La doctora Riittakerttu Kaltiala, de 58 años, es una psiquiatra finlandesa jefa del departamento de Psiquiatría Adolescente en el hospital universitario de Tampere y autora de más de 230 artículos de su especialidad. Se introdujo en esa especialidad porque siempre le había “fascinado” el proceso de maduración de niño a adulto y la forma en que se define el papel que cada cual quiere jugar en el mundo.
Cuando empezó a trabajar, la disforia de género ya era bien conocida. La “medicina transgénero” nació en los años 50. Durante todo el siglo XX y comienzos del siglo XXI, se aplicó en su mayoría a varones adultos que habían experimentado durante toda su vida una inadaptación a su sexo biológico, y a quienes se trataba con estrógenos y cirugía para ayudarles a vivir como mujeres. Los investigadores empezaron a considerar entonces si habría una forma de anticipar esa “transición” para evitar un tratamiento adulto, que en ocasiones suponía grandes dificultades.
En 2011, unos médicos holandeses publicaron un artículo donde sostenían que si los jóvenes con disforia de género bloqueaban farmacológicamente su pubertad natural, recibiendo las hormonas contrarias, empezarían antes a vivir antes su vida transgénero. El que se denominó “protocolo holandés” fue adoptado enseguida también a nivel internacional.
“Al mismo tiempo”, explica la psiquiatra en un reciente artículo en The Free Press, “surgió un movimiento activista que proclamaba la transición de género no como un simple procedimiento médico, sino como un derecho humano”. Este movimiento logró penetrar con fuerza en los medios y aprovechar las incipientes redes sociales, lo que decidió al ministerio finlandés de Asuntos Sociales y Salud Pública a establecer un programa nacional para la identidad de género en menores. Se le encargó a dos hospitales que ya lo hacían con adultos. En uno de ellos trabajaba la doctora Kaltiala, a quien pusieron al frente del nuevo servicio.
Ella tenía sus reparos: “Se nos pedía intervenir en cuerpos sanos basándonos solamente en los cambiantes sentimientos de un joven sobre el género. La adolescencia es un periodo complejo en el cual los jóvenes consolidan su personalidad, exploran sus sentimientos sexuales y se van haciendo independientes de sus padres. La identidad es la conclusión de un correcto desarrollo adolescente, no su punto de partida”.
Tras un debate bioético en el que Riittakerttu expresó su opinión de que la transición de género “interrumpía y alteraba una etapa crucial de desarrollo psicológico y físico”, la directriz nacional se impuso y empezaron a aplicar el protocolo pedido.
La doctora Kaltiala conoció y evaluó personalmente a la mayoría de los pacientes tratados en ambas clínicas: más de 500. “En los primeros años, nuestro departamento psiquiátrico dio el visto bueno a la transición en el 50% de los casos. En años más recientes, esa aprobación ha caído al 20%”.
Las «sorpresas»
¿Qué pasó? Hubo “sorpresas”. Por ejemplo, en cuanto se abrió el servicio “no solo llegaron pacientes, sino que llegaron en manada: en todo el mundo occidental, el número de los niños con disforia de género se disparó”.
Una segunda sorpresa fue que los pacientes que llegaban no se parecían en nada a los descritos por el protocolo holandés: varones, mentalmente sanos y que llevaban desde niños considerando la idea de ser niñas. “Esperábamos un pequeño número de chicos que persistentemente se declaraban niñas. Por el contrario, el 90% de nuestros pacientes eran chicas entre 15 y 17 años, la gran mayoría de las cuales presentaban problemas psiquiátricos graves”, recuerda.
Unos problemas básicamente de origen social: familias disfuncionales, soledad, problemas académicos, acoso… Tenían trastornos de depresión y ansiedad, alimentarios, de autolesión, episodios psicóticos, etc., y un 25% en el espectro autista.
Tercera sorpresa: casi todos habían experimentado la disforia de género de forma repentina en la adolescencia. “Venían ahora a nosotros porque a sus padres -normalmente a las madres-, alguien de una organización LGBT les había dicho que el problema real de su hijo era la identidad de género, o bien el niño había visto algo en internet sobre los beneficios de la transición”.
La realidad
La medicina de género “se politizó rápidamente”, tanto que no se reparó en lo que estaban afirmando los activistas: “Los activistas -incluidos profesionales médicos- afirmaban no solo que los sentimientos de estrés de género desaparecerían inmediatamente si los jóvenes empezaban la transición, sino que esas intervenciones aliviarían además todos sus problemas mentales”.
Kaltiala, al ver tanta disparidad entre la población analizada por el protocolo holandés y lo que ellos veían en su consulta, consultó a otros colegas europeos, por si hubiese algún sesgo en la población finesa que explicase la disparidad. Pero se encontró con que “todo el mundo se estaba encontrando con una similar avalancha de casos de niñas con múltiples problemas psiquiátricos, y también se sentían confusos con ello”.
El miedo
“Muchos dijeron que era un alivio saber que su experiencia no era única. Pero nadie lo decía públicamente”, comenta. Acababa de descubrir el verdadero problema: “Había una sensación de presión para aplicar lo que se suponía iba a ser un nuevo tratamiento maravilloso. Experimenté, y lo ví en otros, una crisis de confianza. La gente dejó de confiar en sus propias observaciones sobre lo que estaba sucediendo. Empezamos a dudar sobre nuestra formación, sobre nuestra experiencia clínica, sobre nuestra capacidad para leer y preparar pruebas científicas”.
“Poco después de que nuestro hospital comenzase a ofrecer intervenciones hormonales para estos pacientes, empezamos a ver que el milagro que se nos había prometido no estaba teniendo lugar», lamenta: «Lo que estábamos viendo era justo lo contrario. Los jóvenes a quienes tratábamos no mejoraban. Al revés, sus vidas se estaban deteriorando. En ocasiones, los jóvenes insistían en que sus vidas habían mejorado y eran más felices. Pero, como médico, yo podía ver que estaban yendo a peor. Se apartaban de toda actividad social. No hacían amigos. No iban a la escuela. Trabajando en red con colegas de varios países, ellos decían que veían lo mismo».
Riittakerttu y varios compañeros finlandeses categorizaron a sus pacientes y publicaron en 2015 un estudio que cree que fue el primero de un especialista de género que planteaba serias dudas sobre este nuevo tratamiento.
Esperaba que surgiera debate, pero no lo hubo: “En vez de reconocer los problemas que describíamos, se empeñaron aún más en difundir estos tratamientos”.
Si antes la doctora Kaltiala había hecho mención a los “activistas”, sugiriendo un interés ideológico, ahora sugiere otro más sencillo y universal: el dinero.
El 28 de octubre de 2022, la doctira Kaltiala intervino en un encuentro conjunto del Florida Board of Medicine y del Florida Board of Osteopathic Medicine para aportar su punto de vista sobre la transición de género en menores. (La intervención tiene subtítulos en inglés.)
En Estados Unidos, la primera clínica de género pediátrica abrió en Boston en 2007. Quince años después hay más de cien. Los protocolos estadounidenses ponían aún menos límites que el protocolo holandés. Una investigación de la agencia Reuters descubrió que algunas clínicas aprobaban el tratamiento hormonal en la primera visita del menor: “Estados Unidos fue pionero en un nuevo tratamiento estándar, denominado ‘afirmación de género’, que apremiaba a los médicos a, simplemente, aceptar la afirmación del niño de su identidad trans y a dejar de ser un obstáculo que plantease dudas sobre la transición”.
El contagio social y las campañas mediáticas
También en torno a ese año de 2015, a la clínica de Tampere empezaron a llegar grupos de chicas procedentes de la misma localidad y el mismo colegio, contando historias similares, incluso las mismas anécdotas infantiles, y con una aparición repentina de la convicción de ser transgénero, sin que hubiese una historia previa de disforia: “Nos dimos cuenta de que actuaban de forma común e intercambiaban información sobre qué debían decirnos. Fue así como tuvimos nuestra primera experiencia de contagio de origen social de la disforia de género. Algo que estaba pasando en todas las clínicas de género pediátricas del mundo, aunque, de nuevo, nadie se atrevía a hablar de ello”.
“Comprendo ese silencio”, afirma Kaltiala: “Cualquiera -médicos, investigadores, profesores, escritores- que plantease su inquietud sobre el creciente poder de los activistas de género y sobre los efectos sobre los jóvenes de la transición médica era sometido a campañas organizadas de denigración y a amenazas sobre su carrera profesional”.
Pese a semejante presión, en 2016 las dos clínicas de género pediátricas finlandesas cambiaron su protocolo, privilegiando el abordaje de los problemas psiquiátricos de los pacientes antes que la afirmación de género. Fueron por ello sometidas a una virulenta campaña política y mediática, culpabilizándoles con el habitual desfile de casos victimizados.
Los «detransicionadores»
Pero Riittakerttu afirma que fue formada en que los tratamientos médicos deben basarse en pruebas, y que si un tratamiento no funciona, “es tu deber investigar e informar a tus colegas y a la opinión pública, y dejar de aplicar ese tratamiento”. En 2015 ella pidió a un comité nacional de asesoramiento sanitario que estableciese directrices nacionales. En 2018 reiteró su petición, y esta vez fue atendida.
Poco después, a los ocho años de haber abierto el servicio, empezaron a llegar antiguos pacientes arrepentidos de su transición y pidiendo volver a su sexo biológico: “Eran pacientes que se suponía que no existían. Los autores del protocolo holandés afirmaban que la proporción de arrepentimiento era minúscula”. Y no era así: “Los fundamentos del protocolo holandés se estaban desmoronando”.
Se había dicho que solo el 1% de quienes transicionaban querían luego detransicionar. Pero un nuevo estudio, explica la doctor Kaltiala, muestra que cerca de un 30% de pacientes simplemente dejan de tomar las hormonas prescritas antes de los cuatro años de tratamiento.
Oli London empezó su proceso de ‘detransición’ a principios de este año, tras comprender el error que cometió.
Hay una explicación para esto. Los adolescentes que transicionaron no eran conscientes de lo que supone llegar a la edad adulta y ser estériles, sufrir disfunciones sexuales o no encontrar pareja: “Es devastador hablar con pacientes que dicen que fueron ingenuos y mal aconsejados sobre lo que supondría para ellos la transición, y que ahora sienten que fue un terrible error. Básicamente, estos pacientes me dicen que estaban tan convencidos de que necesitaban la transición que ocultaron información o mintieron durante el proceso de valoración”.
Entrando en razón
En 2018, Riittakerttu publicó otro estudio junto con varios colegas sobre el origen del gran número de nuevos casos de disforia de género en adolescentes. En él recordaban que el 80% de los niños con disforia de género la resuelven de forma espontánea si se les deja seguir su pubertad natural, y con frecuencia se identifican como homosexuales.
En junio de 2020, las autoridades sanitarias finlandesas publicaron nuevas recomendaciones, concluyendo que los estudios que pregonaban el éxito del modelo de “afirmación de género” eran parciales y poco fiables. Y planteaba que a los jóvenes que piden transición de género deben instruírseles sobre “la realidad de lo que implica involucrarse en un tratamiento médico para toda la vida, la permanencia de los efectos, los posibles efectos adversos físicos y mentales”, y que cualquier decisión que tomasen tendría consecuencias “el resto de su vida”. Y proponía directamente que, por todas estas razones, la transición de género debe posponerse “hasta la edad adulta”.
Tras Finlandia, Suecia y el Reino Unido han llegado a conclusiones similares. Por eso a la doctora Kaltiala le escandaliza que el sistema sanitario estadounidense siga ciego a esta realidad. “Se supone que las organizaciones médicas deben prescindir de la política para establecer estándares que protejan a los pacientes. Sin embargo, en Estados Unidos estos grupos –incluida la Academia Estadounidense de Pediatría- son activamente hostiles al mensaje apremiante que les dirigimos mis colegas y yo”. De hecho, rechazaron dos contribuciones que enviaron al congreso anual de la Academia Estadounidense de Psiquiatría infantil y adolescente: “Esto es enormemente inquietante. La ciencia no progresa mediante el silenciamiento. Los médicos que rechazan considerar las pruebas presentadas por los críticos están poniendo en riesgo la seguridad de sus pacientes”.
El riesgo de suicidio
Como psiquiatra, Riittakerttu también lamenta que los médicos de género adviertan a los padres del elevado riesgo de suicidio de sus hijos si no les siguen la corriente de la transición: “La muerte de cualquier joven es una tragedia, pero la investigación muestra que el sucidio es muy raro. Es deshonesto y extremadamente antiético presionar a los padres a que aprueben la medicalización de género exagerando el riesgo de suicidio”.
En el mismo sentido, este año el presidente de la Sociedad Endocrina de Estados Unidos afirmó en The Wall Street Journal que la transición hormonal “salva vidas” y “reduce el riesgo de suicidio”. La doctora Kaltiala y otros veinte médicos de nueve países escribieron una carta de respuesta refutando esa afirmación: “Hasta la fecha, todas las revisiones sistemáticas de las pruebas, incluido una publicada en el Journal of the Endocrine Society, han encontrado que las pruebas de los beneficios para la salud mental de las intervenciones hormonales en menores tienen una certeza baja o muy baja”.
“La medicina, por desgracia”, concluye, “no es inmune a pensamientos de grupo peligrosos que resultan en detrimento del paciente… La transición de género se nos ha ido de las manos”.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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