12/01/2025

Carla Restoy, bautizada en la adolescencia y aguerrida evangelizadora: «La Verdad merece la vida»

No llega a la treintena y apenas han pasado diez años desde que es católica, pero la joven catalana Carla Restoy es un ejemplo de compromiso y ardor evangelizador. No conocía a Dios ni a nadie que fuera a misa, pero sus inquietudes intelectuales le acabarían llevando a la conversión y a la Iglesia Católica. 

Ahora defiende esta fe que recibió allá donde se le abra una puerta, ya sea en las redes sociales, en cualquier conferencia o incluso en televisiones nacionales en programas de máxima audiencia, donde no teme batirse el cobre para defender cuestiones como la pureza, la virginidad o hablar de la fuerza de la Eucaristía o el mal del aborto.

En esta entrevista con Javier Lozano en Misión, revista de suscripción gratuita destinada a las familias católicas, Carla Restoy habla de cómo recibió el gran regalo de la fe y que está haciendo con los talentos que Dios le ha otorgado:

¿Cómo fue su infancia?

Muy feliz. Fui una niña muy querida. Mis padres, por coherencia de vida, decidieron que no me iban a bautizar. No sabían lo que era el bautismo; no eran creyentes. Y ninguno de mis cuatro abuelos iba a misa.

 ¿Tampoco le hablaban en el colegio?

Iba a un colegio laico donde no nos hablaban de Dios. Aunque es cierto que mi abuela alguna vez rezaba el Padrenuestro, pero porque una hija suya murió y decía que lo necesitaba “para sobrevivir”.

¿Qué conocía de Dios y de la Iglesia?

Prácticamente nada. Entre las dos clases de mi curso sólo cuatro alumnos hicieron la Comunión. Fui creciendo con la idea de que la religión era para gente tonta, pobres personas que no habían pensado mucho, o para gente que había sufrido mucho, como mi abuela. Para mí la Iglesia católica era una institución carca, y veía bien que se estuviese extinguiendo.

Los prejuicios habían calado en usted.

Sí, pero por desconocimiento. No por mis padres directamente, sino por el entorno. De hecho, mis padres me decían que cuando fuera mayor decidiera mi religión. Aunque mi padre me decía: “Lo que quiero es que seas una niña buena, libre y feliz”, y para ello la religión no le parecía “necesaria”.

Carla Restoy. Fotografía: Dani García / Revista Misión

¿Qué referentes tenía?

No conocía ni a Dios ni a nadie católico ni a nadie que fuese a misa. Si mi infancia fue muy bonita, mi adolescencia no tanto, porque era bastante rebelde. A partir de los 12 años mi serie favorita era Sexo en Nueva York, y en mi adolescencia bebí de la idea de mujer, sexualidad y estilo de vida que proponía.

¿Y qué ocurrió para que cambiara?

A los 15 años tuvieron que operarme de escoliosis. Estuve dos meses enyesada, y luego dos años con un corsé. Hice un parón en plena adolescencia. Por un lado, dejé de hacer las cosas que hacía con mis amigas. Y por otro, por primera vez tuve dos asignaturas que nos hacían pensar: Filosofía e Historia y Cultura de las Religiones. Tenía mucho tiempo libre. Pude detenerme a pensar. Mi corazón efervescente en el fondo buscaba respuestas.

¿Qué pasó entonces?

Nos hablaron de las cinco vías de santo Tomás que demuestran por qué es razonable la existencia de Dios. Fue una bomba. Y esos prejuicios fueron cayendo. Luego leí a Chesterton y cuando contaba lo que le pasó, me sentí identificada: yo tenía muchos prejuicios frente la Iglesia católica que no sabía de dónde venían y me puse a investigar si eran verdad o no.

¿A dónde llegó?

Sin saberlo, me puse en una búsqueda intelectual, y también desde la experiencia. Veía los dramas de mis amigas… Alguna ya había abortado, y entendí que la propuesta de Sexo en Nueva York no encaja con lo que realmente experimentamos. Me di cuenta de que era atea, pero no sabía por qué.

¿Le costó tiempo descubrirlo?

Fue un proceso de dos años. Llevaba toda mi vida pensando que todo era relativo, pero empecé a darme cuenta de que sí podía haber verdades objetivas, leyes en el corazón. Lo descubrí en santo Tomás, pero también en san Agustín. Al leer las Confesiones de repente todas las piezas se iban encajando…

Su padre le decía que podía escoger su religión. ¿Encontró otras “propuestas”, además del catolicismo?

El budismo y el yoga estaban de moda. Tenía una amiga que hacía meditación trascendental y me decía que tras las meditaciones acababa descolocada.  Y yo en plena búsqueda me pregunté qué sentido tenía acabar “descolocada”… Fui viendo que el yoga no me hacía mejor persona ni respondía a la verdad.

¿Y no notaba eso en el cristianismo?

No. La visión de la Iglesia sobre quién es la persona sí me encajaba. Empecé a entender la idea de concupiscencia y también la de redención. Por mi propia historia personal todo esto tenía sentido de forma razonable, aunque no había recibido aún la gracia.

¿Qué la conquistó finalmente?

La idea de una Revelación tenía mucho sentido para mí. Es verdad que desde pequeña siempre he visto que la vida es un milagro, me gusta la naturaleza y era muy sensible a la belleza, por lo que no veía descabellado que pudiera existir un Creador.  Al final me topé con Jesús, con ese Dios que viene a salvarme y a sanarme.

Todo esto que descubrió por su cuenta, ¿cuándo lo unió a la Iglesia?

Ya valoraba el cristianismo, pero no a la Iglesia católica. Casualmente, conocí a un sacerdote con el que empecé un acompañamiento espiritual, y luego comencé a asistir con un grupo de jóvenes. Vi que ahí había vida, que lo que a mí me cuadraba a nivel racional allí se concretaba en un amor muy genuino, en el “mirad cómo se aman”.

¿Y cuándo recibe el bautismo?

A raíz de ir leyendo el Evangelio me fui enamorando. Tenía un deseo muy grande de tener esa filiación divina.  A los 17 años, en la Vigilia Pascual de 2014, recibí el Bautismo, la Comunión y la Confirmación.

¿Qué recuerda de ese momento?

Me sentí muy querida, muy acogida. Fue una maravilla que vinieran amigos que no creen, y también mis padres.

¿Se sintió incomprendida?

En cierto modo sí, porque mi forma de vida cuestionaba la de mis amigas. Pero luego venían a mí a contarme sus problemas. Mis padres lo veían como la chiquillada de una niña adolescente. El problema se dio cuando después vieron que iba en serio. Entonces empezaron a asustarse. Pero ahora lo llevan mucho mejor. De hecho, mi hermana pequeña se bautizó hace dos años.

¿Qué le costó más una vez se hizo católica?

La sensación de ver lo que teníamos y que muchos católicos no valoraban, como la misa, la adoración al Santísimo. Me preguntaba: ¿cómo no pueden estar enamorados de Dios?

Este celo la ha llevado a defender la virginidad en televisiones nacionales…

Es importante decir al mundo que la virginidad no es algo que se pierde, es algo que se entrega. No tienes un cuerpo, eres un cuerpo. El más grande de los gestos corporales es precisamente ese abrazo sexual. Si no lo vives en la verdad, te acabarás arrepintiendo, porque el sexo está hecho para vivirlo con la persona a la que le entregas tu vida.

¿Cómo le haría ver a un adolescente la importancia de esa espera?

¡Qué maravilla es que tengamos la inteligencia y la voluntad para poder orientar esa pulsión inicial y esa reacción del cuerpo hacia lo que realmente tu corazón quiere! Que te atraiga un chico no es malo, lo que es malo es animalizarnos y no orientarlo hacia un fin último. A los jóvenes les diría: “Piensa en el largo plazo; para y piensa”.

Carla Restoy, en el programa de Sónsoles Ónega en Antena 3 hablando de su virginidad.

¿Se sintió un bicho raro en la tele?

Para nada. Al contrario, si no me he acostado con nadie es porque no he querido y porque aspiro a una entrega mucho más grande. Mucha gente cree que esta visión está ya “superada” porque en realidad no lo han entendido. Y ahí veo que tengo una misión: intentar mostrarlo.

En esta misión en televisión también habla de Dios, del aborto…

¡Pude hablar incluso de la Eucaristía! Ha sido el mejor momento de mi vida, hablar del gran milagro que es. Creo que muchos católicos tenemos miedo al martirio. Ojalá llegue al Cielo y pueda llegar desgastada de anunciar la Verdad. Cuando estoy en misa y veo el cuerpo de Cristo cómo se rompe, ¿cómo no me voy a romper yo?

¿Merece la pena esta entrega total?

Merece la vida. Es un acto de justicia. La gente merece conocer la Verdad. Espero que esto sirva para que mucha gente se anime a salir y defender públicamente estas verdades.

¿Por qué cree que los católicos tienen miedo a exponerse?

Cada vez encuentro más personas dando la cara, sobre todo entre los jóvenes. Como se han visto tan desencantados, cuando descubren el contraste, la verdad, la vida y la belleza dan su vida por ello.

¿Qué le ayuda para esta misión?

La misa diaria. Sin ella me muero. También mi dirección espiritual, mis amigos, mi formación. Necesito tener bases sólidas. Y luego, evidentemente, tener una comunidad de fe.

Actualmente la definen como “influencer católica”. ¿Qué significa eso para usted?

Soy una católica normal y estoy en redes como una joven normal. Quiero ser un trampolín para que la gente viva su santidad en lo real. Deseo que la gente cuando vea alguna publicación deje el móvil y diga: “Quiero vivir mi vida real desde ese amor que ha descubierto esta chica”.

¿Encuentra algún peligro en ese mundo virtual?

Sí, y de hecho soy la primera que dice que en el momento en el que esto me aleje de mi familia, de mi realidad, de mi relación con Dios, lo dejo. Pero hoy me siento llamada a comunicar ahí el bien que he descubierto. Y por ahora no me ha hecho daño. Lo que sí me da pena es que haya gente que pueda idealizarme, porque quienes me conocen saben que soy un desastre.

Igualmente ofrece charlas a jóvenes…

Me sentí muy engañada durante mi adolescencia. Y si a mí me han engañado, han engañado a bastante gente. Tengo un anhelo tremendo de compartir con el mundo entero esta belleza que a mí se me ha regalado. Estoy feliz de anunciar a los cuatro vientos lo que me ha sucedido, lo que vivo, con quien me he encontrado, y que todo eso remita a la fuente.

A las chicas les habla de feminidad. ¿Cómo acogen esta visión?

Cuando les hablas de lo que viven en plena adolescencia me dicen: “No me estás mintiendo, me estás contando algo que vivo”. Así puedes ayudarlas a cambiar un poco la mirada y orientarla. Muchas chicas me han escrito después porque lo que les cuento les ha ayudado a transformar su vida.

¿Cómo ve a su generación?

El joven posmoderno de hoy se siente solo, como un individuo lanzado al azar. Esa es la gran mentira. Le han quitado su raíz, su herencia, su identidad… Hay una rotura de los vínculos tan grande que está como desvinculado, se siente desamparado e intenta protegerse buscando vías que le den comodidad. Por eso el joven ya no es tan inconformista. Nos han quitado la épica y la posibilidad de formar parte de una gran aventura.

¿Qué fortalezas ve en la juventud?

El joven que no es cristiano desconoce por igual a Buda que a Cristo. Ni siquiera tienen prejuicios porque ni saben qué es la Iglesia. Por eso veo una gran oportunidad de anunciar la Buena Nueva por primera vez sin los prejuicios que tenían otras generaciones.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»