Ojo, te dicen con un tono desafiante, que no se te olvide que tu hijo tiene derechos digitales. Sí, claro, derechos fundamentales a buscar información en Google, a compartir su intimidad y a tener redes. Y tú entonces, ¿por qué te metes? Y te quedas igual pensando que algunos viven en un mundo distinto al tuyo. Solo quieres educar a tus hijos y necesitas que el ambiente te acompañe. No pides que nadie eduque en tu lugar, solo quieres que no te lo estropeen.
Te preguntas cómo hemos podido llegar hasta aquí. Haces un repaso de las letanías de los tecnomitos que se proclaman a diario y te sale de un tirón el listado:
-Prohibir solo hace más atractivo lo prohibido.
-El mundo será digital o no será. Eso es el futuro y no hay marcha atrás. No se puede poner puertas al campo.
-Hay que educar en el uso responsable. Dale el móvil cuanto antes, si no, será demasiado tarde para pactar.
-¿Por qué no le dejas un ratito con Tik Tok si es majete, no suspende nunca y hace su cama? Hay que saber pactar con el sindicato cariñoso y ya está. (Si no sabes cómo hacerlo, te lo explicarán los entrenadores de bienestar digital patrocinados por la industria que te ha vendido el desastre y ahora te vende la escoba para recogerlo.)
-Alejar a los niños y jóvenes del móvil es una postura radical y extremista y no querrás que te pongan esa etiqueta, ¿verdad?
-Prohibir es lo fácil para quien no quiere educar. (El Estado no está para hacer leyes para los padres incompetentes que se desentienden, rematan.)
-La tecnología no es ni buena ni mala, depende de cómo se usa.
-Con 16 años más 1 día, tu hijo se empachará de tecnología si no se lo diste antes, pues no habrá aprendido a usarla de forma responsable. Y ya será tarde para poner límites. Todo es cuestión de equilibrio. (Y entonces se cita a Aristóteles y su famoso término medio. Entre la abstinencia y diez horas, lo justo, centrado y moderado sería cinco, o lo que a cada uno se le antoja porque en definitiva todo es relativo y lo vicioso sería ubicarse en un extremo o en otro.)
Cada vez que escuchas alguna de esas frases, tiras del hilo y no suele fallar. Detrás del experto, de la fundación o de la empresa que saca alguna de las cuentas de ese rosario de argumentos, hay un patrocinio, un patrono, o un socio vinculado con la industria digital.
Catherine L’Ecuyer explica el daño que las pantallas producen a la percepción e interpretación del mundo de los niños y adolescentes.
El movimiento de las madres y de los padres que piden medidas sociales y políticas para apoyar sus decisiones educativas no solamente es un grito de desesperación, sino una toma de consciencia de que cada uno de los argumentos comerciales de la industria tecnológica no casa con la realidad educativa cotidiana de su familia. Llevan una década intentándolo con la mejor intención del mundo, pero se rindieron ante la evidencia de que la atractiva teoría no funciona. ¿Por qué?
1.-No se puede “educar en el uso responsable” a una mente inmadura dándole el dispositivo.
‘Educar o prohibir’ es un falso dilema. Libertad no es libertinaje. No se puede educar sin prohibir o poner límites; ni se puede poner límites con sentido sin educar. Poner límites no es fácil, pues hay que dar razones y buscar alternativas que requieren tiempo y esfuerzo. Lo fácil es comprar comodidad con una pantalla que les hipnotiza. El concepto del “uso responsable” con el dispositivo en mano en una mente inmadura es una utopía que nos ha vendido la industria para crecer en su base de usuarios y clientes. Solo sirve para culpar a los padres que lo intentan y no lo consiguen.
La disciplina es condición sine qua non para el ejercicio de la libertad. Solo una persona disciplinada, que tenga templanza y fortaleza interior, puede escoger libremente el bien y la virtud. Hablar de responsabilidad en un ser que aún no es libre, es traicionar el sentido mismo de la palabra libertad. La templanza, la fortaleza, la capacidad de inhibir los estímulos externos, de distinguir lo falso de lo verdadero, de decidir prudentemente… Todas esas cualidades no se desarrollan con el dispositivo en mano, sino antes de tenerlo. La mejor preparación para el mundo on line es el mundo off line.
2.-La tecnología no es neutra, y menos en una mente no preparada para usarla.
¿La tecnología es neutra y depende de cómo se usa? Marshall McLuhan dijo que esa postura era la del adormecido idiota tecnológico. Nos guste o no, los smartphones y las tabletas tiene efectos que no podemos obviar sobre el desarrollo y el aprendizaje de nuestros hijos y alumnos.
Por los motivos expuestos por las recomendaciones pediátricas, la tecnología nunca es neutra en la infancia, porque se trata de una etapa delicada durante la cual el niño está en un momento crítico de su desarrollo. Es cierto que un cuchillo puede servir para hacer una tortilla o para matar, sin embargo, no consideramos que dársela a un niño de tres años sea prudente; tampoco es neutro poner en las manos de una persona no preparada un dispositivo diseñado para crear adicción y secuestrar (para monetizar) su atención. Así pues, la tecnología que consuman nuestros hijos tendrá sus efectos y sus riesgos, al margen de lo que pretendemos conseguir con ella y de las buenas intenciones de los educadores que se las proporcionan.
Luego está el “efecto desplazamiento” también llamado coste de oportunidad. El tiempo del que disponemos es limitado y mientras un niño o un joven está delante de una pantalla, está perdiéndose otras actividades más apropiadas para su buen desarrollo o aprendizaje.
3.-Educar no es buscar compromisos, consiste en buscar la excelencia.
Lo sentimos mucho, pero algunos nos negamos a contentarnos con tener hijos majetes que hacen su cama y no suspenden nunca a cambio de su dosis diaria de redes. Ser protagonista de su educación no significa pactar para tener una dosis diaria de bailes en Tik Tok a cambio de ser majete y no molestar. Educarles no es buscar la conveniencia y la tranquilidad mientras están enchufados a un dispositivo que les mantiene callados. Educar es buscar la perfección, la excelencia.
En esta charla TED, Catherine L’Ecuyer habla de la lectura como la actividad verdaderamente formativa que la digitalización está destruyendo.
Queremos que nuestros hijos sepan reconocer la belleza para luego poder desearla. Mientras están perdiéndose la infancia viendo horas de vídeos vulgares y estúpidos que dan de comer a sus peores instintos, es imposible llegar a tiempo para hablar con ellos de belleza y de amor antes de que la industria de la belleza y del porno lo haga. Hay millones de hijos majetes que nunca buscaron pornografía, pero fue la pornografía la que los buscó a ellos. Y se dejaron encontrar porque son tan majetes que no supieron decir que no. No, no queremos hijos majetes. Queremos hijos virtuosos, con criterio, con un sentido de relevancia, un propósito vital, la cabeza amueblada y una firme convicción de lo que quieren y no quieren.
Lo que conforma su ambiente durante los primeros 16 años de su vida configurará su sentido de identidad personal. Tenemos claro que no queremos competir con las plataformas de una industria millonaria que obedece a los intereses de los que patrocinan sus contenidos (y que poco o nada tienen en común con los intereses educativos de sus padres).
4. El término medio de la virtud no es una opción mediocre a medio camino entre dos alternativas.
Algunos “moderados” hablan de medio término de la virtud, como si la solución siempre estuviese a medio camino entre dos alternativas, de tal forma que, si las estadísticas nos indican que nuestros hijos consumen 10 horas al día de pantalla, por ejemplo, la virtud consistiría en encontrarse en el punto a medio camino entre la abstinencia y esa cifra. Entonces la meta no consistiría en buscar la excelencia, sino en “evitar el abuso”, reduciendo el número de horas de exposición. Esa moderna interpretación del término medio lleva a posturas cambiantes (como todo lo moderno y lo innovador): si cambian los extremos, el término medio necesariamente estará sujeto a cambio.
La profesora Margarita Mauri, catedrática de Ética de la Universidad de Barcelona, corrige esa interpretación kantiana del término medio aristotélico, explicando su verdadero significado: “Entre la virtud y el vicio no hay una mesura de transición que permita pasar, cambiando la medida, de la una al otro. Por el contrario, esa mesura supone un arraigo en la naturaleza”. En otras palabras, no es cuestión de cantidad ni de grados; entre añadir 250 ml de gin tonic al biberón del niño y no añadir nada, el término medio no consiste en añadir la mitad. En otras palabras, no existe un “cálculo superficial de la razón sin profundización en la naturaleza”. En definitiva, sigue Mauri, “no puede hablarse de la virtud como un vicio disminuido, o de éste como una exageración, por exceso o por defecto de la misma virtud”. Por poco moderno o demasiado clásico que suene, lo virtuoso consiste en tener la prudencia suficiente para informarse de lo que es más adecuado para un niño y llevar a cabo la decisión correcta, con fortaleza y templanza, obviando el ruido y las presiones del entorno.
El que define “término medio” como punto meridiano entre una postura y otra poco entiende de la vida virtuosa. Ese moderno moderado entenderá por prudencia algo distinto de lo que es: silencio, tibieza o cobardía ante la actitud dañina; reducirá la templanza a una ley de mínimo, a un pacto con la mediocridad. ¡Prohibido prohibir!, exclama. ¡Todo es cuestión de equilibrio!, matiza. El moderno moderado difícilmente logrará educar a sus alumnos o hijos en la vida virtuosa, pues desconoce en qué consiste.
En definitiva, la virtud es el ejercicio de una disposición estable que permite escoger lo más excelente desde la prudencia, la fortaleza y la templanza. Lo cierto es que dar a un niño o a un joven un dispositivo tecnológico diseñado para crear adicción y secuestrar su atención no parece ser el medio más adecuado para disponerle a una vida virtuosa.
Publicado en La Razón.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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