Desde pequeño tus padres te enseñan a diferenciar el bien del mal y a escoger siempre el bien. También te enseñan que hay personas buenas y malas, y que te relaciones con las buenas y te alejes de las malas. Es verdad que esto es un poco simple y que la realidad es mucho más compleja en las personas. Pero se empieza con por ahí para aprender lo que va a ser muy importante en tu vida y te ayudará en el futuro cuando tengas que aplicarlo en el complejo mundo de los adultos.
El evangelio de San Lucas de hoy es la fuente de esta enseñanza que nos ayuda a evitar el mal, el pecado, y los que lo practican o promueven. Es muy importante juzgar los actos de la personas y no autoengañarnos o relativizarlos, cayendo en un buenismo absurdo e irreal. Todos somos pecadores, pero hay algunos que es tan habitual y tan grave que han acabado con sus principios morales y han estropeado sus vidas, hasta vivirlas no solo al margen del Señor, sino contra su voluntad: el árbol que es malo, de la maldad saca el mal.
Es importante saber esto y actuar en consecuencia. Y la enseñanaza que nos ayuda es que por sus frutos los conoceréis. No hay árbol bueno que dé fruto malo, así es, y lo digo por experiencia. Pero Jesús ha venido a salvar también a estos. El es el que puede cambiar las cosas y el que puede ayudarles a convertirse, a ser árbol bueno, a curarse del daño que hace el pecado y transformar a la persona. Así lo testimonia San Pablo en la primera lectura. El es la prueba del triunfo de Cristo sobre esta realidad. No ocultando, falseando o relativizando la verdad, las acciones, sino perdonando y transformando a quienes las cometen para que no vuelvan a hacerlo más.
Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre. Esta es la aclamación a la que nos unimos al salmista de hoy por este don de Dios que nos salva y puede salvar a todos los que lo acojan. Si quieres convertirte, si quieres ser árbol bueno, no te resistas, no dejes pasar más el tiempo, cree en Él y tendrás vida eterna.
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