«El rostro del envidioso es siempre triste: tiene su mirada baja, parece estar constantemente investigando el suelo, pero en realidad no ve nada, porque su mente está envuelta en pensamientos llenos de maldad», leyó en nombre del Papa monseñor Ciampanelli, oficial de la Secretaría de Estado, durante la Audiencia de este miércoles
El Papa, todavía débil por su reciente resfriado, dedicó su texto a la envidia y la vanagloria. Antes de finalizar la Audiencia, Francisco leyó personalmente unos saludos, en donde recordó el 25º aniversario de la convención que puso fin al uso de las minas antipersona, y a pueblos como Ucrania, Palestina, Israel, Burkina Faso y Haití.
«La epifanía de lo que nos gustaría ser»
Tras la bendición final, Francisco saludó al arzobispo de Valladolid, Luis Argüello, quien se encuentra en Roma con la comisión que impulsa la beatificación de Isabel la Católica. Luis Argüello le entregó al Papa una muestra de la documentación sobre la causa de beatificación de la reina castellana.
«La envidia, si no se controla, conduce al odio del otro. Abel morirá por manos de Caín, que no pudo soportar la felicidad de su hermano. La envidia es un mal investigado no sólo en el ámbito cristiano: ha atraído la atención de filósofos y estudiosos de todas las culturas. En su base hay una relación de odio y amor: uno quiere el mal del otro, pero en secreto desea ser como él. El otro es la epifanía de lo que nos gustaría ser, y que en realidad no somos. Su suerte nos parece una injusticia: ¡seguramente -pensamos- nosotros habríamos merecido mucho más sus éxitos o su buena suerte!», dijo Ciampanelli en nombre del Papa.
«En la raíz de este vicio está una falsa idea de Dios: no se acepta que Dios tenga sus propias ‘matemáticas’, distintas de las nuestras (…). Quisiéramos imponer a Dios nuestra lógica egoísta, pero la lógica de Dios es el amor. Los bienes que Él nos da están destinados a ser compartidos», añadió.
Respecto a la vanagloria, el Papa escribió que «es una autoestima inflada y sin fundamentos. El vanaglorioso posee un ‘yo’ dominante: carece de empatía y no se da cuenta de que hay otras personas en el mundo además de él. Sus relaciones son siempre instrumentales, marcadas por la prepotencia del otro. Su persona, sus logros, sus éxitos deben ser exhibidos a todo el mundo: es un perpetuo mendigo de atención».
Aquí puedes ver la Audiencia General completa de este miércoles.
«Para curar al vanidoso, los maestros espirituales no sugieren muchos remedios. Porque, después de todo, el mal de la vanidad tiene su remedio en sí mismo: la alabanza que el vanidoso esperaba cosechar del mundo pronto se volverá contra él. Y ¡cuántas personas, engañadas por una falsa imagen de sí mismas, han caído más tarde en pecados de los que pronto se avergonzarían!», recordó el Papa.
«La instrucción más hermosa para superar la vanagloria se encuentra en el testimonio de San Pablo. El Apóstol se enfrentó siempre a un defecto que nunca pudo superar. Tres veces pidió al Señor que le librara de aquel tormento, pero al final Jesús le respondió: ‘Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad’. Desde ese día Pablo fue liberado. Y su conclusión debería ser también la nuestra: ‘Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo'». concluyó.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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