, puedo decir humildemente, muy consciente de mis miserias y pobrezas, que Él es, y deseo que sea para siempre, el rey y centro de mi vida. No puedo más que proclamar a los cuatro vientos que lo quiero con todo mi corazón y deseo darlo a conocer».
Así de apasionada es Ana Finat, conocida influencer de familia aristocrática, en su libro -testimonio Cuando conocí al Dios amor, publicado por Editorial Almuzara.
El libro tiene unas 180 páginas. El primer tercio habla de su infancia y adolescencia, la segunda parte de su juventud rebelde, llena de fiestas y lejo de Dios, y la última parte habla de su vida transformada al enamorarse de Cristo, a raíz de su paso por un Seminario de Vida en el Espíritu, unos encuentros con predicaciones, alabanza y oración al Espíritu Santo que suelen organizar los grupos de Renovación Carismática (ver, por ejemplo, el calendario aquí).
El objetivo de este libro lo cuenta ella misma: «Me gustaría que todo el mundo descubriera el inmenso tesoro que es Cristo, que entendiera, como me pasó a mí, que podemos llenar falsamente nuestra vida de mil maneras, pero que al final todo se desvanece y el corazón se siente vacío porque está hecho para amar y servir a los demás a través de Dios».
Ana Finat cuenta su testimonio de conversión en su libro Cuando conocí al Dios amor.
Las mellizas Finat en la finca aristocrática
Muchos españoles saben lo que es pasar una infancia de niño en el campo, aunque sea veraneando en el pueblo de la abuela. Pero la infancia y adolescencia de de Ana y su hermana melliza Casilda es algo distinta. Su infancia de campo no era «el pueblo» sino la enorme finca de campo de El Castañar, con su familia aristocrática.
Su madre y su abuela siempre fueron muy devotas y la familia no iba a misa al pueblo, sino a la capilla de la finca, con los trabajadores de la casa y con los muchos primos que venían los fines de semana. En la capilla ella visitaba a Dios y a la Virgen «con la misma normalidad con que visitaba a mis abuelos», escribe.
Los niños y adolescentes corrían por el campo, se bañaban en el arroyo e iban de caza, actividad que apasionaba a su padre. Llevaban flores a la Virgen de su capilla, imagen que fue venerada por el Cardenal Cisneros y la emperatriz Isabel, esposa de Carlos V.
A la pequeña Ana le fascinaba la vida de los santos y ver sus retratos. Le hablaban de San Francisco de Borja, virrey de Cataluña, superior de los jesuitas, antepasado de la familia, y de otros santos, y deseaba «hacer cosas grandes» como ellos.
Años difíciles
Llegaron años más complicados, por la enfermedad la madre, la llegada de una cuidadora más hosca y por ir a colegios extranjeros y fríos.
Las mujeres de la familia adquirieron el hábito de ir en agradecimiento a Lourdes pasando por el Santuario de Santa Casilda en Burgos. «Allí nos confesamos íbamos a misa y rezábamos el Rosario», detalla.
En la adolescencia, algunos primos fueron poco ejemplares con las chicas. Y en el instituto (un centro público) había «tabaco, porros, alcohol, líos entre unos y otros y parecía una telenovela».
Como saben sus seguidores en redes, Ana tiene un acento peculiar que ella considera heredado de su madre educada en Perú. Ese acento le causó problemas y burlas. Para protegerse, dice, se metió «en el grupo de los malotes, todos chicos salvo yo y así me gane el respeto de los demás, con mis primeros cigarrillos, vi los primeros porros, mucho de botellón y pasaba más tiempo en la calle que en el colegio».
Su hermana Casilda era estudiosa, responsable y respetuosa, mientras que Ana acumulaba castigos en la escuela y el hogar, en una espiral de rebeldía.
Tonteó brevemente con la ouija y el tarot pero después de ver la película El Exorcista en casa de una amiga «cogí tal miedo a todo este mundo que además de pasarme años con pesadillas sobre el demonio no volví a enredar con ninguno de estos pasatiempos».
En esa época, explica, Dios era para ella «una serie de mandamientos, normas y prohibiciones que debíamos cumplir; de lo contrario, nos castigaría y habría desgracias sobre nosotros. Dios me daba muchísimo miedo, lo concebía como un ser lejano e impersonal por el que me resultaba imposible sentir algo más que respeto».
Además, la misa le aburría y la confesión tampoco le gustaba: «No entendía por qué le tenía que contar mi vida y peor aún mis pecados a un señor que, a mi parecer, se lo debía de pasar bomba escuchando las maldades que hacía la gente».
La experiencia de pensar en el necesitado
A los 17 años acudió con la Hospitalidad de Lourdes de Madrid de peregrinación al santuario francés. Lo veían como «un planazo entre amigas, una forma de conocer gente nueva y que surgiera algún que otro ligoteo«. Ella atendió a una niña en silla de ruedas y a otra con síndrome de Down. «Nunca perdían la sonrisa y a mí, que siempre fui escrupulosa y muy comodona, se me quitaron muchas tonterías además de prejuicios», señala.
Pero a partir de los 18 años, viviendo ya en Madrid, dejó de ir a misa y de confesarse, «aunque en casa hacía el paripé para quedar bien».
Estaba volcada en vestidos y maquillajes y fiestas. El piso donde vivían las dos hermanas solas se convirtió en el centro de fiestas y copas todos sus amigos, con «fiesta en casa, noche sí noche también«.
Las hermanas y sus amigos no tenían escasez económica, así que las posibilidades de ocio eran casi ilimitadas: yincanas, tiro al plato, casas de campo, excursiones, discotecas…
Su hermana Casilda combinaba la fiesta con algunas experiencias de fe: estuvo un tiempo colaborando en unas misiones en Camboya y al volver participaba en unos encuentros de adoración. Invitaba a Ana, pero ella no quería involucrarse.
¡Embarazada a los 19 años!
«Con 19 años, varios amores a mi espalda y la mayoría de mis amigas considerando una soberana estupidez el tema de la castidad, yo seguía manteniéndome firme en mi propósito de virginidad hasta el matrimonio. Era una cosa milagrosa, me lo había propuesto de corazón y me parecía algo muy bonito. Pero el milagro duró poco, tras un año y pico de noviazgo y después de auto convencerme de mil maneras tiré toda mi intención por la borda y con 20 años me quedé embarazada«.
Ana Finat y Fabio tuvieron su primer bebé cuando tenían 20 y 22 años: el joven matrimonio empezó con muchos problemas de madurez y relación.
«Tuve claro que mi vida entera sería para mi bebé, que no tenía la culpa de mi cabeza de chorlito y que tenía derecho a nacer, ¡eso por supuesto! y hacerlo dentro de una familia con su padre y su madre y yo iba a luchar por conseguirlo».
A partir de aquí el lector adulto tiende a empatizar más y más con Ana, niña rica que de golpe tiene que madurar porque es madre, mientras su hermana, sus amigos y Fabio (su novio y enseguida su marido) seguían con una vida de veinteañeros adinerados y juerguistas.
El bebé, como suele suceder con los bebés, lo revolucionó todo, se colocó en el centro y eso ayudó a centrar a Ana y a su familia.
Ana y Fabio se casaron y por el trabajo de él como ingeniero de caminos se mudaron muchas veces. Las familias de ambos les apoyaban. Le ayudaban su madre, su suegra, una asistenta… pero no dejaba de ser una veinteañera madre novata. «Mis amigas y Casilda seguían viviendo con intensidad su vida de viajes, fiestas y ligues. Yo a ratos sentía nostalgia y a ratos moría de pereza».
Padre Pío y éxito en redes
Ana recuerda que viviendo en Barcelona compró un libro sobre el Padre Pío, adquirió devoción por él y le ayudó en una crisis familiar.
Fueron llegando más bebés. Su hermana Casilda, que se estaba convirtiendo en una influencer popular que vendía bisutería, la animó a participar en su tienda y luego en las redes sociales. Ana desembarcó en Instagram con gran éxito, y hoy tiene allí 30.000 seguidores (en AnaFinat, y un canal de YouTube más reciente).
Otro evento espiritual que la asombró fue una experiencia cercana a la muerte que experimentó su abuela, «una mujer poco dada a sobrenaturalizar las cosas y escéptica con lo místico». La anciana, a punto de morir durante la pandemia de coronavirus, sintió «un amor que no había sentido algo así nunca». La abuela estaba asombrada porque «le habían enseñado la religión como si todo en la vida fuera un pecado e ir al Cielo resultará casi imposible» y ahora en su ancianidad, ante esa ola de amor inesperada, decía: ‘ya puedo morirme tranquila’«. No murió, y su experiencia fue como un adelanto de lo que le pasaría luego a Ana.
Por el momento, Ana Finat y su hermana Casilda triunfaban en redes y como influencers las mellizas Finat eran invitadas fiestas, viajes y presentaciones. Ana tenía fama, familia, cuatro hijos y éxito en Internet.
«Mi ego fue creciendo a la vez que las redes me iban atrapando poco a poco. Empecé a vivir mi vida a través de la pantalla del teléfono, quería grabarlo y fotografiarlo todo. Pero para gustar debía vestir a la última, salir siempre guapa, estar constantemente feliz, ser divertida, buena madre, mujer trabajadora, independiente, de éxito y políticamente correcta: no mojarme en temas como la política o la religión. Mi soberbia y mi vanidad se dispararon y mi orgullo también».
Con este ritmo, quitaba mucho tiempo a la vida familiar y discutía con su marido, por la escasez de planes juntos.
El sábado que todo cambió
Casilda y su marido apuntaron a Ana a un Seminario de Vida en el Espíritu del que unos amigos hablaban con entusiasmo y alegría. Ana fue de mal humor y desafiando a Dios: «Aquí me tienes, Dios; si tienes narices, arregla mi matrimonio», le dijo. En las charlas y actividades del encuentro ella desconectaba y solo pensaba en largarse de allí.
Pero llegó el sábado por la noche, momento destinado a una oración de sanación, dice ella. Empezaron a orar por ella. En el libro no da apenas detalles de como era esta oración, si de pie o sentada, si le imponían manos, si había música, qué iluminación había… Los detalles que cuenta son los de su experiencia espiritual radical.
«Empezó a invadirme un amor que mi cuerpo era incapaz de contener, que me desbordaba. Sentía que me iba a estallar el corazón, con tanto amor… Una voz me hablaba desde el interior y me decía: ‘este soy Yo’. Un fuego y un calor me consumían por dentro. Nunca había sentido ni conocido nada igual, nada tan bonito, tan verdadero, nada que llenase tanto«.
Y añade: «Cuándo terminó el Seminario de Vida en el Espíritu, yo era otra. Jesús me había robado por completo el corazón«.
No fue solo una experiencia «bonita», sino transformadora.
Empezó a ir a las reuniones de oración de alabanza, retomó la confesión y la misa del domingo, no tardó mucho en empezar a disfrutar de la misa, la Palabra, la presencia de Dios…
Ni su hermana ni los maridos de ellas ni el resto de la familia podían seguir su nuevo ritmo espiritual, aunque muy poco a poco se irían incorporando.
No ir en solitario, ir con otros
Más adelante Ana colaboró en recaudar fondos para hacer Seminarios de Vida en el Espíritu específicamente para gente de pocos recursos. Así surgió la Familia Anawim, asociación privada de fieles de la diócesis de Toledo «que busca acercar a Dios a los pobres y los que se encuentran solos y heridos».
Después Ana consiguió un director espiritual y creció en la fe con el grupo Pueblo de Alabanza, un grupo de oración y evangelización con el que colabora. Aprendió la importancia de formar equipo en la fe, no ir en solitario.
También descubrió que muchos sacerdotes son cercanos y acogedores y quiso acercarlos a más gente. Para eso impulsa por Instagram y Youtube sus Instacatequesis, en las que participan varios sacerdotes de Toledo, y hablan y responden preguntas con un estilo sencillo, «de andar por casa».
Ani Finat, de verde, y su hermana Casilda flanquean a su madre en la renovación de votos de Ani en 2022.
Mejoró mucho la relación con su marido y en 2022, a los 15 años de casados, celebraron su renovación de votos matrimoniales. En unos ejercicios ignacianos creció su fe y empezó a reconectar con el ejemplo de los grandes santos como San Francisco de Borja, que hoy le ayudan a crecer y a ser constante.
Un libro de fe y vida
Cuando conocí al Dios amor es un libro que se lee bien, por su estilo directo y honesto. Nos sumerge primero en una infancia aristocrática de campo e internados, después en una juventud de fiestas inacabables, pero el lector adulto conectará sobre todo con la vida de Ana como madre, esposa e hija de Dios y enamorada de Cristo, que reengancha con la fe cuando Dios le sorprendió en un retiro al que no quería ir.
La historia completa, con detalles interesantes de su vida infantil, juvenil y familiar, en Cuando conocí al Dios amor .
Ana Finat en esta entrevista con el padre Ignacio Amorós habla de su libro-testimonio:
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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