Hemeroteca Laus DEo06/11/2021 @ 19:26
Nació el 9 de Diciembre de 1579, en el barrio limeño de San Sebastián, Virreinato español del Perú. Su madre, Ana Velázquez era negra liberta, nacida en Panamá; su padre, Juan de Porres de Miranda, Hijodalgo, natural de Burgos y Caballero de la Orden de Alcántara, lo que le impedía casarse con la madre de Martín, ya que había emitido voto de castidad; llegaría a ser el Gobernador de Panamá y si bien tardó algunos años en reconocer la legitimidad de Martín y a su única hermana, Juana de Porres Velázquez, siempre les procuró una buena educación y sustento.
Martín fue acristianado el 9 de Diciembre de 1579 en la Iglesia de San Sebastián de Lima. La instrucción religiosa la recibió de su madre. Desde niño sintió compasión por los pobres, les ayudaba y les daba dinero. Sería enviado a Guayaquil, para aprender a leer y a escribir. A su regreso a Lima, aprendió a ser barbero y de ahí llegó a interesarse por la Medicina y la Cirugía, conocimientos que puso al servicio de los necesitados. En su contacto con los enfermos, aprovechaba y les hablaba de Dios, moviéndolos a la auténtica conversión.
Por invitación de Fray Juan de Lorenzana, famoso dominico, teólogo y hombre de virtudes, Martín ingresó en la Orden de Santo Domingo de Guzmán en 1555, pero solo pudo hacerlo en calidad de terciario, por ser aún entonces hijo ilegítimo. Se le encomendaron las labores y recados más humildes del convento, de ahí nacería el apelativo «Fray Escoba», por el mucho esmero con que Martín barría el convento.
No sería admitido como Hermano de la Orden hasta que en 1603 su padre lo reconoció como hijo natural, aunque con ello no aprobaba la decisión de Martín de ser fraile, sino que tenía aspiraciones distintas para él, como una profesión más digna a su nueva condición. Sin embargo, y en contra del parecer de su padre, Martín perseveró en su vocación en la Orden de Santo Domingo y en 1606 emitió los votos de pobreza, castidad y obediencia.
El piadoso fraile seguiría con sus obras de misericordia como hasta entonces: recogía enfermos o heridos para cuidarlos, hasta el punto que poco a poco convirtió el convento en un hospital, lo que provocó protestas de otros religiosos, ya que infringía la clausura. También curaba animales heridos, y aunque administraba medicinas a los enfermos, sobre todo les hacía recuperar la salud por el contacto con sus manos, que obraban milagros.
Pudo fundar el Asilo de Santa Cruz para acoger vagabundos, huérfanos y otros desafortunados, gracias al apoyo y generosidad de cuantos veían en Martín a un hombre de Dios; incluso el mismo Virrey, Don Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, daba personalmente, cada semana al fraile mulato, una generosa cantidad de dinero.
Fueron muy famosos y conocidos sus éxtasis y levitaciones, así como el don de la bilocación, confirmado por numerosos testigos. Pero por encima de todo, destacó Martín por su profunda y sincera humildad y entrega sin reservas a los pobres y enfermos. Cuando se desató una gran epidemia de viruela en Lima, el Santo trabajó día y noche para ayudar a enfermos y moribundos y debido al esfuerzo que realizó, cayó enfermo y supo que su vida en este mundo llegaba a su fin. El Virrey, al enterarse de la agonía de Martín de Porres, se apresuró a su lecho para besar por última vez la mano de aquél Santo.
Martín entregó su alma al Altísimo tal día como hoy, el 3 de Noviembre de 1639. A su velatorio asistieron todas las Autoridades Civiles y Religiosas de la ciudad y los Nobles portaron con piadosa dignidad su féretro.
En la actualidad sus restos descansan en la Basílica y Convento de Santo Domingo, de Lima, junto a los restos de Santa Rosa de Lima y del Beato Juan Macías, en el conocido como «Altar de los Santos de Perú». Fue Beatificado por el Papa Gregorio XVI en 1837.
EL MILAGRO DE PARAGUAY
Dorothea Caballero Escalante, era una señora que vivía en Paraguay; en 1948, cuando contaba con 87 años de edad, se encontraba muy enferma, tan solo le daban horas de vida. De acuerdo al diagnóstico tenía un bloqueo intestinal y problemas cardiacos, que le habían ocasionado un infarto al miocardio. El delicado estado de salud impedían una operación quirúrgica, único remedio.
Su nieto ya estaba preparando los arreglos para el funeral para el día siguiente, pues siendo uno de los médicos que la atendía estaba al tanto de la gravedad de su abuela. Simultáneamente, en Buenos Aires, Argentina la hija de la Sra. Dorotea que vivía en esta ciudad le rezaba con fervor al beato Martín de Porres, rogándole por la salud y vida de su madre.
A la hora siguiente que los médicos le habían dado el alta para que fuese a morir a su casa, su hija en Argentina, asistía a una pequeña capilla y le imploró a Martín de Porres que curara a su madre. Esa noche durmió intranquila y se levantó como a las 2:00 de la madrugada, a rezar el Rosario, llegando a rezarlo tres veces y a su vez volvió a suplicar al beato por la sanación de su madre, que le permitiera verla viva hasta tanto llegara ella a Paraguay.
Una vez que llegó a la casa de su madre en Paraguay, se encontró con la noticia de la mejoría de su madre. La casa estaba llena de gentes muy emocionadas y alegres, diciendo que había ocurrido un milagro, pues Dorothea se había mejorado de un momento a otro. Ocurrió que en el momento que había ido a la capilla a orar por su madre y suplicar al beato Martín de Porres para que sanara su madre, la señora Dorothea, simultáneamente, había dejado de vomitar.
Asimismo, en la madrugada mientras ella con amor y fe rezaba el rosario y volvía a invocar al beato Martín de Porres por la recuperación de la salud de su madre, al mismo tiempo en Paraguay, su mamá empezó a recuperarse. Siguió recuperándose los siguientes días y llegó a celebrar tres días después, su cumpleaños número 87 como si aquí no había pasado nada, totalmente sana.
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