22/12/2024

Candiard: «Hablar de Dios es manejar material nuclear, preferimos ídolos a los que poder manipular»

El dominico Adrien Candiard (París, 1982) se está convirtiendo en todo un fenómeno entre aquellos lectores a los que les gusta leer teología enriquecedora y amena. El fraile francés, residente en El Cairo (Egipto), acaba de publicar Fanatismo. Cuando la religión enferma (Rialp), que llega después de los interesantes Unas palabras antes del Apocalipsis y La libertad cristiana. De Pablo a Filemón, ambos en Ediciones Encuentro.

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La última publicación de Candiard es un breve ensayo sobre el choque de culturas y el desconocimiento de Occidente acerca del Islam. ¿A qué Dios invocan los fanáticos que matan, persiguen o excomulgan en su nombre? ¿No se trata más bien de una traición a Dios, a nuestro planeta y a nuestro futuro, y el gran escándalo religioso de nuestro tiempo? ¿Cómo se puede vivir una fe sin que esta se convierta en algo exclusivista?

El fanatismo y la ausencia de la teología

El autor vive y trabaja en una encrucijada de mundos y civilizaciones y, en este breve ensayo trata de ofrecer un alegato a favor de la fe que libera frente a la creencia que ata. Adrien Candiard es una de las grandes voces espirituales de nuestro tiempo, con decenas de miles de lectores en todo el mundo. Es dominico y miembro del Instituto de Estudios Orientales en El Cairo (Egipto). Además es licenciado en Ciencias Políticas, Historia y Teología.

Lo primero que hace Candiard en este pequeño libro, de 74 páginas, es alentar a una vuelta a la teología para entender el fenómeno del fanatismo. «Es precisamente esta exclusión de la teología, del discurso razonado y crítico sobre la fe y sobre Dios, lo que favorece el fanatismo. Solo la teología puede tomar en serio lo que el fanatismo dice acerca de sus propias motivaciones, sin reducir este discurso al síntoma delirante de otra causa más profunda», comienza comentando el dominico. 

En este sentido, el fraile añade el caso del Estado Islámico. «No se administra durante varios años un vasto territorio de decenas de millares de personas, haciendo la guerra al mundo entero, teniendo como único recurso un puñado de imbéciles manipulados (…). Para que una organización así funcione, con su complejidad, para que pueda enfrentarse a ejércitos y servicios de seguridad de grandes potencias, no basta contar con fracasados y cínicos: se necesitan también creyentes. Gente que vea el mundo de cierta manera, que les parezca coherente y racional, adecuada a lo real, y no simplemente fruto de un delirio colectivo». 

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Y, Candiard, anticipa aquí la clave de todo, cómo las ramas más fanáticas del Islam, especialmente el hanbalismo, desconocen, en muchos casos, quién es Dios, pero, a la vez, sí que saben lo que Éste desea. Antemponen el encuentro personal con Dios a un supuesto conocimiento y, sobre todo, a un cumplimiento a raja tabla de las normas divinas. Una forma de ver la religión que se puede resumir en «ser practicante, pero no creyente», en una «piedad agnóstica». Para muchos de ellos «hacer» es «ser». Mientras que un cristiano «podría obligar a otro a ir a misa», nunca podrá conseguir que alguien ame a Dios por obligación.

«La crisis que atraviesa hoy el Islam suní, de la que el terrorismo no es más que uno de sus aspectos más visibles, se debe en buena medida al éxito cada vez mayor, y raramente consciente, de esta ‘teología del rechazo de la teología’, de esta teología que piensa que la teología es inútil. Esta teología en la que Dios está ausente, salvo bajo la forma de mandamientos (…). Eso no les hace necesariamente violentos a sus seguidores; pero el éxito reciente de esta teología que corona el legalismo explica en buena parte el entusiasmo tan chocante del Islam contemporáneo por cuestiones hasta ahora marginales, o incluso ausentes, ya sean alimentarias o de vestimenta», añade el dominico. 

Candiard considera también importante hacer matices en el lenguaje. «He tenido ocasión de decir todo lo mal que me parece el deseo, a menudo así expresado, de ver ‘musulmanes moderados’, es decir, moderadamente musulmanes. Lo que significa, en consecuencia, que cuanto más musulmán, más violento, intolerante, sectario; se da así la razón a los violentos y a los sectarios que reclaman ser los únicos verdaderos musulmanes (…). ¿La moderación es una virtud, o simplemente una tibieza y una falta de convicción?», se pregunta. 
 
«Yo no tengo ganas, lo afirmo, de que se me califique como ‘cristiano moderado’. Trato de vivir mi bautismo entregando toda mi vida a Cristo, radicalmente. Sin duda se puede calificar a Francisco de Asís, Vicente de Paul o Madre Teresa de cristianos extremistas o radicales, pues es verdad que han vivido una vida cristiana hasta el extremo, radicalmente; pero se ve bien que haría falta mucha mala fe para calificar de fanática su radicalidad», añade.
 
El fraile afirma que el fanatismo es propio siempre de una ausencia de Dios que se intenta llenar de forma equivocada. «Se sabe que, en este ámbito, nuestros contemporáneos temen mucho más el exceso que el defecto. Es en eso en lo que se engañan, pues el fanatismo no es la consecuencia de una presencia excesiva de Dios sino, por el contrario, la señal de su ausencia. El lugar que se ha dejado vacío por esta ausencia no queda vacante largo tiempo: pronto lo ocupa otra cosa. Esa otra cosa, que ocupa el lugar de Dios, y que se reviste muy pronto de todos los atributos divinos, es lo que la Biblia llama un ídolo», comenta Candiard.
 
«El vacío que deja en el corazón la ausencia de Dios es terrible, e incluso insoportable, y por eso no se soporta mucho tiempo: se compensa ese vacío, se le remplaza. ¿Qué se encontrará para ocupar el rol de Dios? Preferentemente, algo que se le parezca. En el caso del hanbalismo, de esta teología islámica piadosamente agnóstica, se ha visto lo que puede tener el rol del Dios transcendente que deviene ausente: los mandamientos de Dios, su Ley», afirma el fraile.
 
Puedes escuchar aquí una conferencia de Candiard sobre el Islam con subtítulos en español.
 
Y, Candiard, reflexiona sobre el riesgo de la idolatría. «Los mandamientos de Dios no son Dios, pero no están muy lejos. Son algo casi tan sagrado como Dios. Para hacerlos ocupar el trono donde solo Él debería sentarse, basta un pequeño movimiento. Ese suele ser el caso: cuando se quiere remplazar a Dios, se le sustituye por objetos que le son cercanos, o que nos vienen de él, aureolados por su resplandor, tanto que el ojo cegado los confunde fácilmente», relata el fraile francés.
 
«Los mandamientos de Dios, la Biblia, la liturgia, los santos, la religión. Nada de eso es malo: son, por el contrario, elementos excelentes y necesarios, que nos conducen a Dios pero que no son Dios -porque solo Dios es Dios-. Esta última verdad, aparentemente obvia, parece sin embargo dura de mantener. Es que Dios no es cómodo. Al contrario que los ídolos por los que nos gusta remplazarlo, no lo dominamos«, comenta el sacerdote.
 
«Hablar de Dios es como manejar material nuclear, de una extrema potencia, que exige precauciones extremas, porque Dios, el verdadero Dios, no se deja manipular. No puede servir a mis intereses o a mis pasiones, y por eso puede parecer más razonable remplazarle por un ídolo casi tan sagrado como Él, que pueda manipular a mi antojo. Aquí comienza el fanatismo: cuando pretendo que la infinidad de Dios entre en la estrechez de mis ideas, de mis entusiasmos o de mis odios; cuando pierdo de vista que es más grande que yo, que está más allá de esos combates en los que quiero implicarle, y que, por el contrario, le corresponde a Él llevarme a donde Él quiera», relata Candiard.
 
 

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»